OVIDIO: ARS AMANDI
Si
hay alguien en esta tierra que no conozca las artes del amor, lea este libro y,
una vez instruido por la lectura del poema, ame.
Ovidio, Ars amandi,I,1-2
Primeros
consejos: pauta a seguir
Para
empezar intenta descubrir un objeto de tus amores, tú que vas a iniciarte ahora
en las armas de una nueva milicia. El esfuerzo siguiente será conseguir la
muchacha que te agrada. Lo tercero que el amor perdure. He aquí la pauta: éste
será el circuito que dejará marcado nuestro carro; tal será el mojón que deberá
ceñir la rueda en su carrera. Mientras sea posible y puedas permitirte avanzar
a rienda suelta, elige a quien decir: "Tan solo tú me gustas." Ella
no te va a llegar deslizándose entre tenues brisas; tienes que buscar con tus
propios ojos la muchacha a tu gusto.
Ovidio, Ars amandi,I,35-44
Lugares aconsejados para establecer contacto
Pero
que no se te pase por alto la competición de nobles caballos; el circo, tan
concurrido, ofrece muchas ocasiones. No hay necesidad alguna de dedos con los
que insinuar tus secretos, ni vas a tener que esperar acatamientos por signos
de cabeza. Siéntate al lado de ella, que nadie te lo impide, arrima tu costado
a su costado tanto como puedas; y tranquilo, puesto que, aunque no quisieras,
te obliga a arrimarte tu localidad y podrás estar pegado a la joven por ley de
la circunstancia. Aquí habrás de buscar tema de conversación favorable y que
unas frases tópicas den ocasión a las primeras palabras.
Procura
preguntar con interés de quién son los caballos que llegan y, sin demora,
concede tu favor a su caballo favorito, sea cual sea. Luego, cuando el numeroso
desfile preceda las luchas de los efebos, tú aplaude con mano ardiente a la
propicia Venus. Si, como suele suceder, cayese casualmente algo de polvo en el
regazo de la joven, habrá que sacudirlo con los dedos; y si no existe tal
polvo, de todos modos sacude el polvo que no hay. Escuda tu solicitud tras
cualquier motivo. Si la túnica puede rozar el suelo por ir un poco caída,
anticípate y, diligente, levántala del suelo inmundo; inmediatamente, en
recompensa a tu solicitud y con la venia de la muchacha, se prestarán sus
piernas a la mirada de tus ojos. Por otro lado, estarás atento a cualquiera que
esté sentado detrás de vosotros, no vaya a apretar su rodilla contra la
delicada espalda de ella. Los detalles cautivan a los espíritus delicados. A
muchos ha valido el haber ahuecado un cojín con mano hábil; también ha sido de
provecho el mover su abanico con suavidad y el haber colocado un curvo taburete
bajo un pie delicado. Estos inicios de un nuevo amor también el circo te los
proporcionará y también la triste arena esparcida en el frecuentado foro.
Ovidio, Ars amandi,I,135-164
Cuidado con el vino y la noche
En
tal momento tú no te fíes demasiado de una engañosa antorcha; para enjuiciar la
belleza tanto la noche como el vino son perjudiciales. A las diosas las miró
Paris a la luz del día y a cielo abierto antes de decir: "Venus, tú vences
a ambas." De noche se ocultan los defectos y se ignora cualquier tara, y
esa hora embellece a cualquier mujer. Pregúntale al día sobre piedras
preciosas, sobre lana teñida de púrpura; pregúntale al día sobre el rostro y
los cuerpos.
Ovidio, Ars amandi,I,245-252
Las mujeres son fáciles de conseguir
La
más importante convicción que has de meter en tu cabeza es que todas las
mujeres pueden alcanzarse; las alcanzarás con sólo tender las redes. Antes
callarán los pájaros en primavera y las cigarras en verano, y el perro de
Menelao volverá la espalda ante la liebre, antes que una mujer cortejada con
dulzura rechace a un joven. Incluso aquella que podrías pensar que no quiere,
querrá. La ocasión de Venus, tan agradable le resulta al hombre como a la
mujer; el hombre lo disimula mal, ella encubre mejor su deseo. Convengamos el
género masculino en no ser los primeros en hacer proposiciones a ninguna mujer;
de inmediato la mujer, rendida, tomará el partido de ser ella quien las haga.
Ovidio, Ars amandi,I,269-278
Todas las mujeres desean el amor: pautas a seguir
Todas
estas historias las ha construido la pasión femenina, que es más intensa que la
nuestra y tiene mayor coraje. Así que, venga, no dudes en obtener esperanzas de
todas las mujeres. Difícilmente habrá una de entre mil que te diga que no.
