COMIENZO DE LA ENEIDA
Arma virumque
cano, Troiae qui primus ab oris
Italiam fato
profugus Laviniaque venit
litora, multum
ille et terris iactatus et alto
vi superum, saevae
memorem Iunonis ob iram,
multa quoque et
bello passus, dum conderet urbem 5
inferretque deos
latio; genus unde Latinum
Albanique patres
atque altae moenia Romae.
Musa, mihi causas
memora, quo numine laeso
quidve dolens
regina deum tot volvere casus
insignem pietate
virum, tot adikre labores 10
impulerit.
Tantaene animis caelestibus irae?
Canto las hazañas y
al héroe que, huyendo por imposición del destino, fue el primero en llegar
desde las costas de Troya a Italia y a las riberas de Lavinio. Lanzado durante
mucho tiempo por tierras y mar por la violencia de los dioses del Olimpo a
causa de la cólera siempre viva de la cruel Juno, fue víctima también de
numerosos sufrimientos en la guerra, hasta poder llegar a fundar una ciudad e
introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los padres
de Alba y los muros de la altiva Roma.
Musa, recuérdame las
causas: por qué ofensa a su divinidad, o por qué motivo de dolor, la reina de
los dioses empujó a un héroe que se distinguía por su piedad a sufrir tantas desventuras
y a afrontar tantos sufrimientos. ¿De tan profundo rencor están poseídos los
espíritus de los dioses celestes?
Apenas habían
perdido de vista la tierra siciliana y alegres dirigían sus velas a alta mar y
cortaban con el bronce de sus naves la salada espuma, cuando Juno, que guardaba
en lo hondo de su pecho la eterna herida, se dijo a sí misma: "¿Es que yo,
vencida, he de desistir de mi intento sin lograr apartar de Italia al rey de
los Teucros? ¡Sin duda me lo impiden los hados! ¿Y pudo Palas quemar la armada
griega y sumergir a los argivos en el ponto para vengar la injuria y locura de
uno solo de ellos, Áyax, el hijo de Oileo? Ella en persona, lanzando desde las
nubes el fuego impetuoso de Júpiter, dispersó sus naves y turbó con ayuda de
los vientos la superficie del mar. Y al culpable, cuyo pecho atravesado
despedía llamas, le arrebató en medio de un torbellino y le dejó clavado en
aguda roca. En cambio yo, que soy la reina de los dioses, hermana y a un mismo
tiempo esposa de Júpiter, estoy haciendo la guerra a un solo pueblo durante
tantos años. ¿Quién va a adorar, después de esto, la divinidad de Juno, o
pondrá suplicante una ofrenda sobre sus altares?"
HABLA JÚPITER: ORIGEN DEL PUEBLO ROMANO
"No temas,
Citerea; los destinos de los tuyos se mantienen inmutables; verás la ciudad y
las murallas prometidas de Lavinio, y elevarás hasta los astros del cielo al
magnánimo Eneas; no he cambiado de opinión. Él (te lo revelaré, pues, ya que esta
preocupación te atormenta, y, proyectándolos desde muy lejos, te descubriré los
secretos de los destinos), llevará a cabo en Italia una gran guerra, domeñará a
pueblos feroces, e impondrá a los hombres leyes y murallas, hasta que tres
veranos consecutivos le hayan visto reinar en el Lacio y hayan pasado otros
tantos inviernos después de su victoria sobre los Rútulos. El pequeño Ascanio,
al que ahora dan el sobrenombre de Iulo (era Ilo mientras el reinó de Troya
subsistió) se mantendrá en el poder hasta que los meses siguiendo su curso,
hayan completado los círculos que corresponden a treinta años, trasladará su
reino desde la sede de Lavinio, y fortificará Alba Longa con poderosas murallas. A partir de este momento,
la raza de Héctor reinará en esta ciudad durante trescientos años completos,
hasta que una reina sacerdotisa fecundada por Marte, Ilia, traiga a la vida dos
gemelos. Rómulo, ufano de llevar la rojiza piel de una loba, su nodriza, se
hará cargo del reino, levantará las murallas de Marte y llamará a los romanos
con su nombre. A estos yo no les pongo límite de espacio ni de tiempo: les he
dado un imperio sin fin. Y es más, la violenta Juno, que ahora por temor
atormenta cielo, tierra y mar, dirigirá sus designios a mejor fin y colaborará
conmigo para favorecer a los romanos, señores de las tierras, pueblo que viste
la toga. Esta es mi voluntad. En el curso de los lustros, vendrá un tiempo en
que la casa de Asáraco someterá a esclavitud a Ptía y dominará sobre los
argivos vencidos. Nacerá un César troyano de noble estirpe, cuyo imperio se
extenderá hasta el océano y su gloria hasta las estrellas, Julio, nombre que
heredará del gran Iulo. Con el tiempo tú, sin ningún temor, le recibirás en el
cielo cargado con los despojos del Oriente. También él será invocado con
suplicas. Después, abandonando las guerras, las generaciones feroces se
humanizarán; la sagrada Fe y Vesta, y Remo con su hermano Quirino dictarán
leyes; las funestas puertas del templo de la Guerra se clausurarán con solidas
cerraduras de hierro; el impío furor sentado dentro sobre las armas criminales
y con las manos atadas a la espalda por cien nudos de bronce bramará con
violencia con su boca ensangrentada".
UN CABALLO DE MADERA GIGANTESCO
Unos miran con asombro
el funesto presente ofrecido a la virgen Minerva y contemplan con admiración la
mole del caballo; Timetes el primero nos anima a introducirlo dentro de los
muros y a colocarlo en la ciudadela, bien por mala fe, bien porque así lo.
exigían así ya los destinos de Troya. Pero Capys y aquellos cuyo espíritu
poseía un juicio más prudente mandan que se arroje al mar aquel artificioso
regalo de los Dánaos que les inspiraba sospechas, o, poniéndole fuego debajo,
quemarlo, o bien taladrar los huecos escondrijos de su vientre y examinarlos.
