HORACIO: ODAS
IV
Oda dedicada a Sestio y que constituye un canto a lo
primavera. Al final del poema intenta persuadir a Sestio de que la vida es
breve y ha de apresurarse a gozarla.
Desaparece
el crudo invierno con el alegre retorno de la primavera y del viento Favonio y
las máquinas arrastran las secas quillas; ya no se alegra el ganado en los
establos ni el labriego con el fuego ni se blanquean los campos con la
brillante escarcha.
Ya
Venus Citerea guía sus coros a la luz de la luna, y las hermosas Gracias,
mezcladas con las Ninfas, hacen resonar el suelo con sus bailes, mientras el
ígneo Vulcano visita los tenebrosos talleres de los Cíclopes. Es la hora de
ceñirse la despejada frente con verde mirto o con las flores que produce la
mullida tierra; es el momento de inmolar a Fauno en los umbrosos bosques, ya
sea una oveja lo que pide, o un cabrito, si lo prefiere. La pálida muerte hiere
con igual zarpazo las cabañas de los pobres y los palacios de los ricos. Oh
feliz Sestio, el devenir de nuestra breve vida nos impide albergar una larga
esperanza. Pronto te apremiarán la Noche y las sombras de los Manes y la ruin
morada de Plutón. Una vez que estés allí, ni echarás a suertes la presidencia
del convite ni admirarás al delicado Lícidas, con el que ahora se enardece toda
la juventud y de quien pronto se prendarán las doncellas.
Horacio,Odas,I,4
IX
El poeta dedica esta oda a Taliarco, personaje
seguramente imaginario. Le aconseja pasar el invierno en casa, con buen vino:
no preocuparse del mañana, y disfrutar intensamente el presente mientras pueda.
Mira
cómo el Soracte se yergue, blanco por la profunda nieve, y sus sufridos bosques
no pueden ya sostener su carga. y los ríos se han helado con agudos carámbanos.
Atempera el frío, oh Taliarco, echando abundantes leños al fuego y saca, sin
escatimarlo, el vino añejo de la bota Sabina. Confía el resto a los dioses,
quienes hace poco han calmado los vientos que se enfrentaban al furioso mar y
ya no se mueven ni los cipreses ni los viejos olmos. Deja de indagar qué
ocurrirá mañana, y cada día que la suerte te conceda considéralo un regalo; no
desprecies tampoco los dulces amores ni
las danzas, muchacho, en tanto la molesta vejez no merme tus fuerzas.
Reanúdense ahora el Campo de Marte y las plazas y los suaves susurros durante
la noche a una hora convenida; y también la agradable risa, delatora de una
joven que se oculta en el mas íntimo rincón, y la prenda de amor sacada de su
brazo o del dedo fingidamente reacio.
Horacio,Odas,I,9
XI
En esta oda dedicada a Leucónoe, nombre probablemente
supuesto, nos aparece uno de los temas más característicos de Horacio: el gozar
intensamente el presente sin preocuparnos del insondable mañana.
No
indagues, Leucónoe, no es lícito saberlo, qué plazo a ti o a mí nos han
otorgado los dioses, ni consultes los cálculos babilonios. ¡Cuánto mejor es
aceptar cualquier cosa que ocurra! sea que Júpiter te haya reservado muchos
inviernos, ya sea éste el último, el que ahora amansa, en los opuestos
escollos, al mar Tirreno: sé prudente, filtra el vino; no pongas gran esperanza
en el breve espacio de la vida. Mientras hablamos habrá huido, envidioso, el
tiempo. Goza el hoy; mínimamente fiable es el mañana.
Horacio,Odas,I,11
XVIII
Esta oda es una exaltación del vino. remedio de
muchas penas siempre que se beba con moderación. Expone Horacio, para subrayar
su consejo. algunas calamidades que esa falta de moderación ha ocasionado. Está
dirigida a Quintilio Varo, militar amigo de Virgilio.
No
plantes, Varo, ningún árbol antes que la vid sagrada en el fértil suelo de
Tibur o junto a las murallas de Catilo, pues el dios ha reservado las penas a
los sobrios y no de otra forma desaparecen las preocupaciones lacerantes.
¿Quién, tras el vino, increpa la fatigosa milicia o la pobreza? ¿quién no habla
mejor de ti, padre Baco, o de ti, hermosa Venus? Y que nadie sobrepase la
moderación en los dones de Baco nos lo advierte la lucha de los Centauros con
los Lapitas sostenida a causa del vino; nos lo advierte Evio, riguroso para los
Sitonios, cuando, con borrosa frontera, discuten, ávidos de pasiones, lo lícito
y lo ilícito. No te turbaré, brillante Besareo, contra tu voluntad ni expondré
a la luz lo oculto bajo diversos ramajes. Modera los crueles timbales y el
cuerno Berecinto, a los que sigue el ciego amor propio y la gloria, que
encumbra más que en exceso la cabeza hueca, y una Fidelidad, pregonera de
secretos, más transparente que el cristal.