Tanto las que dicen que sí como las que dicen que no, de todos modos se alegran
de ser solicitadas. Aun cuando se te rechace, el desplante no es nada molesto.
Mas ¿por qué has de ser rechazado, cuando resulta agradable un placer
desconocido y cualquier cosa novedosa cautiva los corazones más que lo propio?
La
cosecha es siempre más fértil en los campos ajenos y el rebaño vecino tiene las
ubres más grandes. Mas lo primero que se debe de hacer es trabar amistad con la
sirvienta de la joven deseada; ella te allanará el camino. Indaga hasta qué
punto participa de la confianza de su señora y si va a ser cómplice fiel de tus
discreteos. Tú sobórnala con promesas, sobórnala con ruegos; si ella quiere,
conseguirás fácilmente lo que deseas. Ella escogerá el buen momento (incluso
los médicos tienen en cuenta los momentos oportunos), cuando el estado de ánimo
de su dueña sea adecuado y propicio a la conquista. Su estado de ánimo será
propicio a la conquista justamente cuando sienta una eufórica alegría por todo,
como la mies en campo fértil. Los corazones alegres y libres de opresión
dolorosa se abren por sí mismos; entonces es cuando penetra Venus con sus artes
delicadas.
Ovidio, Ars amandi,I,341-362
Cuidado con la mujer: te puede arruinar
Observa
con terror religioso el cumpleaños de tu amiga y cualquier fecha que comporte
regalos mírala como una fatalidad. Por mucho que te escabulleses algo te
sacará; la mujer ha llegado a dominar el arte de conseguir los bienes de su
amante apasionado. Se presentará ante la señora ávida de compras un vendedor
desenvuelto, expondrá sus mercancías mientras tú, sentado, observas; ella te
rogará que las inspecciones, de forma que se manifieste tu gusto, luego te dará
besos y luego te rogará que compres. Jurará que con ello estará satisfecha
durante muchos años; dirá que ahora lo necesita, que ahora es una buena ocasión
para comprar. Si te excusases que no dispones de dinero en aquel instante, te
propondrá un pagaré, para disgusto tuyo por saber escribir.
Ovidio, Ars amandi,I,415-426
Trucos
Procura
adelantarte en tomar la copa que ella ha tocado con sus labiecitos y bebe por
el mismo lado por el que la joven ha bebido, y cualquier manjar que hubiese
ella tocado con sus dedos cógelo tú y, al cogerlo, busca ocasión de rozar su
mano.
Ovidio, Ars amandi,I,573-576
Incluso
las lágrimas son útiles; con lágrimas harás ceder al diamante. Procura, si
puedes, que ella vea húmedas tus mejillas. Si te fallan las lágrimas (que
ciertamente no siempre acuden a tiempo), restrégate los ojos con la mano
mojada. ¿Qué hombre experto no mezclará los besos con palabras enternecidas?
Aun cuando ella no te los dé, tómalos tú sin que ella los haya otorgado. Es
posible que al principio ella se defienda y te llame malvado; no obstante, lo
que ella quiere es ser vencida en la lucha. Ten únicamente precaución de que
tus arrebatos no dañen desmañados sus tiernos labiecitos, ni pueda ella
quejarse de que han sido brutales. Quien ha logrado besos, si no ha logrado
todo lo demás, será digno de perder incluso aquello que se le ha concedido.
¿Qué esperabas, después de los besos, para cumplir plenamente tus deseos? ¡Ay
de mi! aquello no fue mesura sino torpeza. Ya puedes llamarlo violencia si
quieres, que ese tipo de violencia es grato a las muchachas. Aquello que les
gusta, con frecuencia desean concederlo sin ceder. Cualquier mujer goza
violentada por un repentino rapto de Venus y considera como un regalo tal
perversidad.
Ovidio, Ars amandi,I,657-674
Si
ella está esquiva, cede; cediendo saldrás victorioso. Haz tan sólo el papel que
ella te mande representar. Ella acusa, acusa tú; lo que ella aprueba, apruébalo
tú; lo que ella diga, di tú; lo que ella rechace, recházalo tú; que se ríe,
ríe; si llorase, no dejes de llorar. Que imponga ella su ley sobre tus gestos.