La multitud, vacilante, se divide en opiniones contrarias.
MUERTE DE LOS HIJOS DE LAOCOONTE
Laocoonte, designado
por sorteo sacerdote de Neptuno, se encontraba sacrificando ante los altares
en los que se
celebran solemnes sacrificios un toro de gran tamaño. He aquí que desde Ténedos,
a través de la tranquila superficie del mar, (me horrorizo al narrarlo) dos
serpientes se tienden con inmensos anillos sobre el piélago y a un tiempo
se dirigen a la orilla. Sus pechos erguidos en medio del oleaje y sus crestas
sanguíneas sobresalen por encima de las olas, el resto de su cuerpo por detrás
recorre el mar y enroscándose arquea sus inmensos lomos. En las aguas espumeantes
se produce un chapoteo. Y ya habían alcanzado la ribera y con sus ojos ardientes
inyectados de sangre y fuego lamían con sus lenguas vibrantes sus silbantes
bocas. Ante aquella visión huimos exangües. Ellas, siguiendo una trayectoria
fija, se dirigen a Laocoonte; y primero ambas serpientes rodeando los pequeños
cuerpos de sus dos hijos se enroscan y devoran con su mordisco sus míseros
miembros; a continuación se apoderan del propio Laocoonte, que acude precipitadamente
en ayuda de aquellos con las flechas en la mano, y le sujetan describiendo
enormes roscas; después de rodear dos veces su cuerpo por la mitad y de enroscar
por dos veces en torno a su cuello sus espaldas cubiertas de escamas, sus
cabezas y sus enhiestas cervices sobresalen por encima. El intenta desgarrar
con las manos sus nudos; sus cintas sagradas están impregnadas de baba y negro
veneno; al mismo tiempo alza hasta los cielos unos gritos horribles semejantes
a los mugidos que lanza un toro cuando herido huye del altar y sacude con
su cuello el hacha que no ha sido certera. Las dos serpientes deslizándose
huyen hacia el templo situado en lo alto, tratan de llegar a la ciudadela
de la cruel Tritonia y se refugian bajo los pies de la diosa y bajo el orbe
de su escudo.
HISTORIA DE CÍCLOPE POLIFEMO
Él, perdido por fin
el miedo, dice: "Mi patria es Ítaca, soy compañero del desgraciado Ulixes,
me llamo Aqueménides y porque mi padre Adamasto era pobre (¡ojalá esta fortuna
se me hubiese mantenido!) fui a Troya. Mis compañeros, al abandonar temblorosos
estos crueles umbrales, olvidándose de mí me abandonaron aquí en la enorme
gruta del Cíclope. Es una mansión de sangre corrompida y de manjares
ensangrentados, oscura en su interior y grande. El es un gigante y toca las
altas estrellas (dioses, alejad tal peste de la tierra). Es terrible de ver y
difícil de abordar para cualquiera. Se alimenta con las entrañas de los
desgraciados y con negra sangre. Yo mismo lo he visto acostado en medio de su
cueva romper contra una piedra los cuerpos de dos de los nuestros a los que
había cogido en su enorme mano, y cómo el umbral, manchándose con su sangre, se
inundaba; le vi cuando comía sus miembros que destilaban un negro líquido y vi
los miembros tibios temblar bajo sus dientes, no sin castigo ciertamente; no
soportó Ulixes tal monstruosidad, ni en tan gran peligro se olvidó el de Ítaca
de su condición. Pues una vez que harto de manjares y sepultado en vino el
Cíclope dejó caer su cabeza, inclinándola, y se tendió inmenso a lo largo de la
gruta eructando, durante el sueño, sangre y una mezcla de trozos de carne y
vino ensangrentado, nosotros invocando a las grandes divinidades y habiendo
echado a suertes la misión que a cada uno correspondía, todos a una y desde
todas partes nos desparramamos en trono a él y atravesamos con una afilada
pértiga su enorme ojo, el único que se ocultaba bajo su torva frente, semejante
a un escudo argólico o a la lámpara de Febo, y por fin contentos vengamos las
sombras de nuestros compañeros. Pero huid, desgraciados, huid y romped las
amarras que os atan a esta costa."...
Apenas había acabado
de decir esto, cuando vemos en lo alto del monte al pastor Polifemo en persona,
moviéndose con su enorme mole en medio de sus ovejas, dirigirse a la playa
conocida, monstruo horrible, deforme, gigantesco, al que había sido arrancado
su ojo. Una desgajada rama de pino guía su mano y da apoyo a sus pasos; le
acompañan sus lanosas ovejas; éstas son su único placer y constituyen el único
consuelo de su mal. Cuando llega hasta el mar y toca las altas olas, lava la sangre
que fluía de su ojo atravesado haciendo crujir los dientes con un gemido y
avanza ya por medio del mar y todavía la ola no ha mojado sus enormes costados.
DIDO SE ENAMORA DE ENEAS
Pero la reina,
acongojada ya por un grave desasosiego, alimenta en sus venas la herida y se
consume con un fuego secreto. El extraordinario valor del héroe y la gloria
extraordinaria de aquella raza acuden constantemente a su mente; su rostro y
sus palabras se mantienen clavados en su corazón y la inquietud no permite un
plácido reposo a sus miembros.
DIDO CONFIESA A ANA SU AMOR POR ENEAS
"Ana, hermana
mía, ¡qué sueños me atemorizan sumiéndome en la incertidumbre! ¡Qué huésped
singular éste que ha venido a nuestra casa! ¡Qué nobleza muestra su semblante!