Horacio,Odas,I,18
X
En esta oda aparece otra de las ideas éticas básicas
de Horacio: la áurea mediocritas. el feliz término medio aristotélico en el que
se encuentra la felicidad y la virtud. El poeta exhorta también a Licinio
Murena, a quien dirige la oda, a estar preparado para los cambios de Fortuna.
Vivirás
mejor, Licinio, no corriendo siempre hacia alta mar ni acerándote demasiado a
la costa peligrosa cuando, precavido, temes las borrascas. El que prefiere un
feliz término medio ni, prudente, tiene la sordidez de un techo miserable ni,
más austero, posee una mansión envidiable. Con más frecuencia es zarandeado por
los vientos el enorme pino, y las elevadas torres caen con mas terrible caída y
hieren los rayos los montes más elevados. Tiene esperanza en las adversidades y
teme en la prosperidad un cambio de Fortuna el espíritu bien preparado. Júpiter
hace volver el riguroso invierno y él mismo lo destierra. Si las cosas no van
bien ahora, no siempre serán así; Apolo despierta, de vez en cuando, con su
cítara su Musa silenciosa y no siempre tiene tenso su arco. En las situaciones
difíciles muéstrate animoso y fuerte; de igual manera, con prudencia, arriarás
las hinchadas velas ante un viento demasiado favorable.
Horacio,Odas,II,10
XIV
Oda dirigida a Póstumo. En ella, Horacio se lamenta
de la imposibilidad de escapar a la muerte, que significará el fin de todo lo
que poseemos.
¡Ay,
Póstumo, Póstumo! Los años transcurren fugaces y la piedad no ofrece dilación a
las arrugas y a la inminente vejez ni a la implacable muerte. No; aunque cada
día que pasa, amigo mío, aplacarás con trescientos toros al insensible Plutón
que retiene al triforme Gerión y a Ticio con su funesta laguna, la cual, sin
duda alguna, habrá de ser surcada por todos los que nos alimentamos con los
dones de la tierra, ya seamos reyes ya indigentes campesinos. En vano
rehuiremos al sangriento Marte y a las rotas olas del bronco Adriático; en
vano, durante el otoño, evitaremos el Austro, perjudicial para el cuerpo;
tendremos que ver el negro Cocito, tortuoso con su lánguida corriente, los
dones de la tierra, y al infame linaje de Dánao, y al eólida Sísifo condenado a
un prolongado sufrimiento. Deberemos dejar la tierra y la casa y la amable
esposa, y ni uno de estos árboles que cultivas te seguirá, efímero amo, excepto
los odiosos cipreses. Un heredero más digno se beberá el Cécubo, guardado con
cien clavos, y manchará el pavimento con el excelente vino, preferible al de
las cenas de los pontífices.
Horacio,Odas,II,14
HORACIO: EPODOS
Es ésta, sin duda, la más conocida obra de Horacio.
Es un bucólico y delicioso elogio de la vida del campo, en el que van
desfilando ante nuestros ojos las faenas. los ocios y los placeres del
campesino y la placidez de su vida conyugal con una mujer diligente y honesta.
Pero los cuatro últimos versos dan un brusco giro satírico al poema cuando
Horacio pone en boca del avaro Alfio, que está contando su dinero, los
anteriores e idílicos versos en elogio del campo.
"Dichoso
aquél que alejado de los negocios, como la primitiva raza de los mortales,
trabaja el campo paterno con sus bueyes, libre de toda usura, y no se despierta
como el soldado con la fiera trompeta ni teme al mar embravecido, y evita el
foro y las orgullosas puertas de las ciudades demasiado poderosas.
Marida
él, en cambio, los altos álamos con los tallos adultos de la vid, o vigila sus
errantes rebaños de mugientes reses en un valle recoleto, o, podando con su hoz
las ramas inútiles, injerta las más pujantes, o pone la miel extraída en
limpias ánforas, o esquila a las asustadizas ovejas. Y cuando el Otoño en los
campos ha alzado su cabeza ornada de dulces frutos. ¡cómo disfruta recogiendo
las injertadas peras y la uva que compite con la púrpura con que poder
obsequiarte a ti, Príapo, y a ti, padre Silvano, protector de sus términos!
Le
gusta yacer, ora bajo la vieja encina, ora sobre un tupido prado, mientras
corren las aguas por los ríos profundos y se lamentan las aves en los bosques y
las fuentes murmuran en sus límpidos manantiales, lo que le invita a un plácido
sueño.
Pero
cuando el tiempo invernal del tonante Júpiter amontona nieves y lluvias, con
una gran jauría acosa de aquí para allá fieros jabalíes hacia las interpuestas
trampas, o extiende con una ligera horquilla las claras redes, o, preciada
recompensa, apresa con el lazo a una tímida liebre o a una ocasional grulla.
