VIRGILIO: LA ENEIDA

 

Comienzo de La Eneida

Canto las hazañas y al héroe que, huyendo por imposición del destino, fue el primero en llegar desde las costas de Troya a Italia y a las riberas de Lavinio. Lanzado durante mucho tiempo por tierras y mar por la violencia de los dioses del Olimpo a causa de la cólera siempre viva de la cruel Juno, fue víctima también de numerosos sufrimientos en la guerra, hasta poder llegar a fundar una ciudad e introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los padres de Alba y los muros de la altiva Roma.

 

Musa, recuérdame las causas: por qué ofensa a su divinidad, o por qué motivo de dolor, la reina de los dioses empujó a un héroe que se distinguía por su piedad a sufrir tantas desventuras y a afrontar tantos sufrimientos. ¿De tan profundo rencor están poseídos los espíritus de los dioses celestes?

            Virgilio,Eneida,I,1-11

 

Enojo de Juno

Apenas habían perdido de vista la tierra siciliana y alegres dirigían sus velas a alta mar y cortaban con el bronce de sus naves la salada espuma, cuando Juno, que guardaba en lo hondo de su pecho la eterna herida, se dijo a sí misma: "¿Es que yo, vencida, he de desistir de mi intento sin lograr apartar de Italia al rey de los Teucros? ¡Sin duda me lo impiden los hados! ¿Y pudo Palas quemar la armada griega y sumergir a los argivos en el ponto para vengar la injuria y locura de uno solo de ellos, Áyax, el hijo de Oileo? Ella en persona, lanzando desde las nubes el fuego impetuoso de Júpiter, dispersó sus naves y turbó con ayuda de los vientos la superficie del mar. Y al culpable, cuyo pecho atravesado despedía llamas, le arrebató en medio de un torbellino y le dejó clavado en aguda roca. En cambio yo, que soy la reina de los dioses, hermana y a un mismo tiempo esposa de Júpiter, estoy haciendo la guerra a un solo pueblo durante tantos años. ¿Quién va a adorar, después de esto, la divinidad de Juno, o pondrá suplicante una ofrenda sobre sus altares?"

            Virgilio,Eneida,I,34-49

 

Habla Júpiter: origen del pueblo romano

"No temas, Citerea; los destinos de los tuyos se mantienen inmutables; verás la ciudad y las murallas prometidas de Lavinio, y elevarás hasta los astros del cielo al magnánimo Eneas; no he cambiado de opinión. Él (te lo revelaré, pues, ya que esta preocupación te atormenta, y, proyectándolos desde muy lejos, te descubriré los secretos de los destinos), llevará a cabo en Italia una gran guerra, domeñará a pueblos feroces, e impondrá a los hombres leyes y murallas, hasta que tres veranos consecutivos le hayan visto reinar en el Lacio y hayan pasado otros tantos inviernos después de su victoria sobre los Rútulos. El pequeño Ascanio, al que ahora dan el sobrenombre de Iulo (era Ilo mientras el reino de Troya subsistió) se mantendrá en el poder hasta que los meses siguiendo su curso, hayan completado los círculos que corresponden a treinta años, trasladará su reino desde la sede de Lavinio, y fortificará Alba Longa con  poderosas murallas. A partir de este momento, la raza de Héctor reinará en esta ciudad durante trescientos años completos, hasta que una reina sacerdotisa fecundada por Marte, Ilia, traiga a la vida dos gemelos. Rómulo, ufano de llevar la rojiza piel de una loba, su nodriza, se hará cargo del reino, levantará las murallas de Marte y llamará a los romanos con su nombre. A estos yo no les pongo límite de espacio ni de tiempo: les he dado un imperio sin fin. Y es más, la violenta Juno, que ahora por temor atormenta cielo, tierra y mar, dirigirá sus designios a mejor fin y colaborará conmigo para favorecer a los romanos, señores de las tierras, pueblo que viste la toga. Esta es mi voluntad. En el curso de los lustros, vendrá un tiempo en que la casa de Asáraco someterá a esclavitud a Ptía y dominará sobre los argivos vencidos. Nacerá un César troyano de noble estirpe, cuyo imperio se extenderá hasta el océano y su gloria hasta las estrellas, Julio, nombre que heredará del gran Iulo. Con el tiempo tú, sin ningún temor, le recibirás en el cielo cargado con los despojos del Oriente. También él será invocado con suplicas. Después, abandonando las guerras, las generaciones feroces se humanizarán; la sagrada Fe y Vesta, y Remo con su hermano Quirino dictarán leyes; las funestas puertas del templo de la Guerra se clausurarán con sólidas cerraduras de hierro; el impío furor sentado dentro sobre las armas criminales y con las manos atadas a la espalda por cien nudos de bronce bramará con violencia con su boca ensangrentada".

Virgilio,Eneida,I,257-296

 

Un caballo de madera gigantesco

Unos miran con asombro el funesto presente ofrecido a la virgen Minerva y contemplan con admiración la mole del caballo; Timetes el primero nos anima a introducirlo dentro de los muros y a colocarlo en la ciudadela, bien por mala fe, bien porque así lo. exigían así ya los destinos de Troya. Pero Capys y aquellos cuyo espíritu poseía un juicio más prudente mandan que se arroje al mar aquel artificioso regalo de los Dánaos que les inspiraba sospechas, o, poniéndole fuego debajo, quemarlo, o bien taladrar los huecos escondrijos de su vientre y examinarlos. La multitud, vacilante, se divide en opiniones contrarias.