¡Qué espíritu valiente y qué arrojo! Creo ciertamente, y no es una ilusión
vana, que es de la raza de los dioses. El temor denuncia a los espíritus viles.
¡Ay! ¡Por qué destinos ha sido puesto a prueba él! ¡De qué guerras afrontadas
hasta el fin nos hablaba! Si no tuviese en mi ánimo el propósito firme e
incommovible de no aceptar unirme a nadie con vínculo matrimonial una vez que
el primer amor con su muerte me dejó desengañada; si no estuviese hastiada ya
del tálamo y de las antorchas nupciales, ésta es quizá la única culpa a la que
hubiera podido sucumbir. Ana, te lo confesaré, pues desde la muerte de mi
desgraciado esposo Siqueo, desde que los Penates fueron manchados por la sangre
del asesinato realizado por mi hermano, éste es el único que ha impresionado
mis sentidos y ha conmovido mi espíritu hasta hacerlo vacilar. Reconozco los
vestigios de la vieja llama. Pero antes prefiera que las profundidades de la
tierra se abran bajo mis pies o que el Padre omnipotente me precipite con su
rayo en la región de las sombras, las pálidas sombras del Erebo y la noche
profunda, antes de violarte, Pudor, o de romper tus sagrados lazos. El primero
que me unió a él se llevó mi amor; que él lo tenga consigo y lo conserve en el
sepulcro."
HIMENEO ENTRE AMBOS
Entretanto, el cielo
empieza a turbarse con gran murmullo, sigue a continuación una nube cargada de
granizo y por todas partes los compañeros tirios y la juventud troyana y el
dardanio nieto de Venus se dirigieron asustados a los refugios dispersos por la
campiña. Dido y el jefe troyano llegan a la misma cueva. La tierra, la primera,
y Juno, protectora de los matrimonios, dan la señal; brillaron los fuegos y el
cielo cómplice de aquellas nupcias y en la cima de la montaña ulularon las
ninfas. Aquel día fue para Dido el primero de su muerte y la primera causa de sus desgracias. Pues
no la preocupan las apariencias ni el buen nombre, ni piensa ya en un amor
furtivo: le llama matrimonio, con este nombre encubre su falta.
DIDO SE QUEJA A ENEAS
Pero la reina
(¿quién puede burlar a una mujer enamorada?) presiente el engaño y se da
cuenta, la primera, de los acontecimientos que se están preparando, temiendo
por todo aquello que aún está en calma. La misma fama impía le comunica en
medio de su delirio que están armando las naves y preparan la partida...
Finalmente, tomando la iniciativa interpela a Eneas con estas palabras:
"¿Esperas todavía, traidor, poder disimular tan gran delito y salir de mi
tierra sin que yo lo sepa? ¿No te detiene mi amor ni la diestra que ya hace
tiempo te entregué, ni la muerte cruel con la que Dido va a perecer?... ¿Es de
mí de quien huyes? Yo te suplico por estas lágrimas y por esta diestra tuya
(puesto que ya no he dejado para mi desgraciada ninguna otra cosa), por nuestra
unión, por nuestro himeneo comenzado, si te he hecho algún bien o algo mío te
ha resultado dulce, que te compadezcas de mi palacio que se derrumba y, si
todavía hay algún lugar para las súplicas, que abandones, te lo ruego, ese
pensamiento."
DIDO DECIDE SUICIDARSE
Entonces la infeliz
Dido, espantada por su destino, invoca a la muerte; siente hastío de contemplar
la bóveda del cielo. Y para con mayor razón llevar a cabo su intento y
abandonar la luz, ve, al depositar sus ofrendas sobre los altares cargados de
incienso (prodigio horrible de relatar) que el agua sagrada toma un color negro
y que el vino derramado se convierte en siniestra sangre. No refiere esta
visión a nadie, ni siquiera a su propia hermana.
MARCHA DE ENEAS Y SUICIDIO DE DIDO
La reina, en cuanto
ve alborear el día desde lo alto de su palacio y que las naves avanzaban con
las velas al unísono y que la ribera y el puerto habían sido abandonados por
los remeros, golpeando con sus manos tres y cuatro veces su hermoso pecho y
mesándose sus rubios cabellos, dice: "Por Júpiter, ¿él se marchará?, ¿y se
habrá burlado el extranjero de mi reino? ... Si es preciso que este hombre maldito
toque puerto y llegue a tierra y si así lo requieren los destinos fijados por
Júpiter y este final es inmutable, que sea atormentado al menos en la guerra
por las armas de un pueblo audaz y arrojado de sus fronteras, y que arrancado
del abrazo de Iulo tenga que implorar auxilio y vea los funerales indignos de
los suyos; y que, después de haberse entregado sometiéndose a las leyes de una
paz inicua, no disfrute del reino ni de la luz ansiada, sino que caiga antes de
tiempo y quede sin sepultura en medio de la arena. Esto os pido, éste es el
grito supremo que derramo junto con mi sangre. Vosotros, tirios, cebad vuestros
odios en su estirpe y en toda la raza que de ella ha de nacer y ofreced este
presente a mis cenizas. Que no se establezca entre nuestros pueblos ninguna
amistad, ni ningún pacto. Nace de mis huesos tú, un vengador, cualquiera que
seas y persigue con el fuego y con la espada a los colonos dardanios, ahora,
después, y en cualquier ocasión en que te encuentres con fuerzas. Deseo que
vuestras playas sean hostiles a sus playas, vuestras olas enemigas de sus olas,
vuestras armas de sus armas; que luchen nuestros pueblos mismos y sus
descendientes." ... Dido, temerosa y enfurecida por sus terribles
proyectos, dando vueltas a sus brillantes ojos inyectados de sangre, con sus
mejillas temblorosas sembradas de lívidas manchas, y con la palidez de la
muerte ya próxima, se precipitó en el interior del palacio, subió fuera de sí
los altos escalones y desenvainó la espada del Dardanio, regalo que no había
sido ofrecido para estos usos... Dijo, y apoyando sus labios en el lecho
exclama: "Moriré sin venganza, pero muramos. Así, así me es grato
descender al reino de las sombras. Que el cruel Dardanio desde alta mar grabe
en sus ojos este fuego y se lleve los presagios de mi muerte". Había
dicho, y mientras se hacía tales reflexiones sus esclavas la ven desplomarse
bajo el hierro, ven la espada espumeante de sangre y sus manos manchadas. Un
clamor asciende hasta lo alto de los atrios; la Fama corre como una bacante a
través de la impresionada ciudad... Dido, intentando levantar sus pesados ojos,
de nuevo se desvaneció, y bajo su pecho la abierta herida produjo un sonido
agudo. Por tres veces se levantó irguiéndose y apoyándose sobre el codo, tres
veces volvió a caer revolcándose sobre el lecho y buscó con ojos errantes la
luz en el alto cielo, y gimió habiéndola encontrado. Entonces Juno omnipotente
compadeciéndose de su prolongado sufrimiento y de tan difícil agonía envió
desde el Olimpo a Iris para que cortase aquella vida que se debatía y
deshiciese las ataduras de sus miembros.
