INVOCACIÓN A LA MUSA Y PRESENTACIÓN DE ULISES
Háblame,
Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la
sacra ciudad de Troya anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones
y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número
de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida
y la vuelta de sus compañeros a la patria. Pero ni aun así pudo librarlos,
como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras.
ANTINOO, UNO DE LOS PRETENDIENTES, CUENTA A TELÉMACO CÓMO SE HA
ENTERADO DEL ENGAÑO DE PENÉLOPE
¡Telémaco altílocuo,
incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho para ultrajarnos? Tú deseas
cubrirnos de baldón. Pero la culpa no la tienen los aqueos que pretenden a tu
madre, sino ella, que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con éste, y
pronto llegará el cuarto, que contrista el ánimo que los aquivos tienen en su
pecho. A todos les da esperanza y a cada uno en particular le hace promesas y
le envía mensajes, pero son muy diferentes los pensamientos que en su
inteligencia revuelve. Y aún discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a
tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable, y en su momento nos
habló de esta forma:
"¡Jóvenes
pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Ulises, aguardad, para instar
mis bodas, que acabe este lienzo (no sea que se me pierdan inútilmente los
hilos), a fin de que tenga sudario el héroe Laertes cuando le sorprenda la
Parca de la aterradora muerte. ¡No se me vaya a indignar alguna de las aqueas
del pueblo, si ve enterrar sin mortaja a un hombre que ha poseído tantos
bienes!". Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde
aquel instante pasaba el día labrando la gran tela y por la noche, tan luego como
se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró
ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un
trienio; pero, así que vino el cuarto año y volvieron a sucederse las
estaciones, nos lo reveló una de las mujeres, que conocía muy bien lo que
pasaba, y la sorprendimos cuando destejía la espléndida tela.
ZEUS ENVÍA A HERMES CON LA ORDEN DE QUE CALIPSO DEJE PARTIR A ULISES
¡Hermes! Ya que en
lo demás eres tú el mensajero, ve a decir a la ninfa de hermosas trenzas
nuestra firme resolución (que el paciente Ulises retorne a su patria) para que
el héroe emprenda el regreso sin ir acompañado ni por los dioses ni por los
mortales hombres; navegando en una balsa hecha con gran número de ataduras,
llegará en veinte días y, padeciendo trabajos, a la fértil Esqueria, a la
tierra de los feacios, que por su linaje son cercanos a los dioses; y ellos le
honrarán cordialmente, como a una deidad, y le enviarán en un bajel a su tierra
patria, después de regalarle bronce, oro en abundancia, vestidos y tantas cosas
como jamás sacara de Troya si llegase indemne y habiendo obtenido la parte de
botín que le correspondiese. Dispuesto está por la Parca que Ulises vea a sus
amigos y llegue a su casa de alto techo y a su patria."
PRESENTACIÓN DEL AEDO DEMÓDOCO
Se presentó el
heraldo con el amable aedo a quien la Musa quería extremadamente y le había
dado un bien y un mal: le privó de la vista, pero le concedió el dulce canto.
Pontónoo le puso en medio de los convidados una silla de clavazón de plata,
arrimándola a excelsa columna y el heraldo le colgó de un clavo la melodiosa
cítara más arriba de la cabeza, le enseño a tomarla con las manos y le acercó
un canastillo, una linda mesa y una copa de vino para que bebiese siempre que
su ánimo se lo aconsejara. Todos echaron mano a las viandas que tenían delante.
Y apenas saciado el deseo de comer y de beber, la Musa excitó al aedo a que
celebrase la gloria de los guerreros con un cantar cuya fama llegaba entonces
al anchuroso cielo: la disputa de Ulises y del Pélida Aquiles, quienes en el
suntuoso banquete en honor de los dioses contendieron con horribles palabras,
mientras el rey de hombres Agamenón se regocijaba en su ánimo al ver que reñían
los mejores de los aqueos.