Virgilio,Eneida,II,31-39

 

Muerte de los hijos de Laocoonte

Laocoonte, designado por sorteo sacerdote de Neptuno, se encontraba sacrificando ante los altares en los que se celebran solemnes sacrificios un toro de gran tamaño. He aquí que desde Ténedos, a través de la tranquila superficie del mar, (me horrorizo al narrarlo) dos serpientes se tienden con inmensos anillos sobre el piélago y a un tiempo se dirigen a la orilla. Sus pechos erguidos en medio del oleaje y sus crestas sanguíneas sobresalen por encima de las olas, el resto de su cuerpo por detrás recorre el mar y enroscándose arquea sus inmensos lomos. En las aguas espumeantes se produce un chapoteo. Y ya habían alcanzado la ribera y con sus ojos ardientes inyectados de sangre y fuego lamían con sus lenguas vibrantes sus silbantes bocas. Ante aquella visión huimos exangües. Ellas, siguiendo una trayectoria fija, se dirigen a Laocoonte; y primero ambas serpientes rodeando los pequeños cuerpos de sus dos hijos se enroscan y devoran con su mordisco sus míseros miembros; a continuación se apoderan del propio Laocoonte, que acude precipitadamente en ayuda de aquellos con las flechas en la mano, y le sujetan describiendo enormes roscas; después de rodear dos veces su cuerpo por la mitad y de enroscar por dos veces en torno a su cuello sus espaldas cubiertas de escamas, sus cabezas y sus enhiestas cervices sobresalen por encima. Él intenta desgarrar con las manos sus nudos; sus cintas sagradas están impregnadas de baba y negro veneno; al mismo tiempo alza hasta los cielos unos gritos horribles semejantes a los mugidos que lanza un toro cuando herido huye del altar y sacude con su cuello el hacha que no ha sido certera. Las dos serpientes deslizándose huyen hacia el templo situado en lo alto, tratan de llegar a la ciudadela de la cruel Tritonia y se refugian bajo los pies de la diosa y bajo el orbe de su escudo.

            Virgilio,Eneida,II,201-227

 

Dido se enamora de Eneas

Pero la reina, acongojada ya por un grave desasosiego, alimenta en sus venas la herida y se consume con un fuego secreto. El extraordinario valor del héroe y la gloria extraordinaria de aquella raza acuden constantemente a su mente; su rostro y sus palabras se mantienen clavados en su corazón y la inquietud no permite un plácido reposo a sus miembros.

            Virgilio,Eneida,IV,1-5

 

Dido confiesa a Ana su amor por Eneas

"Ana, hermana mía, ¡qué sueños me atemorizan sumiéndome en la incertidumbre! ¡Qué huésped singular éste que ha venido a nuestra casa! ¡Qué nobleza muestra su semblante! ¡Qué espíritu valiente y qué arrojo! Creo ciertamente, y no es una ilusión vana, que es de la raza de los dioses. El temor denuncia a los espíritus viles. ¡Ay! ¡Por qué destinos ha sido puesto a prueba él! ¡De qué guerras afrontadas hasta el fin nos hablaba! Si no tuviese en mi ánimo el propósito firme e inconmovible de no aceptar unirme a nadie con vínculo matrimonial una vez que el primer amor con su muerte me dejó desengañada; si no estuviese hastiada ya del tálamo y de las antorchas nupciales, ésta es quizá la única culpa a la que hubiera podido sucumbir. Ana, te lo confesaré, pues desde la muerte de mi desgraciado esposo Siqueo, desde que los Penates fueron manchados por la sangre del asesinato realizado por mi hermano, éste es el único que ha impresionado mis sentidos y ha conmovido mi espíritu hasta hacerlo vacilar. Reconozco los vestigios de la vieja llama. Pero antes prefiera que las profundidades de la tierra se abran bajo mis pies o que el Padre omnipotente me precipite con su rayo en la región de las sombras, las pálidas sombras del Erebo y la noche profunda, antes de violarte, Pudor, o de romper tus sagrados lazos. El primero que me unió a él se llevó mi amor; que él lo tenga consigo y lo conserve en el sepulcro."

            Virgilio,Eneida,IV,9-29

 

Himeneo entre ambos

Entretanto, el cielo empieza a turbarse con gran murmullo, sigue a continuación una nube cargada de granizo y por todas partes los compañeros tirios y la juventud troyana y el dardanio nieto de Venus se dirigieron asustados a los refugios dispersos por la campiña. Dido y el jefe troyano llegan a la misma cueva. La tierra, la primera, y Juno, protectora de los matrimonios, dan la señal; brillaron los fuegos y el cielo cómplice de aquellas nupcias y en la cima de la montaña ulularon las ninfas. Aquel día fue para Dido el primero de su muerte  y la primera causa de sus desgracias. Pues no la preocupan las apariencias ni el buen nombre, ni piensa ya en un amor furtivo: le llama matrimonio, con este nombre encubre su falta.