SACRIFICIO Y JUEGOS DEDICADOS A ANQUISES
"Nobles
dardánidas, raza de la ilustre sangre de los dioses, recorridos ya los meses de
su órbita, se cumple un año desde que sepultamos en tierra los restos y los
huesos de mi divino padre y le consagramos fúnebres altares... Venid, pues, y
ofrezcámosle todos un digno homenaje... Convocaré primero para los troyanos
unas regatas con las rápidas naves, después los que tienen facultades para la
carrera a pie, y los que confían en sus fuerzas, o son capaces de lograr la
mejor marca con la jabalina o con las ligeras saetas, o se atreven a entablar
combates con el duro cesto, que se presenten todos y aspiren a la recompensa de una merecida victoria.
COMIENZAN LOS JUEGOS
Primero se ponen a
la vista y en medio del recinto las recompensas, trípodes sagrados, verdes
coronas y palmas, premios para los vencedores, armas y vestidos teñidos de
púrpura y un talento de plata y otro de oro; y desde lo alto de un montículo
una trompeta anunció el comienzo de los juegos.
DESARROLLO DE LA CARRERA PEDESTRE
Una vez que hubo
dicho esto, ocupan sus puestos y, escuchada súbitamente la señal, abandonan la
barrera y recorren ávidamente el espacio, desplegándose como una nube: todos
mantienen sus ojos fijos en la línea de llegada. Se destaca el primero y se
distingue a lo lejos por delante de todos los corredores a Niso, más ligero que
los vientos y que las alas del rayo; próximo a él, pero próximo a gran
distancia, sigue Salio; y después, dejado un espacio, viene el tercero Euríalo;
a Euríalo le sigue Elimo; he aquí que a continuación a la zaga de éste vuela y
le pisa ya casi los talones Diores echándose sobre su hombro; y si hubiese
faltado mayor recorrido, deslizándose le hubiese adelantado y hubiese dejado
indecisa la victoria. Y ya casi se aproximaban fatigados al final del trayecto
y a la misma meta de llegada cuando Niso resbala infeliz en un pequeño charco
de sangre que, derramada cuando por casualidad se habían sacrificado unos
novillos, había humedecido el suelo y la verde hierba. Entonces el joven
triunfante ya como vencedor no pudo afirmar en el suelo sus titubeantes pasos,
sino que cayó hacia adelante en medio del inmundo fango y de la sangre sagrada.
No se olvidó sin embargo de Euríalo, no se olvidó de sus amores; pues alzándose
sobre el lado resbaladizo se puso delante de Salio y éste cayó rodando sobre la
espesa arena; se adelanta rápidamente Euríalo y por un favor de su amigo se
pone victorioso a la cabeza y vuela en medio de los aplausos y de una
entusiasta ovación.
PUGILATO
Después, cuando la
carrera finalizó y distribuyó los premios, dijo: "Ahora, si alguno abriga
en su pecho valor y brío, que avance y alce sus brazos con las palmas cubiertas
con el cesto". Así dice, y propone para esta lucha un doble premio, para
el vencedor un toro con la frente cubierta por bandas de oro, y una espada y un
valioso casco para el vencido.
ANQUISES SE APARECE Y ORDENA LA PARTIDA
Animado por tales
palabras de su anciano amigo, se encuentra entonces con el corazón repartido
entre toda clase de preocupaciones. Y la noche negra arrastrada por su carro de
dos caballos recorría ya la bóveda celeste: entonces le pareció que de súbito
la imagen de su padre Anquises bajando del cielo le decía estas palabras:
"Hijo, más querido para mí que la vida antes, cuando yo tenía una vida,
hijo, puesto a prueba por los hados de Ilio, vengo aquí por orden de Júpiter,
que apartó el fuego de las naves y por fin desde lo alto del cielo se ha
compadecido de ti. Obedece los consejos que ahora te da el anciano Nautes, pues
son los mejores; llévate a Italia un grupo de escogidos jóvenes, los corazones
más valientes. En el Lacio has de vencer en guerra a un pueblo duro y de
costumbres salvajes. Acércate sin embargo antes a las mansiones infernales de
Plutón y a través de las profundidades del Averno procura encontrarte conmigo, hijo.