ULISES SE PRESENTA A SÍ MISMO Y DESCRIBE ÍTACA, SU TIERRA
Soy Ulises
Laertíada, tan conocido de los hombres por mis astucias de toda clase, y mi
gloria llega hasta el cielo. Habito en Ítaca, que se ve a distancia: en ella
está el monte Nérito, frondoso y espléndido, y en contorno hay muchas islas
cercanas entre sí, como Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Ítaca no se eleva
mucho sobre el mar, está situada la más remota hacia el Occidente (las
restantes, algo apartadas, se inclinan hacia el Oriente y Mediodía), es áspera,
pero buena criadora de mancebos. Yo no puedo hallar cosa alguna que sea más
dulce que mi patria.
ULISES ENTRE LOS LOTÓFAGOS. LLEGADA AL PAÍS DE LOS CÍCLOPES: SUS COSTUMBRES
Desde allí dañosos
vientos me llevaron nueve días por el ponto, abundante en peces, y al décimo
arribamos a la tierra de los lotófagos, que se alimentan con un florido manjar.
Saltamos a tierra, hicimos aguada y pronto los compañeros empezaron a comer
junto a las veleras naves. Y después que hubimos degustado los alimentos y la
bebida, envíe algunos compañeros (dos varones a quienes escogí e hice acompañar
por un tercero que fue un heraldo) para que averiguaran cuáles hombres comían
el pan en aquella tierra. Se fueron pronto y se juntaron con los lotófagos, que
no tramaron ciertamente la perdición de
nuestros amigos, pero les dieron a comer loto. Cuantos probaban este
fruto, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes
deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a
la patria. Pero yo los llevé por fuerza a las cóncavas naves y, aunque
lloraban, los arrastré e hice atar debajo de los bancos. Y mandé que los
restantes fieles compañeros entrasen luego en las veloces embarcaciones: no
fuera que alguno comiese loto y no pensara en la vuelta. Lo hicieron en seguida
y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el
espumoso mar.
Desde allí
continuamos la navegación con ánimo afligido y llegamos a la tierra de los
cíclopes soberbios y sin ley, quienes, confiados en los dioses inmortales, no
plantan árboles ni labran campos, sino que todo les nace sin semilla y sin
arada (trigo, cebada y vides, que producen vino de unos grandes racimos) y se
lo hace crecer la lluvia enviada por Zeus. No tienen ágoras donde se reúnan
para deliberar ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos
montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres
y no se entrometen los unos con los otros.
POLIFEMO DEVORA A LOS COMPAÑEROS DE ULISES
El Cíclope, con
ánimo cruel, no me dio respuesta, pero, levantándose de súbito, echó mano a los
compañeros, agarró a dos y, cual si fuesen cachorrillos, los arrojó a tierra
con tamaña violencia que el encéfalo fluyó al suelo y mojó el piso. De contado
despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer como montaraz
león, no dejando ni los intestinos ni la carne ni los medulosos huesos.
Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los ojos,
alzando nuestras manos a Zeus, pues la desesperación se había señoreado de
nuestro ánimo.
ULISES Y SUS COMPAÑEROS EMBRIAGAN Y CIEGAN A POLIFEMO. EL ENGAÑO DEL
NOMBRE
Tomó el vino y se lo
bebió. Y le gustó tanto el dulce licor que pidió más:"Dame de buen grado
más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don
hospitalario con el cual te huelgues. Pues también a los Cíclopes la fértil
tierra les produce vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia enviada
por Zeus; pero éste se compone de ambrosía y néctar".
Así habló y volví a
servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió
incautamente y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, le
dije con suaves palabras:"Cíclope, preguntas cuál es mi nombre ilustre y
voy a decírtelo; pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido, Mi
nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y
mis compañeros todos."
Así le hablé y en
seguida me respondió con ánimo cruel:"A Nadie me lo comeré el último,
después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él; tal será el don
hospitalario que te ofrezca".
POLIFEMO PIDE AYUDA CONTRA "NADIE"
"¿Por qué tan
enojado, Polifemo, gritas de semejante forma en la divina noche, despertándonos
a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿O por
ventura te matan con engaño o con fuerza?"