            Virgilio,Eneida,IV,160-172

 

Dido se queja a Eneas

Pero la reina (¿quién puede burlar a una mujer enamorada?) presiente el engaño y se da cuenta, la primera, de los acontecimientos que se están preparando, temiendo por todo aquello que aún está en calma. La misma fama impía le comunica en medio de su delirio que están armando las naves y preparan la partida... Finalmente, tomando la iniciativa interpela a Eneas con estas palabras: "¿Esperas todavía, traidor, poder disimular tan gran delito y salir de mi tierra sin que yo lo sepa? ¿No te detiene mi amor ni la diestra que ya hace tiempo te entregué, ni la muerte cruel con la que Dido va a perecer?... ¿Es de mí de quien huyes? Yo te suplico por estas lágrimas y por esta diestra tuya (puesto que ya no he dejado para mi desgraciada ninguna otra cosa), por nuestra unión, por nuestro himeneo comenzado, si te he hecho algún bien o algo mío te ha resultado dulce, que te compadezcas de mi palacio que se derrumba y, si todavía hay algún lugar para las súplicas, que abandones, te lo ruego, ese pensamiento."

            Virgilio,Eneida,IV,296-319

           

Dido decide suicidarse

Entonces la infeliz Dido, espantada por su destino, invoca a la muerte; siente hastío de contemplar la bóveda del cielo. Y para con mayor razón llevar a cabo su intento y abandonar la luz, ve, al depositar sus ofrendas sobre los altares cargados de incienso (prodigio horrible de relatar) que el agua sagrada toma un color negro y que el vino derramado se convierte en siniestra sangre. No refiere esta visión a nadie, ni siquiera a su propia hermana.

            Virgilio,Eneida,IV,450-456

           

Marcha de Eneas y suicidio de Dido

La reina, en cuanto ve alborear el día desde lo alto de su palacio y que las naves avanzaban con las velas al unísono y que la ribera y el puerto habían sido abandonados por los remeros, golpeando con sus manos tres y cuatro veces su hermoso pecho y mesándose sus rubios cabellos, dice: "Por Júpiter, ¿él se marchará?, ¿y se habrá burlado el extranjero de mi reino? ... Si es preciso que este hombre maldito toque puerto y llegue a tierra y si así lo requieren los destinos fijados por Júpiter y este final es inmutable, que sea atormentado al menos en la guerra por las armas de un pueblo audaz y arrojado de sus fronteras, y que arrancado del abrazo de Iulo tenga que implorar auxilio y vea los funerales indignos de los suyos; y que, después de haberse entregado sometiéndose a las leyes de una paz inicua, no disfrute del reino ni de la luz ansiada, sino que caiga antes de tiempo y quede sin sepultura en medio de la arena. Esto os pido, éste es el grito supremo que derramo junto con mi sangre. Vosotros, tirios, cebad vuestros odios en su estirpe y en toda la raza que de ella ha de nacer y ofreced este presente a mis cenizas. Que no se establezca entre nuestros pueblos ninguna amistad, ni ningún pacto. Nace de mis huesos tú, un vengador, cualquiera que seas y persigue con el fuego y con la espada a los colonos dardanios, ahora, después, y en cualquier ocasión en que te encuentres con fuerzas. Deseo que vuestras playas sean hostiles a sus playas, vuestras olas enemigas de sus olas, vuestras armas de sus armas; que luchen nuestros pueblos mismos y sus descendientes." ... Dido, temerosa y enfurecida por sus terribles proyectos, dando vueltas a sus brillantes ojos inyectados de sangre, con sus mejillas temblorosas sembradas de lívidas manchas, y con la palidez de la muerte ya próxima, se precipitó en el interior del palacio, subió fuera de sí los altos escalones y desenvainó la espada del Dardanio, regalo que no había sido ofrecido para estos usos... Dijo, y apoyando sus labios en el lecho exclama: "Moriré sin venganza, pero muramos. Así, así me es grato descender al reino de las sombras. Que el cruel Dardanio desde alta mar grabe en sus ojos este fuego y se lleve los presagios de mi muerte". Había dicho, y mientras se hacía tales reflexiones sus esclavas la ven desplomarse bajo el hierro, ven la espada espumeante de sangre y sus manos manchadas. Un clamor asciende hasta lo alto de los atrios; la Fama corre como una bacante a través de la impresionada ciudad... Dido, intentando levantar sus pesados ojos, de nuevo se desvaneció, y bajo su pecho la abierta herida produjo un sonido agudo. Por tres veces se levantó irguiéndose y apoyándose sobre el codo, tres veces volvió a caer revolcándose sobre el lecho y buscó con ojos errantes la luz en el alto cielo, y gimió habiéndola encontrado. Entonces Juno omnipotente compadeciéndose de su prolongado sufrimiento y de tan difícil agonía envió desde el Olimpo a Iris para que cortase aquella vida que se debatía y deshiciese las ataduras de sus miembros.