Pues no se han apoderado de mí el impío Tártaro, ni las tristes sombras, sino
que habito las agradables mansiones de los piadosos y el Elíseo. La casta
Sibila te conducirá a este lugar cuando le hayas ofrecido abundante sangre de
negras víctimas. Entonces conocerás toda tu descendencia y qué murallas te
están destinadas. Y ya adiós.
LA SIBILA INDICA CÓMO BAJAR A LOS INFIERNOS
"Nacido de la
sangre de los dioses, troyano hijo de Anquises, el descenso al Averno es fácil:
la puerta al negro Plutón permanece abierta día y noche; pero volver atrás y
salir de nuevo a las brisas terrestres, eso es lo difícil, esa es una dura
prueba... Escucha que es lo primero que debes hacer. En un árbol frondoso se
oculta un ramo cuyas hojas y flexible tallo son de oro, que dicen está
consagrado a la Juno infernal; todo un bosque le protege y lo encierra las
sombras de un oscuro valle. Pero no se permite descender a nadie a las
profundidades de la tierra sin haber arrancado del árbol la rama de dorada
cabellera. La hermosa Prosérpina ha decidido que se le lleve como presente...
Además yace sin vida el cuerpo de un amigo tuyo (ay, tú no lo sabes) y
contamina con su cadáver toda la flota mientras tú consultas los oráculos y te
detienes en mi umbral. Deposita antes a éste en la morada que le corresponde y
enciérralo en un sepulcro. Sacrifícale negras ovejas; que éstas sean tus
primeras ofrendas. Y así por fin verás los bosques del Estige y los reinos
intransitables para los vivientes".
ENCUENTRO CON DIDO EN LOS INFIERNOS
Entre éstas la
cartaginesa Dido con la herida aún reciente erraba en medio de un gran bosque.
Tan pronto como el héroe troyano estuvo junto a ella y la reconoció en la
oscuridad de las sombras, como el que en los comienzos del mes ve o cree haber
visto surgir la luna entre las nubes, estalló en llanto y le habló con dulce
voz de enamorado: ... Con estas palabras trataba Eneas de calmar su alma
enfurecida que le lanzaba torvas miradas y de provocar sus lágrimas. Ella con
la cabeza vuelta mantenía sus ojos clavados en el suelo y su rostro no se
conmovía con ese intento de conversación más que si fuese duro sílex o un
bloque de mármol de Marpeso. por fin comenzó a andar precipitadamente y huyó
hostil al interior de un bosque sombrío donde su primer esposo Siqueo comparte
sus cuidados y corresponde a su amor.
ANQUISES HABLA DE ROMA Y DE LOS ROMANOS
"Ea, ahora te
explicaré qué gloria ha de seguir en el futuro a la descendencia de Dárdano, qué
descendientes de la raza Ítala te aguardan, y las almas ilustres que tomarán
nuestro nombre y te mostraré tus propios destinos. Aquel que, ves, se apoya en
una jabalina sin hierro, ocupa por designación de la suerte los lugares
próximos a la luz y saldrá el primero a las brisas etéreas mezclándose con
sangre ítala. Es Silvio, nombre Albano, descendencia postrera que te dará
tardíamente, cuando seas anciano, en una floresta tu esposa Lavinia, rey y
padre de reyes, a partir del cual nuestra estirpe dominará en Alba Longa. Cerca
de él está Procas, gloria de la raza troyana, y Capis y Numitor y el que con su
nombre te recordará, Silvio Eneas, igualmente ilustre por su piedad y por sus
armas, si es que alguna vez llega a ocupar el reinado de Alba... Vuelve ahora
hacia aquí tus ojos, ira a este pueblo,
tus romanos. Aquí está César y toda la descendencia de Iulo que irá bajo la
gran bóveda del cielo. Aquí, aquí está el héroe que muchas veces has oído que
se te prometía, César Augusto, descendiente de un dios, el cual establecerá de
nuevo en los campos del Lacio, sobre en los que otro tiempo reinó Saturno, la
edad de oro y extenderá su imperio más allá de los Garamantes y los Indos,
donde la tierra se extiende fuera de la influencia de las constelaciones y de los
caminos del año y del sol, donde Atlante, el que sostiene el cielo, hace girar
sobre sus hombros la bóveda celeste salpicada de brillantes estrellas.
ENCUENTRO CON MARCELO
Entonces el
venerable Anquises, derramando lágrimas, le respondió: "Hijo, no intentes
conocer el inmenso dolor de los tuyos; a éste los destinos solamente lo
mostrarán a las tierras y no permitirán que viva más. La raza romana, dioses
del Olimpo, os hubiese parecido excesivamente poderosa si hubiésemos podido
conservar este don. ¡Cuán grandes gemidos de los varones hará llegar el famoso
campo de Marte a la gran ciudad de Marte!, o, ¡qué funerales contemplarás,
Tiberino, cuando fluyas por delante de su reciente tumba! Ningún joven de la
raza ilíaca llevará lmás lejos las esperanzas de sus antepasados latinos; ni la
tierra de Roma se vanagloriará nunca tanto por haber alimentado a nadie. ¡Ay,
piedad, ay, antiguo honor, ay, diestra invencible en la guerra! Nadie hubiese
salido impunemente al encuentro de sus armas, ya avánzase contra el enemigo a
pie, ya hiriese con sus talones los ijares de su espumeante caballo. ¡Ay,
desgraciado niño! ¡Si de algún modo pudieses romper tu destino! Tú serás
Marcelo.