0 bien, si juega, y su mano tira los dados de marfil, tú tíralos mal y
entrégaselos después de mal jugados; o si tiras las tabas, para que no tenga
que pagar por su derrota, arréglatelas para que con frecuencia te salgan los
perros desastrosos; o bien si movieseis las piezas por el tablero del ajedrez,
procura que tu peón perezca ante el enemigo de vidrio. Sostén tú mismo su
sombrilla abierta; hazle tú mismo sitio entre la turba por donde ella pasa, y
no vaciles en acercarle el escabel a su lecho mullido, y ponle o quítale el
calzado de su tierno pie. Muchas veces, incluso, tú mismo estés tiritando,
habrás de calentar las de tu amante estremecida en tu pecho.
Ovidio,
Ars amandi,II,197-214
Si
me preguntas cuánto tiempo hay que dejarla llorar sus ofensas, que sea poco, no
vaya a ser que al pasar el tiempo la ira recobre fuerzas. Enseguida has de
ceñir entre tus brazos su blanco cuello y acógela sobre tu pecho mientras
llora. Besa sus lágrimas, dale mientras llora los placeres de Venus. Habrá paz;
éste es el único modo de disipar sus iras. Si está extraordinariamente enojada,
si te parece enemigo inquebrantable, entonces pídele un tratado de paz en el
lecho: se amansará. Es allí donde habita la Concordia inerme. En ese lugar,
créeme, nació el perdón. Las palomas, que ha poco luchaban, juntan sus picos y
su ronroneo tiene arrullos amorosos.
Ovidio,
Ars amandi,II,455-466
El
paso del tiempo atempera muchas cosas; en cambio un amor incipiente se da cuenta
de todo. Cuando la nueva rama ha sido injertada en la verde corteza, caerá,
todavía tierna, ante el asalto de cualquier brisa; pero pronto, fortalecida por
el tiempo, resistirá a los vientos y ya árbol firme dará frutos adoptivos. El
propio paso del tiempo borra todos los defectos del cuerpo. Los hocicos jóvenes
rechazan el cabezal de piel de toro; con el tiempo y la doma dejan de notar el
olor. Se pueden atenuar los defectos
con eufemismos. Llama morena a la que
tiene incluso la sangre más negra que la pez; si bizquea será semejante a
Venus; si tiene ojos amarillentos,
semejante a Minerva; llámese esbelta a aquella cuya delgadez sea rayana
al desfallecimiento; di que es ágil a la menuda y llenita a la gorda; y que se
oculte el defecto en la cualidad más
aproximada.
No
le preguntes los años, ni averigües quién era cónsul cuando nació, atribuciones
del severo Censor, sobre todo si ya no está en la flor de su juventud y,
habiendo ya agotado lo mejor de su
vida, se empieza a arrancar canas. ¡Jóvenes,
esa edad, u otra más avanzada, tiene su provecho! Es un campo que dará frutos y un campo que hay que
sembrar. Mientras la edad y las fuerzas
os lo permitan, no ahorréis esfuerzos;
ya llegará con paso quedo la encorvada vejez.
Hended el mar con vuestros remos, o la tierra con vuestro arado, o asid
en vuestras manos belicosas les férreas armas, o consagrad a las mujeres
vuestros lomos, vuestras fuerzas y atenciones; también ello es milicia y
también ello proporciona recursos. Además piensa que a esa edad tienen una mayor experiencia práctica y tienen la
habilidad propia del artista profesional. Ellas compensan con sus esmeros los
estragos del tiempo y procuran cuidadosamente no parecer viejas; a tu capricho
harán el amor de mil maneras; ningún cuadro ha descrito mayor número de
posiciones; en ellas el placer no necesita excitantes; para ser satisfactorio
han de actuar por un igual mujer y hombre. Odio la relación que no satisfaga al
uno y al otro (por eso soy menos aficionado al amor de un jovencito); odio a la
mujer que se abandona porque hay que hacerlo y que, fría, va pensando en su
calceta; el placer que se entrega por obligación no me gusta; no quiero que
ninguna mujer cumpla conmigo un deber. A mi me gusta oír sus palabras
diciéndome su goce; y que me ruegue que me detenga, y que me contenga, y ver
los ojitos vencidos de mi amante fuera de sí; y que desfallezca y no quiera ya
que la toque por mucho tiempo. Semejantes beneficios no los ha otorgado la
naturaleza a la primera juventud, sino que suelen llegar justamente después de
siete lustros.