            Virgilio,Eneida,IV,586-695

 

Sacrificio y juegos dedicados a Anquises

"Nobles dardánidas, raza de la ilustre sangre de los dioses, recorridos ya los meses de su órbita, se cumple un año desde que sepultamos en tierra los restos y los huesos de mi divino padre y le consagramos fúnebres altares... Venid, pues, y ofrezcámosle todos un digno homenaje... Convocaré primero para los troyanos unas regatas con las rápidas naves, después los que tienen facultades para la carrera a pie, y los que confían en sus fuerzas, o son capaces de lograr la mejor marca con la jabalina o con las ligeras saetas, o se atreven a entablar combates con el duro cesto, que se presenten todos y aspiren a la recompensa  de una merecida victoria.

            Virgilio,Eneida,V,45-70

 

Desarrollo de la carrera pedestre

Una vez que hubo dicho esto, ocupan sus puestos y, escuchada súbitamente la señal, abandonan la barrera y recorren ávidamente el espacio, desplegándose como una nube: todos mantienen sus ojos fijos en la línea de llegada. Se destaca el primero y se distingue a lo lejos por delante de todos los corredores a Niso, más ligero que los vientos y que las alas del rayo; próximo a él, pero próximo a gran distancia, sigue Salio; y después, dejado un espacio, viene el tercero Euríalo; a Euríalo le sigue Elimo; he aquí que a continuación a la zaga de éste vuela y le pisa ya casi los talones Diores echándose sobre su hombro; y si hubiese faltado mayor recorrido, deslizándose le hubiese adelantado y hubiese dejado indecisa la victoria. Y ya casi se aproximaban fatigados al final del trayecto y a la misma meta de llegada cuando Niso resbala infeliz en un pequeño charco de sangre que, derramada cuando por casualidad se habían sacrificado unos novillos, había humedecido el suelo y la verde hierba. Entonces el joven triunfante ya como vencedor no pudo afirmar en el suelo sus titubeantes pasos, sino que cayó hacia adelante en medio del inmundo fango y de la sangre sagrada. No se olvidó sin embargo de Euríalo, no se olvidó de sus amores; pues alzándose sobre el lado resbaladizo se puso delante de Salio y éste cayó rodando sobre la espesa arena; se adelanta rápidamente Euríalo y por un favor de su amigo se pone victorioso a la cabeza y vuela en medio de los aplausos y de una entusiasta ovación.

            Virgilio,Eneida,V,315-338

 

Anquises se aparece y ordena la partida

Animado por tales palabras de su anciano amigo, se encuentra entonces con el corazón repartido entre toda clase de preocupaciones. Y la noche negra arrastrada por su carro de dos caballos recorría ya la bóveda celeste: entonces le pareció que de súbito la imagen de su padre Anquises bajando del cielo le decía estas palabras: "Hijo, más querido para mí que la vida antes, cuando yo tenía una vida, hijo, puesto a prueba por los hados de Ilio, vengo aquí por orden de Júpiter, que apartó el fuego de las naves y por fin desde lo alto del cielo se ha compadecido de ti. Obedece los consejos que ahora te da el anciano Nautes, pues son los mejores; llévate a Italia un grupo de escogidos jóvenes, los corazones más valientes. En el Lacio has de vencer en guerra a un pueblo duro y de costumbres salvajes. Acércate sin embargo antes a las mansiones infernales de Plutón y a través de las profundidades del Averno procura encontrarte conmigo, hijo. Pues no se han apoderado de mí el impío Tártaro, ni las tristes sombras, sino que habito las agradables mansiones de los piadosos y el Elíseo. La casta Sibila te conducirá a este lugar cuando le hayas ofrecido abundante sangre de negras víctimas. Entonces conocerás toda tu descendencia y qué murallas te están destinadas. Y ya adiós.

            Virgilio,Eneida,V,719-738

 

La Sibila indica cómo bajar a los Infiernos

"Nacido de la sangre de los dioses, troyano hijo de Anquises, el descenso al Averno es fácil: la puerta al negro Plutón permanece abierta día y noche; pero volver atrás y salir de nuevo a las brisas terrestres, eso es lo difícil, esa es una dura prueba... Escucha que es lo primero que debes hacer. En un árbol frondoso se oculta un ramo cuyas hojas y flexible tallo son de oro, que dicen está consagrado a la Juno infernal; todo un bosque le protege y lo encierra las sombras de un oscuro valle. Pero no se permite descender a nadie a las profundidades de la tierra sin haber arrancado del árbol la rama de dorada cabellera. La hermosa Prosérpina ha decidido que se le lleve como presente... Además yace sin vida el cuerpo de un amigo tuyo (ay, tú no lo sabes) y contamina con su cadáver toda la flota mientras tú consultas los oráculos y te detienes en mi umbral. Deposita antes a éste en la morada que le corresponde y enciérralo en un sepulcro. Sacrifícale negras ovejas; que éstas sean tus primeras ofrendas. Y así por fin verás los bosques del Estige y los reinos intransitables para los vivientes".