LAVINIA, PROMETIDA A TURNO
Por voluntad de los
dioses, Latino no tuvo ningún hijo varón; el que nació le fue arrebatado en la
primera juventud. Una única hija, ya madura para el matrimonio, y de edad plenamente casadera, era la heredera de
su casa y de tan vastos dominios. Muchos del gran Lacio y de la Ausonia toda la
pretendían; la pretende Turno, el más hermoso de todos, poderoso por sus
abuelos y antepasados, al que la esposa del rey con extraordinario afán
mostraba prisa en tomar por yerno; pero sucesos extraños provocados por los
dioses se oponían con presagios amenazadores de distinta suerte.
IULO DA LA SEÑAL: ESTÁN EN LA TIERRA PROMETIDA
"Ay, hemos
comido también las mesas", dijo Iulo riendo, y no añadió más. Estas
palabras tan pronto como fueron escuchadas pusieron fin a las preocupaciones y
el padre las recogió ávidamente de labios del hijo y atónito ante la
manifestación de la divinidad las guardó en su interior. En seguida dijo: "Salve, tierra a mi destinada por los
hados, salve también vosotros, fieles Penates de Troya: aquí está nuestra
morada, ésta es nuestra patria. Pues mi padre Anquises, (ahora recuerdo) me
reveló así los misterios de los hados: "Cuando después de llegar a una
playa desconocida, hijo, una vez que hayáis agotado los manjares, el hambre te
obligue a consumir las mesas, acuérdate entonces de esperar en tu fatiga una
morada y de establecer allí con tu mano los cimientos de una ciudad y de
fortificarla con un muro."
LAVINIA, PROMETIDA DE ENEAS
Por fin, mostrando
alegría dijo: "¡Que los dioses secunden nuestras empresas y sus propios
presagios! Se te dará, troyano, lo que deseas; no desprecio tus presentes.
Mientras Latino sea rey, no os faltará la fecundidad de un rico campo ni la
opulencia de Troya. Que Eneas mismo, si tan gran deseo tiene de conocernos y si
tiene prisa por unirse en hospitalidad y por ser llamado nuestro aliado, venga
y no tema nuestros rostros amigos. Una parte de la paz será para mí el
estrechar la mano de vuestro jefe. Vosotros ahora por vuestra parte, llevad al
rey mi mensaje. Tengo una hija, a la que los oráculos obtenidos del santuario
de mi padre y numerosos presagios recibidos del cielo no me permiten unir a un
esposo de nuestro pueblo; me vaticinan que de costas extranjeras vendrá un
yerno (este destino está reservado al Lacio) que con su sangre levantará
nuestro nombre hasta las estrellas. Yo creo que él es el que señalan los hados
y, si mi mente me augura la verdad, lo deseo".
IRA DE TURNO: COMIENZA LA ENEMISTAD Y LA GUERRA
Un gran temor
interrumpió su sueño y el sudor brotando de todo su cuerpo bañó sus huesos y
sus miembros. Fuera de sí pide a gritos las armas y busca armas en su lecho y
en toda la mansión: se desencadena en él el deseo de la espada y el criminal
frenesí de la guerra, y además la cólera... Comunica, pues, a los jefes de su
ejército que por haber sido traicionada la paz es preciso marchar contra el rey
Latino y ordena que se preparen las armas, que Italia sea defendida y expulsar
de las fronteras al enemigo; dice que él se basta para enfrentarse a ambos, a
los Teucros y a los Latinos.
VENUS PIDE A VULCANO QUE LE HAGA ARMAS PARA SU HIJO
La noche corre y
abraza la tierra con sus sombrías alas. Su madre Venus, asustada no en vano en
su ánimo por las amenazas de los laurentes y conmovida ,por tan terrible
guerra, habla a Vulcano y se insinúa así en el dorado lecho de su esposo y con
sus palabras le inspira un divino amor: ... Había dicho la diosa, y al verlo vacilante,
echando sus níveos brazos en torno a su cuello lo acarició con suave abrazo. De
súbito él recibe la acostumbrada llama y un calor conocido penetra en sus
entrañas y corre por sus huesos quebrantados.
VENUS ENTREGA LAS ARMAS HECHAS POR VULCANO A ENEAS Y ÉL LAS CONTEMPLA,
SOBRE TODO EL ESCUDO FINAMENTE LABRADO
Él, satisfecho por
los regalos de la diosa y por tan gran honor, no pudo dejar de contemplarlos y
pasea sus miradas por cada una de las armas y observándolas con admiración,
hacía girar en torno a sus manos y sus brazos el terrible casco con penacho que
despedía amenazadoras llamas, la espada portadora del hado, la rígida coraza de
bronce, roja como la sangre, enorme, como cuando una grisácea nube se enciende
con los rayos del sol y resplandece a lo lejos; las flexibles grebas de electro
y oro dos veces fundido, la jabalina, y los indescriptibles relieves del
escudo.