Ovidio,
Ars amandi,II,647-694
Créeme,
no se debe apresurar el placer de Venus, sino ir retrasándolo sensualmente con
morosidades dilatorias. Cuando descubras un punto que a tu pareja le gusta que
toques, no dejes que el pudor te impida seguir tocándolo; podrás ver que sus
ojos brillan con un tembloroso fulgor como el rayo del sol que a veces se
refleja en el agua cristalina. Vendrán luego los gemidos, vendrá un amoroso
murmullo y dulces quejidos y palabras que favorecen el placer. Pero no la dejes
atrás desplegando tu mayor velamen; ni dejes que ella te lleve la delantera;
corred hacia la meta. Justamente se alcanza la plenitud del placer cuando mujer
y hombre caen vencidos a un mismo tiempo. Tal ha de ser tu modelo de conducta,
cuando el tiempo libre te lo permita y el temor no apresure la furtiva
ocupación; cuando no sea prudente entretenerse, te será útil remar con todas
tus fuerzas e hincar las espuelas en tu caballo al galope.
Ovidio,
Ars amandi,II,717-732
En
cuanto a vosotras, no carguéis vuestras orejas con las costosas perlas que el
tostado hindú ha cosechado en verdes aguas, ni salgáis bajo el peso de vestidos
recamados en oro. Muchas veces nos hacéis huir con los recursos que usáis para
atraernos.
La
pulcritud nos cautiva. No estén los cabellos despeinados: las manos que los
cuidan les dan o les quitan belleza. No hay un tipo único de peinado; elija
cada cual el que le convenga y consúltelo antes con el espejo. Un rostro alargado
admite raya y cabellos sin adorno; así era el peinado elegante de Laodamia. Las
caras redondas piden que se les deje un pequeño moño sobre la cabeza, para que
los oídos queden al descubierto. Los cabellos de alguna habrán de caer sobre
los hombros; como tú, Febo, cuando tomas la lira para cantar. Otra habrá de
anudarlos al estilo de Diana cuando se ciñe la túnica y persigue, según su
costumbre, a las fieras atemorizadas. A ésta le cae bien los cabellos un poco
cardados; aquella quede como trabada por una cabellera prieta. A ésta otra
vendrá bien adornarla con una peineta de Cilene; lleve aquella otra unas
ondulaciones como olas. Pero ni podrías contar las bellotas de una copuda
encina, ni las abejas del Hibla, ni las fieras de los Alpes, y del mismo modo no
me es posible a mi abarcar el número de todos los peinados posibles. Cada día
trae consigo un nuevo adorno. A muchas les está bien incluso una cabellera como
al descuido y, en ocasiones, cuando una mujer se acaba de peinar, podrían creer
que es el peinado del día anterior. El arte imita el azar.
Ovidio,
Ars amandi,III,129-155
Últimos consejos y despedida final
La
que pida un regalo a su amante después de los placeres de Venus es que no
quiere que sus ruegos tengan fuerza alguna. Y no dejes entrar luz a la alcoba
con las ventanas de par en par; hay muchas partes de vuestro cuerpo que sacarán
provecho de la ocultación.
La
diversión tiene un final; es hora de bajar del carro cuyo yugo llevaron los
cisnes sobre su cuello. Al igual que antes los jóvenes, graben ahora sobre sus
trofeos las muchachas, mis discípulas, "Nasón fue mi maestro".
Ovidio,
Ars amandi,III
OVIDIO: REMEDIA AMORIS
Llamamiento a los jóvenes perjudicados por el amor
Acudid a mis lecciones vosotros, jóvenes engañados, a
quienes el amor que tenían les ha decepcionado por completo. Aprended los
remedios de quien aprendisteis el amor; una misma mano os habrá herido y os
habrá auxiliado. La misma tierra nutre hierbas salutíferas y hierbas
perjudiciales y con frecuencia la rosa está cerca de la ortiga. La lanza de
Pelión, que en una ocasión hiriera a su enemigo, el hijo de
Hércules, fue la que le curó la herida. Pero, os lo aseguro, todo
lo que he dicho a los hombres a vosotras también os lo digo, mujeres; yo doy
armas a ambos bandos. De entre éstas, si alguna no se adapta a vuestras
necesidades, no obstante, podrá serviros de ejemplo para muchas cosas. La utilidad
que yo pretendo es la de apagar crueles llamas y liberar al corazón de sus
propias pasiones.
Ovidio, Remedia Amoris, 41-54
Si una causa poderosa te retiene en la Metrópoli,
escucha cuál es mi receta de conducta en la ciudad. El mejor libertador
fue aquel que rompió las cadenas que le hacían daño y con ello puso fin a su
tormento. Y yo concedo mi admiración a aquel que tenga semejante valor, e
incluso diría: «Éste no necesita mis consejos.» A quien tengo que enseñar es a
ti que tienes dificultad en aprender a desamar lo que amas y, queriendo poder,
no puedes.