            Virgilio,Eneida,VI,125-155

 

Encuentro con Dido en los infiernos

Entre éstas la cartaginesa Dido con la herida aún reciente erraba en medio de un gran bosque. Tan pronto como el héroe troyano estuvo junto a ella y la reconoció en la oscuridad de las sombras, como el que en los comienzos del mes ve o cree haber visto surgir la luna entre las nubes, estalló en llanto y le habló con dulce voz de enamorado: ... Con estas palabras trataba Eneas de calmar su alma enfurecida que le lanzaba torvas miradas y de provocar sus lágrimas. Ella con la cabeza vuelta mantenía sus ojos clavados en el suelo y su rostro no se conmovía con ese intento de conversación más que si fuese duro sílex o un bloque de mármol de Marpeso. por fin comenzó a andar precipitadamente y huyó hostil al interior de un bosque sombrío donde su primer esposo Siqueo comparte sus cuidados y corresponde a su amor.

            Virgilio,Eneida,VI,450-474

 

Anquises habla de Roma y de los romanos

"Ea, ahora te explicaré qué gloria ha de seguir en el futuro a la descendencia de Dárdano, qué descendientes de la raza Ítala te aguardan, y las almas ilustres que tomarán nuestro nombre y te mostraré tus propios destinos. Aquel que, ves, se apoya en una jabalina sin hierro, ocupa por designación de la suerte los lugares próximos a la luz y saldrá el primero a las brisas etéreas mezclándose con sangre ítala. Es Silvio, nombre Albano, descendencia postrera que te dará tardíamente, cuando seas anciano, en una floresta tu esposa Lavinia, rey y padre de reyes, a partir del cual nuestra estirpe dominará en Alba Longa. Cerca de él está Procas, gloria de la raza troyana, y Capis y Numitor y el que con su nombre te recordará, Silvio Eneas, igualmente ilustre por su piedad y por sus armas, si es que alguna vez llega a ocupar el reinado de Alba... Vuelve ahora hacia aquí tus ojos,  ira a este pueblo, tus romanos. Aquí está César y toda la descendencia de Iulo que irá bajo la gran bóveda del cielo. Aquí, aquí está el héroe que muchas veces has oído que se te prometía, César Augusto, descendiente de un dios, el cual establecerá de nuevo en los campos del Lacio, sobre en los que otro tiempo reinó Saturno, la edad de oro y extenderá su imperio más allá de los Garamantes y los Indos, donde la tierra se extiende fuera de la influencia de las constelaciones y de los caminos del año y del sol, donde Atlante, el que sostiene el cielo, hace girar sobre sus hombros la bóveda celeste salpicada de brillantes estrellas.

            Virgilio,Eneida,VI,756-797

           

Encuentro con Marcelo

Entonces el venerable Anquises, derramando lágrimas, le respondió: "Hijo, no intentes conocer el inmenso dolor de los tuyos; a éste los destinos solamente lo mostrarán a las tierras y no permitirán que viva más. La raza romana, dioses del Olimpo, os hubiese parecido excesivamente poderosa si hubiésemos podido conservar este don. ¡Cuán grandes gemidos de los varones hará llegar el famoso campo de Marte a la gran ciudad de Marte!, o, ¡qué funerales contemplarás, Tiberino, cuando fluyas por delante de su reciente tumba! Ningún joven de la raza ilíaca llevará más lejos las esperanzas de sus antepasados latinos; ni la tierra de Roma se vanagloriará nunca tanto por haber alimentado a nadie. ¡Ay, piedad, ay, antiguo honor, ay, diestra invencible en la guerra! Nadie hubiese salido impunemente al encuentro de sus armas, ya avánzase contra el enemigo a pie, ya hiriese con sus talones los ijares de su espumeante caballo. ¡Ay, desgraciado niño! ¡Si de algún modo pudieses romper tu destino! Tú serás Marcelo.

            Virgilio,Eneida,VI,867-883

 

Lavinia, prometida a Turno

Por voluntad de los dioses, Latino no tuvo ningún hijo varón; el que nació le fue arrebatado en la primera juventud. Una única hija, ya madura para el matrimonio, y de  edad plenamente casadera, era la heredera de su casa y de tan vastos dominios. Muchos del gran Lacio y de la Ausonia toda la pretendían; la pretende Turno, el más hermoso de todos, poderoso por sus abuelos y antepasados, al que la esposa del rey con extraordinario afán mostraba prisa en tomar por yerno; pero sucesos extraños provocados por los dioses se oponían con presagios amenazadores de distinta suerte.

            Virgilio,Eneida,VII,50-58

 

Iulo da la señal: están en la tierra prometida

"Ay, hemos comido también las mesas", dijo Iulo riendo, y no añadió más. Estas palabras tan pronto como fueron escuchadas pusieron fin a las preocupaciones y el padre las recogió ávidamente de labios del hijo y atónito ante la manifestación de la divinidad las guardó en su interior. Enseguida dijo:  "Salve, tierra a mí destinada por los hados, salve también vosotros, fieles Penates de Troya: aquí está nuestra morada, ésta es nuestra patria. Pues mi padre Anquises, (ahora recuerdo) me reveló así los misterios de los hados: "Cuando después de llegar a una playa desconocida, hijo, una vez que hayáis agotado los manjares, el hambre te obligue a consumir las mesas, acuérdate entonces de esperar en tu fatiga una morada y de establecer allí con tu mano los cimientos de una ciudad y de fortificarla con un muro."