Entre
tales cosas, ¿quién no olvida la amargura de las penas que causa el amor? Y si
una honesta mujer le ayuda en parte de la casa y con los dulces hijos, o si,
como una sabina, o, como la esposa de un ágil apulio tostada por el sol,
enciende con viejos troncos el fuego sagrado a la llegada del cansado marido y,
encerrando el lustroso ganado en trenzados apriscos, ordeña las henchidas ubres
o, sacando vino del año de un buen tonel, prepara no comprados manjares,
entonces no me agradarán más las ostras del Lucrino, ni el rodaballo, ni los
escaros, si una tempestuosa tormenta los arrojase a este mar desde los
orientales mares, ni descenderá a mi estómago el ave africana ni el francolín
de Jonia más gustosamente que la oliva cogida de las cargadísimas ramas de los
árboles o que los tallos de acedera que crece en los prados y las malvas,
beneficiosas para el cuerpo enfermo, o, que los corderos sacrificados en las
fiestas Terminales, o que un cabrito arrebatado al lobo. ¡En medio de estos
manjares, cómo alegra ver las ovejas apacentadas dirigiéndose hacia la casa;
ver a los cansados bueyes arrastrando con su lánguido cuello el arado
invertido, y a los sirvientes, indicio de casa rica, colocados alrededor de los
resplandecientes Lares!"
Cuando
el usurero Alfio, casi un futuro campesino, hubo dicho esto, recogió todo el
dinero pagado en los Idus y ya busca colocarlo en las Kalendas.
Horacio,Epodos,2
VIII
Durísima sátira dirigida contra una vieja prostituta,
en la que Horacio utiliza un vocabulario que pasa de crudo para llegar a soez.
¿Te
preguntas, hedionda, cargada de años, que es lo que inhibe mi virilidad, cuando
tienes negros los dientes y tu vieja decrepitud surca tu frente de arrugas, y
tu asqueroso ano abre su boca entre dos secas nalgas? ¡Claro!; me excitan tu
pecho y tus apergaminadas tetas, parecidas a ubres de yegua, y tu vientre
flácido y tus flacos muslos pegados a unas hinchadas piernas!
Sé
feliz; que triunfales estatuas encabecen tu cortejo fúnebre y que no haya mujer
casada que se pueda pasear rebosante de perlas más hermosas. ¿Qué más da que
entre tus almohadas acostumbren a dormir libritos estoicos? ¿Acaso mis nervios,
que no saben leer, estarán menos fríos, o mi miembro menos lánguido? Para
hacerlo salir arrogante de la entrepierna tendrás que trabajar con la boca.
Horacio,Epodos,8
HORACIO:
EPÍSTOLA AD PISONEM
(ARS
POETICA)
Poesía y pintura: diferentes perspectivas
La poesía es como la pintura. Habrá la que te
atraerá más si estás muy cerca y la que lo hará si estás más lejos. Esta
requiere ser contemplada en la penumbra. Aquélla, que no teme la aguda sutileza
del critico, a plena luz. Esta, gusta una sola vez. Aquélla, repetida diez
veces, seguirá gustando.
En poesía es
inadmisible la mediocridad
Oh tú, el mayor de los jóvenes: aunque estás bien
encaminado por los consejos paternos y eres por naturaleza juicioso, conserva
en la memoria lo que te digo: en ciertas cosas es tolerable y correcto admitir
la medianía.
El jurisconsulto y el abogado mediocres están lejos
del mérito del elocuente Mesala y no saben tanto como Aulo Caselio, pero sin
embargo tienen un valor. Ni los hombres, ni los dioses, ni las estanterías de
los libreros permitieron a los poetas ser mediocres.
Así como en un agradable banquete molesta una
sinfonía desafinada, o un mal perfume, o la adormidera mezclada con miel Sarda,
pues podía celebrarse el convite sin esas cosas, de igual modo un poema nacido
y creado para complacer al espíritu, si se aleja un poco de lo más excelso, cae
en lo más bajo.
El que no sabe competir se mantiene alejado de los
juegos de armas propios del Campo de Marte, y el que es torpe con la pelota, el
disco, o el aro, se abstiene de esos juegos, no sea que la nutrida concurrencia
se ría abiertamente a carcajadas. Sin embargo, el que no sabe hacer versos se
atreve a hacerlos. ¿Y por qué no? Es libre, y libre por nacimiento; sobre todo,
ha sido incluido en el censo con la cantidad de sestercios correspondiente al
orden de los caballeros y está libre de toda tacha.
Tú no harás ni dirás nada contra la voluntad de Minerva.
Este es tu criterio. Ese es su propósito. Si alguna vez, sin embargo,
escribieses algo, haz que llegue hasta los oídos de Mecio, el crítico, y a los
de tu padre y a los míos; y, depositados en tu casa los pergaminos, haz que se
guarde hasta el noveno año. Te será posible destruir lo que no hayas publicado;
pero las palabras dadas a la luz no pueden recogerse.
Horacio, Epistola ad Pisonem, 360-390