Rememora con frecuencia las malas pasadas de tu amiga
e imagínate como si estuvieran ante tus ojos todos sus desmanes. Se ha quedado
con tal y tal cosa y no se contentó con tal rapiña; codiciosa, puso en venta mi
propia casa. Tal cosa me juró y a tal juramento faltó. ¡Cuántas veces me ha
dejado tendido ante su puerta! Ella ama a otros y le molesta que yo la ame.
¡Ay! un siervo obtiene las noches que a mí me niega. Que todo esto te vaya
enconando todos tus sentimientos; dale vueltas a esto y saca de ello las
semillas de tu odio. Y ojalá pudieses ser incluso elocuente en tales disquisiciones.
Limítate a sufrir: espontáneamente serás convincente.
Ovidio, Remedia Amoris, 291-310
OVIDIO: FASTI
El año de diez
meses
Nuestros antepasados no tuvieron el mismo número de
kalendas que el que tenemos hoy día: su año era dos meses más corto. Grecia
-pueblo elocuente, pero poco intrépido- no había transmitido aún a los
vencedores las artes de los vencidos. El que sabía bien combatir, conocía todo
el arte romano; aquel que podía arrojar una jabalina, ese era elocuente ¿Quién
se había fijado en las Hiades, en las Pléyades, hijas de Atlas, o en que bajo
el eje del firmamento existían dos polos? ¿O en que hay dos Osas, una de las
cuales, Cinosura, es seguida por los sidonios para orientarse, mientras que una
nave griega observa, en cambio, a Hélice? ¿O en los signos celestes que el Sol
recorre a lo largo de un año, y por los que los caballos de su hermana, la
Luna, pasan en un solo mes? Libres e inobservados, los astros seguían su
trayectoria a lo largo del año; y sin embargo se estaba de acuerdo en creer que
eran dioses. No se preocupaban de los «signos» que se deslizan por el cielo,
sino de sus «insignias», cuya pérdida significaba un enorme crimen. Estas eran
de heno, es cierto, pero ese heno era motivo de una veneración tan grande,
cuanta ves que se tiene hoy día hacia tus águilas. Una larga pértiga llevaba
colgados manojos de heno (maniplos), y de aquí toma su nombre el soldado raso
(maniplaris). Pues bien, estos espíritus incultos e ignorantes del cálculo
contaron lustros con diez meses menos. El año había concluido cuando la luna
estaba llena por décima vez. En aquel tiempo este número gozaba de gran
consideración, ya sea porque es el de los dedos, con los que acostumbramos a
contar, ya sea porque la mujer da a luz al décimo mes, o bien porque aumentando
de uno en uno se llega hasta el número diez y a partir de él se inicia una
nueva decena. Por ello Rómulo repartió los cien senadores en grupos de diez, e
instituyó diez compañías de hastati; los principes y los pilani contaban con
igual número de cuerpos, como también aquellos a quienes la ley permitía servir
en la caballería. De idéntica manera distribuyó en igual número a los Tities,
a los Ramnes y a los Lúceres. Así, pues, conservó en el cómputo del año el
número que les era familiar. Durante este mismo tiempo la esposa afligida
guarda luto por su marido.
Ovidio, Fasti, 99-134
Reformas del
calendario
El primero en darse cuenta de que faltaban dos meses
fue Numa Pompilio, hecho venir a Roma desde sus campos abundantes de olivos. Y
se dio cuenta de ello, bien sea porque se lo enseñó el sabio de Samos que
sostiene que podemos renacer, bien
sea porque se lo advirtió su Egeria. No
obstante el calendario continuaba siendo defectuoso hasta que César, a sus
muchas preocupaciones, añadió también ésta. Este dios y fundador de tan eximia
descendencia no consideró esta empresa indigna de su atención. Quiso conocer de
antemano el cielo que se le había prometido, para no entrar, una vez convertido
en dios, como un extraño en una morada desconocida. Se dice que fue él quien
estableció en tablas precisas el tiempo que tarda el sol en regresar a cada uno
de los signos. Añadió sesenta días y la quinta parte de un día entero a los
trescientos cinco ya existentes. Esta es la duración de un año: cada lustro
debe añadirse un día más, que es la suma de las fracciones.
Ovidio, Fasti, 151-166