            Virgilio,Eneida,VII,116-127

           

Lavinia, prometida de Eneas

Por fin, mostrando alegría dijo: "¡Que los dioses secunden nuestras empresas y sus propios presagios! Se te dará, troyano, lo que deseas; no desprecio tus presentes. Mientras Latino sea rey, no os faltará la fecundidad de un rico campo ni la opulencia de Troya. Que Eneas mismo, si tan gran deseo tiene de conocernos y si tiene prisa por unirse en hospitalidad y por ser llamado nuestro aliado, venga y no tema nuestros rostros amigos. Una parte de la paz será para mí el estrechar la mano de vuestro jefe. Vosotros ahora por vuestra parte, llevad al rey mi mensaje. Tengo una hija, a la que los oráculos obtenidos del santuario de mi padre y numerosos presagios recibidos del cielo no me permiten unir a un esposo de nuestro pueblo; me vaticinan que de costas extranjeras vendrá un yerno (este destino está reservado al Lacio) que con su sangre levantará nuestro nombre hasta las estrellas. Yo creo que él es el que señalan los hados y, si mi mente me augura la verdad, lo deseo".

            Virgilio,Eneida,VII,259-273

 

Ira de Turno: comienza la enemistad y la guerra

Un gran temor interrumpió su sueño y el sudor brotando de todo su cuerpo bañó sus huesos y sus miembros. Fuera de sí pide a gritos las armas y busca armas en su lecho y en toda la mansión: se desencadena en él el deseo de la espada y el criminal frenesí de la guerra, y además la cólera... Comunica, pues, a los jefes de su ejército que por haber sido traicionada la paz es preciso marchar contra el rey Latino y ordena que se preparen las armas, que Italia sea defendida y expulsar de las fronteras al enemigo; dice que él se basta para enfrentarse a ambos, a los Teucros y a los Latinos.

            Virgilio,Eneida,VII,458-470

           

Venus pide a Vulcano que le haga armas para su hijo

La noche corre y abraza la tierra con sus sombrías alas. Su madre Venus, asustada no en vano en su ánimo por las amenazas de los laurentes y conmovida ,por tan terrible guerra, habla a Vulcano y se insinúa así en el dorado lecho de su esposo y con sus palabras le inspira un divino amor: ... Había dicho la diosa, y al verlo vacilante, echando sus níveos brazos en torno a su cuello lo acarició con suave abrazo. De súbito él recibe la acostumbrada llama y un calor conocido penetra en sus entrañas y corre por sus huesos quebrantados.

            Virgilio,Eneida,VIII,369-390

 

Venus entrega las armas hechas por Vulcano a Eneas y él las contempla, sobre todo el escudo finamente labrado

Él, satisfecho por los regalos de la diosa y por tan gran honor, no pudo dejar de contemplarlos y pasea sus miradas por cada una de las armas y observándolas con admiración, hacía girar en torno a sus manos y sus brazos el terrible casco con penacho que despedía amenazadoras llamas, la espada portadora del hado, la rígida coraza de bronce, roja como la sangre, enorme, como cuando una grisácea nube se enciende con los rayos del sol y resplandece a lo lejos; las flexibles grebas de electro y oro dos veces fundido, la jabalina, y los indescriptibles relieves del escudo.

 

