En el siglo XVIII, el descubrimiento de las ruinas de Pompeya provocó una auténtica conmoción entre los amantes de la Antigüedad. La ciudad había desaparecido del mapa entre el 24 y el 25 de agosto del año 79 d.C., cuando una mortífera erupción del Vesubio sepultó ésta y otras localidades del entorno, como Herculano y Estabia. A lo largo de los años se mantuvo el recuerdo de la existencia de unas ruinas antiguas en la zona, e incluso algunos se aventuraron a apuntar su localización a la luz de ciertos hallazgos. Pero no fue hasta 1738 cuando el futuro Carlos III de España, entonces rey de Nápoles, encargó a un ingeniero militar español, Roque Joaquín de Alcubierre, que iniciase las excavaciones. Esas primeras prospecciones se hicieron en la zona de Herculano, un punto especialmente dificultoso porque la ciudad había quedado sepultada bajo una capa solidificada de lava volcánica que llegaba a alcanzar los 26 metros de espesor. Por ello, pese a que se desenterraron algunas estatuas espléndidas, el monarca y sus asesores decidieron ampliar el alcance de la búsqueda. Fue así como, en 1748, se comenzó a excavar en la zona de la antigua Pompeya, si bien la ciudad no fue identificada como tal hasta mucho más tarde, en 1763.
Arqueólogos y turistas![]() ![]() |
UNO DE LOS PRIMEROS edificios que salieron a la luz en Pompeya fue el pequeño templo dedicado a la diosa egipcia Isis. Su descubrimiento, en 1765, suscitó una oleada de curiosidad en toda Europa y atrajo en las décadas siguientes a numerosos visitantes. Uno de ellos, el poeta inglés Percy B. Shelley, llegó a Pompeya en 1818 y ofreció una admirativa descripción del templo de Isis, del que dijo que «cuenta con un pavimento de mosaico y columnas estriadas de estuco blanco, tan blanco que resplandecen al mirarlas». |
Llegan los franceses
Pocos años después se entró en una de las etapas más activas y productivas en las excavaciones de Pompeya, la inaugurada con la llegada al trono de Nápoles de un mariscal de Napoleón, Joachim Murat, en 1808. Su esposa Carolina, hermana del emperador, mostró especial interés por las excavaciones en Pompeya, y tuteló y controló personalmente los trabajos dirigidos por Pietro La Vega, hermano del director precedente. Durante esos años se excavó todo el perímetro de la muralla, las puertas de la ciudad así como algunas de las calles más importantes. Por otro lado, se unieron zonas que habían sido excavadas de manera aislada y se trabajó en el foro.
Tras la restauración de los Borbones en el trono napolitano en el año 1815, los trabajos arqueológicos experimentaron un cierto retroceso a causa de la falta de fondos. Pese a ello, se recuperaron algunos de los edificios más célebres de Pompeya, como la casa del Fauno, donde se halló el espectacular mosaico que representa la batalla entre Alejandro Magno y Darío. El número de visitantes no cesó de aumentar, sobre todo después de la inauguración en 1840 de una estación de ferrocarril, que fue seguida por la apertura de los primeros hoteles y restaurantes que ofrecían sus servicios a los viajeros, a precios al parecer bastante abusivos. Pero el gran salto adelante en la exploración de Pompeya se produjo en 1863, poco después de la caída de los Borbones y la incorporación de Nápoles al reino unificado de Italia. En ese año asumió la dirección de las excavaciones uno de los arqueólogos más afamados de la época, el italiano Giuseppe Fiorelli.
La revolución de Fiorelli
La ambición de Fiorelli, en primer lugar, fue completar la exploración del yacimiento, del que sólo se había excavado una tercera parte. Pero, más allá de esto, la importancia de Fiorelli reside en el riguroso método arqueológico que puso en práctica. Dividió Pompeya en nueve regiones, subdivididas a su vez en ínsulas (manzanas) y umbrales, con el fin de localizar con exactitud cada uno de los edificios excavados en la ciudad. De ahí la «numeración» de las casas que se sigue empleando hoy en día; por ejemplo, la casa de Menandro es I. 10. 4, es decir: Región I, Ínsula 10, Umbral 4. Además, Fiorelli impuso la excavación de los edificios desde arriba –y no desde los túneles abiertos en las calles, como se había hecho siempre– para evitar así que las paredes se desplomaran, como había ocurrido a menudo. Arqueólogo enormemente imaginativo, Fiorelli causó sensación con su idea de crear moldes de las víctimas de la erupción(1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6); para ello inyectó yeso en los huecos que habían dejado bajo la capa de cenizas volcánicas los cuerpos de las víctimas al descomponerse. Fiorelli decidió, asimismo, autorizar el acceso a las excavaciones a todo el mundo, previo pago de una entrada. Si hasta entonces sólo los personajes de alcurnia habían obtenido permiso para acceder a las ruinas, ahora cualquier ciudadano podía pasearse por las calles de la antigua ciudad campana. La larga sombra de la políticaLa lujosa mansión de dos libertos Situada en una calle secundaria, tras una antigua taberna, se alza una de las casas más lujosas de Pompeya, conocida como casa de los Vettios. La mansión recibe este nombre de sus propietarios, dos libertos ricos llamados Aulo Vettio Conviva y Aulo Vettio Restituto. Los arqueólogos pudieron identificarlos gracias al descubrimiento de dos sellos con sus nombres
El arqueólogo Giulio de Petra excavó la mansión entre 1894 y 1895. La casa fue íntegramente restaurada para ofrecer al visitante una imagen vívida de una lujosa residencia pompeyana. Al ser la única casa de Pompeya que no había sido saqueada, los excavadores pudieron dejar in situ las estatuas del jardín, las fuentes y las pilas de mármol, e incluso colocar algunos objetos en su lugar Esta señorial vivienda posee bellas decoraciones murales, la mayoría de temas mitológicos, como la llamada Habitación de Penteo, que se cree que pudo servir como pinacoteca para exponer copias de conocidas pinturas griegas, o el triclinium (comedor), donde un friso muestra a pequeños cupidos ocupados en diversas tareas | ![]() |
Es difícil encontrar un edificio en Pompeya que no haya sufrido algún tipo de percance, como hurtos de objetos e incluso de pinturas murales. En la década de 1990, un turista trató incluso de sacar de Pompeya una pequeña pintura mural oculta bajo su camiseta.
Además de saqueos, Pompeya también ha padecido métodos de excavación poco rigurosos. El arquitecto Edward Falkener escribió en 1847 una dura crítica sobre los dudosos métodos usados por las autoridades de Pompeya, que se dedicaban a cubrir los hallazgos hasta que algún personaje importante acudía a las excavaciones, y entonces, como por casualidad, se llevaba a cabo el descubrimiento en su honor.
Falkener se refería a la casa de Marco Lucrecio Fronto, donde «los picos se manejan de forma vigorosa [...] y tras unos minutos las obras de arte vuelven a la luz para gran satisfacción de los espectadores». No sin que a veces se produjeran daños irreparables, como una vez en que uno de los obreros, en el curso del presunto descubrimiento, «astilló un fragmento de la nariz de Baco con un golpe de pico».