Les respondió desde
la cueva el robusto Polifemo: "¡Amigos! Nadie me mata con engaño, no con
fuerza".
Y ellos le
contestaron con estas aladas palabras:"Pues si nadie te hace fuerza, ya
que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Zeus, pero
ruega a tu padre, el soberano Poseidón."
CIRCE TRANSFORMA EN CERDOS A LOS COMPAÑEROS DE ULISES
Circe se alzó en
seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y le siguieron todos
imprudentemente, a excepción de Euríloco, que se quedó fuera por temor de algún
engaño. Cuando los tuvo dentro, los hizo sentar en sillas y sillones,
confeccionó un potaje de queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio, y
echó en él drogas perniciosas para que los míos olvidaran por entero la tierra
patria. Se lo dio, bebieron y, de contado, los tocó con una varita y los
encerró en pocilgas. Tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los
puercos, pero sus mentes quedaron tan enteras como antes. Así fueron encerrados
y todos lloraban, y Circe les echó, para comer, fabucos, bellotas y el fruto
del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra.
DESCRIPCIÓN DE ESCILA Y CARIBDIS
Pasábamos el
estrecho llorando, pues a un lado estaba Escila y al otro la divina Caribdis,
que sorbía de horrible manera la salobre agua del mar. Al vomitarla dejaba oír
sordo murmullo, revolviéndose toda como una caldera que está sobre un fuego, y
la espuma caía sobre las cumbres de ambos escollos. Pero, apenas sorbía la
salobre agua de mar, se mostraba agitada interiormente, el peñasco sonaba
alrededor con espantoso ruido y en lo hondo se descubría la tierra mezclada con
cerúlea arena. El pálido temor se enseñoreó de los míos, y mientras
contemplábamos a Caribdis, temerosos de
la muerte, Escila me arrebató de la cóncava nave los seis compañeros que más
sobresalían por sus modos y por su fuerza. Cuando quise volver los ojos a la
velera nave y a los amigos, ya vi en el aire los pies y las manos de los que
eran arrebatados a lo alto y me llamaban con el corazón afligido, pronunciando
mi nombre por la vez postrera.
ATENEA TRANSFORMA A ULISES EN MENDIGO PARA NO SER RECONOCIDO
Pero, ea, voy a
hacerte irreconocible para todos los mortales: arrugaré el hermoso cutis de tus
ágiles miembros, raeré de tu cabeza los blondos cabellos, te pondré unos
andrajos que causen horror al que te vez y haré sarnosos tus ojos, antes tan
lindos, para que les parezcas despreciable a tos los pretendientes y a la
esposa y al hijo que dejaste en tu palacio.
ULISES SE DA A CONOCER A TELÉMACO: AMBOS LLORAN DE ALEGRÍA
Le contestó el
divino paciente Ulises:"No soy ningún dios. ¿Por qué me confundes con los
inmortales? Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas
las violencias de los hombres." Diciendo así, besó a su hijo y dejó que
las lágrimas, que hasta entonces había detenido, le cayeran por las mejillas en
tierra.
Pero Telémaco, como
aún no estaba convencido de que aquel fuese su padre, le respondió nuevamente
con estas palabras: "Tú no eres mi padre Ulises, sino un dios que me
engaña para que luego me lamente y suspire aún más... Poco ha eras anciano y
estabas vestido miserablemente, pero ahora te pareces a los dioses que habitan
el anchuroso cielo".
Le replicó el
ingenioso Ulises: "¡Telémaco! No conviene que te admires de tan
extraordinaria manera ni que te asombres de tener a tu padre aquí dentro, pues
ya no vendrá otro Ulises, que ése soy yo, tal como ahora me ves, que, habiendo
padecido y vagado mucho, torno en el vigésimo año a la tierra patria. Lo que
has presenciado es obra de Atenea, que impera en las batallas...".