Allí, el señor del fuego, conocedor de las profecías de los adivinos y sabedor del provenir, había cincelado las hazañas ítalas y los triunfos de los romanos; allí todo el linaje de la futura estirpe de Ascanio, y sus guerras en el orden en que se había llevado a cabo; había cincelado también, tendida en la verde gruta de Marte, a la loba recién parida y, jugando en torno a ella, a los dos niños gemelos, pendientes de sus ubres, y lamiendo impávidos a su madre, y a ésta con su redondo cuello inclinado acariciando ora al uno ora al otro, y moldeando sus cuerpos con su lengua. Y no lejos de allí había añadido a Roma y a las sabinas arrebatadas de la gradería contra todo derecho de gentes durante la celebración de los grandes juegos circenses, y la nueva guerra que repentinamente  había surgido entre las huestes de Rómulo y el anciano Tacio y los austeros ciudadanos de Cures. A continuación los reyes mismos, abandonada de mutuo acuerdo la lucha, permanecían de pie armados y con las páteras en la mano ante el altar de Júpiter y después de sacrificar una cerda concertaban un tratado. Cerca, rápidas cuádrigas lanzadas en diversas direcciones despedazaban a Mecio (¡Que no le mantuvieses fiel a tu palabra, Albano!), y Tulo se llevaba las vísceras del embustero varón a través del bosque y las zarzas bañadas por su sangre se humedecían. También Porsena daba orden a los romanos de recibir a Tarquinio expulsado por ellos de su reino y acosaba a la ciudad con temible asedio; los de Eneas corrían a las armas en favor de la libertad. Podías ver a aquel con actitud indignada y amenazadora porque Cocles se había atrevido a arrancar el puente y Clelia después de haber roto las cadenas, atravesaba a nado el río. En lo alto del escudo estaba Manlio, guardián de la fortaleza de Tarpeya, en pie delante del templo y ocupaba la cima del Capitolio, y el palacio real de Rómulo, aún reciente, mostraba su techumbre de paja. Y ahí un ganso de plata, revoloteando por los dorados pórticos, anunciaba con su canto que los galos se acercaban a las puertas. Los galos se aproximaban deslizándose entre los matorrales y, protegidos por las tinieblas y el favor de la oscura noche, intentaban apoderarse de la ciudad: sus cabellos son dorados y dorados sus vestidos, sus listados capotes resplandecen, sus cuellos blancos como la leche están rodeados de oro y protegiendo sus cuerpos con largos escudos cada uno de ellos blande en su mano dos dardos alpinos. Aquí había modelado las danzas de los salios y a los desnudos lupercos, los casquetes de lana y los escudos caídos del cielo; las castas matronas conducían los objetos sagrados en ágiles carrozas a través de la ciudad. Lejos de aquí también añade las mansiones del Tártaro, entradas profundas de Plutón, y los castigos de los delitos, y a ti, Catilina, suspendido de una amenazadora roca, mostrando horror ante los rostros de las Furias, y a los piadosos, alejados. y a Catón, dictándoles leyes. En el centro se perdía de vista la imagen dorada del ancho mar, pero las aguas azuladas se cubrían con la espuma de blancas olas y en torno a ellas, blancos delfines de plata, describiendo un círculo, barrían las aguas con sus colas y hendían la superficie. En medio de éstos se podían ver broncíneas naves, el combate de Accio, y se veía que, dispuesto Marte, toda la Leúcate hervía y que el oleaje despedía un brillo de oro. de un lado, empujando al combate a los ítalos, en pie en lo alto de la popa, estaba César Augusto con los senadores y el pueblo, y los Penates y las grandes divinidades; sus sienes vomitan alegres dos llamas y sobre su cabeza se distingue el astro de su padre. En otro lugar, Agripa, desde arriba, conduce, secundado por los vientos y los dioses, un ejército; en sus sienes resplandece una corona naval adornada con espolones, insigne distinción de la guerra. Del otro, Antonio con sus fuerzas bárbaras y con variadas armas regresando vencedor de los pueblos de la Aurora y del rojizo litoral, trae consigo Egipto y las fuerzas de Oriente y a la alejada Bactra, y le sigue (oh, vergüenza) su egipcia esposa. Todos corrían a una y toda la superficie del mar agitada por los remos que los remos atraían hacia sí y por los espolones de tres dientes se llenaba de espuma. Se dirigen a alta mar, se podría pensar que las Cícladas desprendidas atravesaban a nado el oleaje y que altos montes chocaban con otros montes: con tan enorme masa atacan los hombres desde las popas sembradas de torres. estopa inflamada es lanzada por las manos, las armas hacen volar el hierro, y los campos de Neptuno se enrojecen con una mortandad nueva. en el centro la reina convoca a sus ejércitos con el sistro patrio y no ve todavía a su espalda las dos serpientes. Las monstruosas divinidades del Nilo y el ladrador Anubis, empuñaban las armas contra Neptuno y Venus y contra Minerva. En medio del combate, Marte, cincelado en hierro, se enfurece y descienden del cielo las funestas Furias y la alegre Discordia con su manto rasgado y en pos de ella Belona con ensangrentado látigo. Al verlas Apolo de Accio, tiende su arco desde lo alto: ante este terror todo Egipto y los Indos, toda la Arabia y todos los Sabeos volvían la espalda. Se veía a la misma reina, después de invocar a los vientos, desplegando las velas y aflojando ya, ya casi, las cuerdas. El dios dueño del fuego la había representado pálida por la muerte que le iba a sobrevenir, llevada por las olas y por el Yápige en medio de la matanza y enfrente al Nilo de gigantesco curso entristecido abriendo los pliegues de su toga y con todo su vestido desplegado llamando a su azulado regazo y a sus oscuras ondas a los vencidos. César transportado en triple triunfo en torno a los muros romanos consagraba a los dioses ítalos trescientos enormes templos, ofrenda inmortal, en toda la ciudad. Los caminos trepidaban de alegría, de juegos y de aplausos; en todos los templos hay un coro de madres, en todos los altares; ante los altares los novillos sacrificados cubren la tierra. Él mismo, sentado en el níveo umbral del resplandeciente Febo, reconoce los presentes de los pueblos y los cuelga de las soberbias puertas; los países vencidos avanzan formando una larga fila tan distintos por el aspecto de sus vestidos y por sus armas como por sus lenguas. Aquí había modelado Múlciber la raza de los Nómadas y a los africanos disceñidos, en otra parte a los Léleges y a los Carios y a los Gelonos armados con flechas; avanzaban el Eúfrates con sus olas ya más apaciguadas y los Morinos que ocupaban lo último del mundo y el bicorne Rin y los indomables Dahes y el Araxes indignado con su puente.

 

Tales acontecimientos contempla Eneas sobre la superficie del escudo de Vulcano, regalo de su madre, e ignorante de los acontecimientos se alegra con aquella representación, levantando sobre su hombro la gloria y los destinos de sus descendientes.