Allí, el señor del
fuego, conocedor de las profecías de los adivinos y sabedor del provenir, había
cincelado las hazañas ítalas y los triunfos de los romanos; allí todo el linaje
de la futura estirpe de Ascanio, y sus guerras en el orden en que se había
llevado a cabo; había cincelado también, tendida en la verde gruta de Marte, a
la loba recién parida y, jugando en torno a ella, a los dos niños gemelos,
pendientes de sus ubres, y lamiendo impávidos a su madre, y a ésta con su
redondo cuello inclinado acariciando ora al uno ora al otro, y moldeando sus
cuerpos con su lengua. Y no lejos de allí había añadido a Roma y a las sabinas
arrebatadas de la gradería contra todo derecho de gentes durante la celebración
de los grandes juegos circenses, y la nueva guerra que repentinamente había surgido entre las huestes de Rómulo y
el anciano Tacio y los austeros ciudadanos de Cures. A continuación los reyes
mismos, abandonada de mutuo acuerdo la lucha, permanecían de pie armados y con
las páteras en la mano ante el altar de Júpiter y después de sacrificar una
cerda concertaban un tratado. Cerca, rápidas cuádrigas lanzadas en diversas
direcciones despedazaban a Mecio (¡Que no le mantuvieses fiel a tu palabra,
Albano!), y Tulo se llevaba las vísceras del embustero varón a través del
bosque y las zarzas bañadas por su sangre se humedecían. También Porsena daba
orden a los romanos de recibir a Tarquinio expulsado por ellos de su reino y
acosaba a la ciudad con temible asedio; los de Eneas corrían a las armas en
favor de la libertad. Podías ver a aquel con actitud indignada y amenazadora
porque Cocles se había atrevido a arrancar el puente y Clelia después de haber
roto las cadenas, atravesaba a nado el río. En lo alto del escudo estaba
Manlio, guardián de la fortaleza de Tarpeya, en pie delante del templo y
ocupaba la cima del Capitolio, y el palacio real de Rómulo, aún reciente,
mostraba su techumbre de paja. Y ahí un ganso de plata, revoloteando por los
dorados pórticos, anunciaba con su canto que los galos se acercaban a las
puertas. Los galos se aproximaban deslizándose entre los matorrales y,
protegidos por las tinieblas y el favor de la oscura noche, intentaban
apoderarse de la ciudad: sus cabellos son dorados y dorados sus vestidos, sus
listados capotes resplandecen, sus cuellos blancos como la leche están rodeados
de oro y protegiendo sus cuerpos con largos escudos cada uno de ellos blande en
su mano dos dardos alpinos. Aquí había modelado las danzas de los salios y a
los desnudos lupercos, los casquetes de lana y los escudos caídos del cielo;
las castas matronas conducían los objetos sagrados en ágiles carrozas a través
de la ciudad. Lejos de aquí también añade las mansiones del Tártaro, entradas
profundas de Plutón, y los castigos de los delitos, y a ti, Catilina,
suspendido de una amenazadora roca, mostrando horror ante los rostros de las
Furias, y a los piadosos, alejados. y a Catón, dictándoles leyes. En el centro
se perdía de vista la imagen dorada del ancho mar, pero las aguas azuladas se
cubrían con la espuma de blancas olas y en torno a ellas, blancos delfines de
plata, describiendo un círculo, barrían las aguas con sus colas y hendían la
superficie. En medio de éstos se podían ver broncíneas naves, el combate de
Accio, y se veía que, dispuesto Marte, toda la Leúcate hervía y que el oleaje
despedía un brillo de oro. de un lado, empujando al combate a los ítalos, en
pie en lo alto de la popa, estaba César Augusto con los senadores y el pueblo,
y los Penates y las grandes divinidades; sus sienes vomitan alegres dos llamas
y sobre su cabeza se distingue el astro de su padre. En otro lugar, Agripa,
desde arriba, conduce, secundado por los vientos y los dioses, un ejército; en
sus sienes resplandece una corona naval adornada con espolones, insigne
distinción de la guerra. Del otro, Antonio con sus fuerzas bárbaras y con
variadas armas regresando vencedor de los pueblos de la Aurora y del rojizo
litoral, trae consigo Egipto y las fuerzas de Oriente y a la alejada Bactra, y
le sigue (oh, vergüenza) su egipcia esposa. Todos corrían a una y toda la
superficie del mar agitada por los remos que los remos atraían hacia sí y por
los espolones de tres dientes se llenaba de espuma. Se dirigen a alta mar, se
podría pensar que las Cícladas desprendidas atravesaban a nado el oleaje y que
altos montes chocaban con otros montes: con tan enorme masa atacan los hombres
desde las popas sembradas de torres. estopa inflamada es lanzada por las manos,
las armas hacen volar el hierro, y los campos de Neptuno se enrojecen con una
mortandad nueva. en el centro la reina convoca a sus ejércitos con el sistro
patrio y no ve todavía a su espalda las dos serpientes. Las monstruosas
divinidades del Nilo y el ladrador Anubis, empuñaban las armas contra Neptuno y
Venus y contra Minerva. En medio del combate, Marte, cincelado en hierro, se
enfurece y descienden del cielo las funestas Furias y la alegre Discordia con
su manto rasgado y en pos de ella Belona con ensangrentado látigo. Al verlas
Apolo de Accio, tiende su arco desde lo alto: ante este terror todo Egipto y
los Indos, toda la Arabia y todos los Sabeos volvían la espalda. Se veía a la
misma reina, después de invocar a los vientos, desplegando las velas y
aflojando ya, ya casi, las cuerdas. El dios dueño del fuego la había
representado pálida por la muerte que le iba a sobrevenir, llevada por las olas
y por el Yápige en medio de la matanza y enfrente al Nilo de gigantesco curso
entristecido abriendo los pliegues de su toga y con todo su vestido desplegado
llamando a su azulado regazo y a sus oscuras ondas a los vencidos. César
transportado en triple triunfo en torno a los muros romanos consagraba a los
dioses ítalos trescientos enormes templos, ofrenda inmortal, en toda la ciudad.
Los caminos trepidaban de alegría, de juegos y de aplausos; en todos los
templos hay un coro de madres, en todos los altares; ante los altares los
novillos sacrificados cubren la tierra. Él mismo, sentado en el níveo umbral
del resplandeciente Febo, reconoce los presentes de los pueblos y los cuelga de
las soberbias puertas; los países vencidos avanzan formando una larga fila tan
distintos por el aspecto de sus vestidos y por sus armas como por sus lenguas.
Aquí había modelado Múlciber la raza de los Nómadas y a los africanos
disceñidos, en otra parte a los Léleges y a los Carios y a los Gelonos armados
con flechas; avanzaban el Eufrates con sus olas ya más apaciguadas y los Morinos
que ocupaban lo último del mundo y el bicorne Rin y los indomables Dahes y el
Araxes indignado con su puente.