Dichas estas
palabras, se sentó. Telémaco abrazo a su padre, entre sollozos y lágrimas. A
los dos les vino el deseo del llanto y lloraron ruidosamente, plañendo más que
las aves, águilas o buitres de corvas uñas, cuando los rústicos les quitan los
hijuelos que aún no volaban: de semejante manera, derramaron aquéllos tantas
lágrimas que movían a compasión.
PENÉLOPE PROMETE CASARSE CON QUIEN PASE LA PRUEBA DEL ARCO
"Oidme,
ilustres pretendientes, los que habéis caído sobre esta casa para comer y beber
de continuo durante la prolongada ausencia de mi esposo, sin poder hallar otra
excusa que la intención de casaros conmigo y tenerme por mujer. Ea,
pretendientes míos, os espera este certamen: pondré aquí el gran arco del
divino Ulises y aquel que más fácilmente lo maneje, lo tienda y haga pasar una
flecha por el ojo de las doce segures, será con quien yo me vaya, dejando esta
casa a la que vine doncella, que es tan hermosa, que está tan abastecida, y de
la cual me figuro que habré de acordarme aún entre sueños."
ULISES SUPERA LA PRUEBA DEL ARCO
Pero el ingenioso
Ulises, no bien hubo tentado y examinado el grande arco por todas partes, cuál
un hábil citarista y cantor tiende fácilmente con la clavija la cuerda formada
por retorcido intestino de una oveja que antes atara del uno y del otro lado,
de este modo, sin esfuerzo alguno, armó Ulises el gran arco. Seguidamente probó
la cuerda, cogiéndola con la diestra, y se dejó oír un hermoso sonido muy
semejante a la voz de una golondrina. Sintieron entonces los pretendientes gran
pesar y a todos se les mudó el color. Zeus despidió gran trueno como señal y se
holgó el paciente divino Ulises de que el hijo del artero Cronos le enviase
aquel presagio. Tomó el héroe una veloz flecha que estaba encima de la mesa,
porque las otras se hallaban dentro de la hueca aljaba, aunque muy pronto
habían de sentir su fuerza los aqueos. Y acomodándola al arco, tiró a la vez de
la cuerda y de las barbas, allí mismo, sentado en la silla; apuntó el blanco,
despidió la saeta y no erró a ninguna de las segures, desde el primer agujero
hasta el último: la flecha, que el bronce hacía ponderosa, las atravesó y salió
afuera.
ULISES CONTEMPLA LOS CADÁVERES DE LOS PRETENDIENTES
Ulises registraba
con los ojos toda la estancia por si hubiese quedado vivo alguno de aquellos
hombres, librándose de la negra Parca. Pero los vio, a tantos como eran, caídos
entre la sangre y el polvo. Como los peces que los pescadores sacan del
espumoso mar a la corva orilla en una red de infinidad de mallas, yacen
amontonados en la arena, anhelantes de las olas, y el resplandeciente sol les
arrebataba la vida, de esa manera estaban tendidos los pretendientes los unos
sobre los otros.
PENÉLOPE PONE A PRUEBA A ULISES PARA ASEGURARSE DE SU IDENTIDAD
Le contestó la
discreta Penélope: "¡Desdichado! Ni me entono ni me tengo en poco ni me
admiro en demasía, pues sé muy bien cómo eras cuando partiste de Ítaca en la
nave de largos remos. Ve, Euriclea, y ponle la fuerte cama en el exterior de la
sólida habitación que construyó él mismo: sácale allí la fuerte cama y
aderézale el lecho con pieles, mantas y colchas espléndidas".
De semejante modo
habló para probar a su marido, pero Ulises irritado le dijo a la honesta
esposa: "¡Mujer! En verdad que me da gran pena lo que has dicho. ¿Quién me
habría trasladado el lecho? Difícil le fuera hasta al más hábil, si no viniese
un dios a cambiarlo de sitio; pero ninguno de los mortales que hoy viven, ni
aún de los más jóvenes, lo movería con facilidad, pues hay una gran señal en el
labrado derecho que hice yo mismo y no otro alguno.