            Virgilio,Eneida,VIII,617-731

 

Asamblea de dioses

Entretanto, se abren las puertas del omnipotente Olimpo, y el padre de los dioses y rey de los hombres convoca una asamblea en su sideral mansión, desde cuya altura contempla todas las tierras, el campamento de los Dardánidas y los pueblos latinos. Se sientan los dioses en el palacio abierto de par en par y él mismo comienza a hablar: "Poderosos habitantes del cielo, ¿por qué habéis cambiado de idea y combatís con ánimos tan encarnizados? Yo había prohibido que Italia entrase en guerra con los Teucros...". Esto dijo Júpiter con pocas palabras; pero la dorada Venus le respondió más largamente: "Oh, padre, eterno poder que gobierna a los hombres y el mundo (pues ¿qué otra cosa hay que podamos ya implorar?), ¿ves cómo nos escarnecen los Rútulos y cómo Turno a lomos de sus extraordinarios caballos se pasea por entre ellos y corre ensoberbecido por el favor de Marte?... Si los troyanos se han dirigido a Italia sin tu aprobación y contra tu voluntad, que expíen su pecado y no les proporciones ninguna ayuda; pero si lo hicieron siguiendo tantos vaticinios como les enviaban los dioses Superiores y los Manes, ¿por qué ahora alguien puede trastocar tus órdenes o establecer nuevos destinos?...". Entonces la regia Juno movida por un gran furor dijo: "¿Por qué me obligas a romper mi profundo silencio y a divulgar con mis palabras el dolor que he tratado de ocultar? ¿Quién de los dioses o de los hombres obligó a Eneas a emprender la guerra o a enfrentarse como enemigo al rey Latino?... Tú puedes sustraer a Eneas de entre las manos de los griegos y ofrecer en lugar del héroe una niebla y vacíos vientos, y puedes convertir las naves en otras tantas ninfas: ¿es un crimen que frente a esto nosotros proporcionemos alguna ayuda a los Rútulos?...".

 

Con estas palabras hablaba Juno y todos los habitantes del cielo murmuraban manifestando sentimientos diversos,... Entonces el Padre omnipotente, soberano dueño de las cosas, toma la palabra (mientras él habla la elevada mansión de los dioses permanece silenciosa y, en el fondo, la tierra se estremece, el alto éter guarda silencio, los céfiros se aplacaron y el mar abate sus olas plácidamente): "Recoged y grabad, pues, en vuestros ánimos lo que voy a decir. Puesto que no es posible que los Ausonios se unan mediante un pacto con los Teucros y vuestra discordia no tiene fin, yo no manifestaré ninguna preferencia con respecto a la suerte que sobrevenga hoy a cada uno de los dos pueblos o a la esperanza que cada uno de ellos abrigue, sea troyano o rútulo, ya se vea sitiado el campamento porque así lo quieren los destinos de los ítalos, o por un mal error de Troya, o debido a funestos avisos. Y no excluyo a los Rútulos: que cada uno sufra la suerte y los sufrimientos que se hayan procurado; el rey Júpiter será el mismo pata todos. Los destinos encontrarán su camino". Lo afirmó por las aguas de su hermano del Estige y por el ardiente río de pez y negro torbellino, y con el movimiento de su cabeza se estremeció todo el Olimpo. Estas fueron sus últimas palabras. Entonces Júpiter se levanta de su dorado trono y los celícolas rodeándole le acompañan hasta el umbral.

            Virgilio,Eneida,X,1-117

 

Combate final: Turno es vencido y muerto

Mientras él vacila, Eneas blande el dardo fatal, buscando con sus ojos un lugar favorable, y lo lanza desde lejos con toda la fuerza de su cuerpo: Nunca vibran así  las piedras lanzadas por una máquina de guerra, ni saltan los rayos con tan fuerte crepitar. La jabalina vuela, como un negro torbellino, llevando una terrible muerte y abre los bordes de la coraza y los bordes del escudo de siete láminas. Silbando le atraviesa el centro del muslo. Turno, golpeado, doblando la rodilla, cae a tierra, enorme... Él , en tierra, tendiendo suplicante los ojos y su diestra implorante, dice: Ciertamente lo he merecido, y no suplico... Venciste y los Ausonios me han visto tender las manos vencido; Lavinia es tu esposa; no lleves más lejos tu odio". Eneas. haciendo girar sus ojos, se mantiene erguido, duro bajo sus armas, y contiene su diestra; y ya, ya vacilaba cada vez más, y las palabras del joven habían comenzado a doblegarle, cuando sobre los hombros de Turno aparecen el tahalí y el brillante cinturón de conocidos clavos de Palante, a quien Turno había derribado vencido por una herida y cuyas insignias enemigas llevaba sobre los hombros. Eneas, cuando clavó los ojos en aquel monumento de su cruel dolor y en los despojos, encendido por la furia y terrible de cólera, dice: "¿Vas a escapar de mí tú, recubierto con los despojos de los míos? Palante, Palante te inmola con esta herida y toma venganza en tu sombra criminal". Y diciendo esto, clava ardiente su espada en el pecho de su enemigo. Los miembros de Turno se relajan con el frío de la muerte, y su alma indignada huye con un gemido al reino de las sombras.

Virgilio,Eneida,XII,919-952