Tales
acontecimientos contempla Eneas sobre la superficie del escudo de Vulcano,
regalo de su madre, e ignorante de los acontecimientos se alegra con aquella
representación, levantando sobre su hombro la gloria y los destinos de sus
descendientes.
ASAMBLEA DE DIOSES
Entretanto, se abren
las puertas del omnipotente Olimpo, y el padre de los dioses y rey de los hombres
convoca una asamblea en su sideral mansión, desde cuya altura contempla todas
las tierras, el campamento de los Dardánidas y los pueblos latinos. Se sientan
los dioses en el palacio abierto de par en par y él mismo comienza a hablar:
"Poderosos habitantes del cielo, ¿por qué habéis cambiado de idea y
combatís con ánimos tan encarnizados? Yo había prohibido que Italia entrase en
guerra con los Teucros...". Esto dijo Júpiter con pocas palabras; pero la
dorada Venus le respondió más largamente: "Oh, padre, eterno poder que
gobierna a los hombres y el mundo (pues ¿qué otra cosa hay que podamos ya
implorar?), ¿ves cómo nos escarnecen los Rútulos y cómo Turno a lomos de sus
extraordinarios caballos se pasea por entre ellos y corre ensoberbecido por el
favor de Marte?... Si los troyanos se han dirigido a Italia sin tu aprobación y
contra tu voluntad, que expíen su pecado y no les proporciones ninguna ayuda;
pero si lo hicieron siguiendo tantos vaticinios como les enviaban los dioses
Superiores y los Manes, ¿por qué ahora alguien puede trastocar tus órdenes o
establecer nuevos destinos?...". Entonces la regia Juno movida por un gran
furor dijo: "¿Por qué me obligas a romper mi profundo silencio y a
divulgar con mis palabras el dolor que he tratado de ocultar? ¿Quién de los
dioses o de los hombres obligó a Eneas a emprender la guerra o a enfrentarse
como enemigo al rey Latino?... Tú puedes sustraer a Eneas de entre las manos de
los griegos y ofrecer en lugar del héroe una niebla y vacíos vientos, y puedes
convertir las naves en otras tantas ninfas: ¿es un crimen que frente a esto
nosotros proporcionemos alguna ayuda a los Rútulos?...".
Con estas palabras
hablaba Juno y todos los habitantes del cielo murmuraban manifestando
sentimientos diversos,... Entonces el Padre omnipotente, soberano dueño de las
cosas, toma la palabra (mientras él habla la elevada mansión de los dioses
permanece silenciosa y, en el fondo, la tierra se estremece, el alto éter
guarda silencio, los céfiros se aplacaron y el mar abate sus olas plácidamente):
"Recoged y grabad, pues, en vuestros ánimos lo que voy a decir. Puesto que
no es posible que los Ausonios se unan mediante un pacto con los Teucros y
vuestra discordia no tiene fin, yo no manifestaré ninguna preferencia con
respecto a la suerte que sobrevenga hoy a cada uno de los dos pueblos o a la
esperanza que cada uno de ellos abrigue, sea troyano o rútulo, ya se vea
sitiado el campamento porque así lo quieren los destinos de los ítalos, o por
un mal error de Troya, o debido a funestos avisos. Y no excluyo a los Rútulos:
que cada uno sufra la suerte y los sufrimientos que se hayan procurado; el rey
Júpiter será el mismo pata todos. Los destinos encontrarán su camino". Lo
afirmó por las aguas de su hermano del Estige y por el ardiente río de pez y
negro torbellino, y con el movimiento de su cabeza se estremeció todo el
Olimpo. Estas fueron sus últimas palabras. Entonces Júpiter se levanta de su
dorado trono y los celícolas rodeándole le acompañan hasta el umbral.
COMBATE FINAL: TURNO ES VENCIDO Y MUERTO
Mientras él vacila,
Eneas blande el dardo fatal, buscando con sus ojos un lugar favorable, y lo
lanza desde lejos con toda la fuerza de su cuerpo: Nunca vibran así las piedras lanzadas por una máquina de
guerra, ni saltan los rayos con tan fuerte crepitar. La jabalina vuela, como un
negro torbellino, llevando una terrible muerte y abre los bordes de la coraza y
los bordes del escudo de siete láminas. Silbando le atraviesa el centro del
muslo. Turno, golpeado, doblando la rodilla, cae a tierra, enorme... Él , en
tierra, tendiendo suplicante los ojos y su diestra implorante, dice:
Ciertamente lo he merecido, y no suplico... Venciste y los Ausonios me han
visto tender las manos vencido; Lavinia es tu esposa; no lleves más lejos tu
odio". Eneas. haciendo girar sus ojos, se mantiene erguido, duro bajo sus
armas, y contiene su diestra; y ya, ya vacilaba cada vez más, y las palabras
del joven habían comenzado a doblegarle, cuando sobre los hombros de Turno
aparecen el tahalí y el brillante cinturón de conocidos clavos de Palante, a
quien Turno había derribado vencido por una herida y cuyas insignias enemigas
llevaba sobre los hombros. Eneas, cuando clavó los ojos en aquel monumento de
su cruel dolor y en los despojos, encendido por la furia y terrible de cólera,
dice: "¿Vas a escapar de mí tú, recubierto con los despojos de los míos?
Palante, Palante te inmola con esta herida y toma venganza en tu sombra
criminal". Y diciendo esto, clava ardiente su espada en el pecho de su
enemigo. Los miembros de Turno se relajan con el frío de la muerte, y su alma
indignada huye con un gemido al reino de las sombras.