TEXTOS

LOS MILESIOS

 

ANAXIMANDRO

 

El "principio" y elemento de todas las cosas es "lo infinito"... Ahora  bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí se produce también la destrucción, según la necesidad; en efecto, "pagan la culpa unas a otras y la reparación de la injusticia, según el ordenamiento del tiempo".

 

Lo infinito... "que nunca envejece".

 

El sol es... semejante a la "rueda" de un carro, tiene el borde "hueco"...  y se hace manifiesto... como a través de un "torbellino ígneo entubado".

 

ANAXÍMENES

 

Lo comprimido y condensado es frío y lo raro y relajado es caliente.

Así como nuestra vida, al ser aire, nos mantiene cohesionados, el soplo y aire abarca a todo el cosmos.

El sol es plano como una lámina.

La tierra... cabalga en el aire.

 

LOS PITAGÓRICOS

En efecto, era doble la forma de la enseñanza. Algunos de los que ingresaban eran llamados "matemáticos", otros "acusmáticos". "Matemáticos" eran los que se compenetraban más a fondo y eran instruidos con rigor acerca del fundamento de la ciencia. Los "acusmáticos", en cambio, atendían sólo a instrucciones compendiadas de los libros, sin una descripción rigurosa.

Porfirio,Vida de Pitágoras,37

 

-Desvíate de los caminos reales y camina por senderos.

-El fuego no lo avives con un cuchillo.

-Al hombre que trata de levantar un fardo, ayúdalo a levantarlo, pero no unas tus fuerzas al que va a dejarlo en el suelo.

-Al calzarte, presenta primero el pie derecho, al lavarte los pies, el izquierdo.

-De temas pitagóricos no hables sin luz.

-No orines en dirección al sol.

-Cría un gallo, pero no lo sacrifiques, pues está consagrado a la luna y al sol.

-No te dejes poseer por una risa incontenible.

-No comas sesos.

Yámblico,Protréptico,21, Fragmentos 4,8,10,11,12,15,17,26,30,31

 

HERÁCLITO

 

Aunque esta razón existe siempre, los hombres se tornan incapaces  de comprenderla, tanto antes de oírla como una vez que la han oído.  En efecto, aun cuando todo sucede según esta razón, parecen inexpertos al experimentar con palabras y acciones tales como las que yo  describo, cuando distingo cada una según la naturaleza y muestro cómo es; pero a los demás hombres les pasan inadvertidas cuantas  cosas hacen despiertos, del mismo modo que les pasan inadvertidas cuantas hacen mientras duermen.

 Fg. 1(S. E., Avd. Math. VII 132)

 

Muerte es cuantas cosas vemos al despertar, sueño cuantas vemos al dormir.

Fg. 21 (CLEM., Strom. III 21)

 

Este mundo, el mismo para todos, ninguno de los dioses ni de los hombres lo ha hecho, sino que existió siempre, existe y existirá en tanto fuego siempre vivo, encendiéndose con medida y con medida apagándose.

Fg. 30 (CLEM., Strom. V 104-SIMPL., Del Cielo 294, 4)

 

 

Para las almas es muerte convertirse en agua; para el agua es muerte convertirse en tierra; pero de la tierra nace el agua y del agua el alma.

Fg. 36 (CLEM., Strom. VI 17)

           

Mucha erudición no enseña comprensión; si no, se le habría enseñado a Hesiodo y a Pitágoras y, a su vez, tanto a Jenófanes como a  Hecateo.

Fg. 40 (D. L., IX 1)

 

El mar es el agua más pura y más contaminada: para los peces es potable y saludable; para los hombres, impotable y mortífera.

Fg. 61 (HIPÓL., IX 10,5)

 

Inmortales los mortales, mortales los inmortales; pues aquéllos viven la muerte de éstos, y éstos mueren la vida de aquéllos.

Fg. 62 (HIPÓL., IX 10, 6)

 

El hombre es infantil ante Dios, lo mismo que el niño ante el hombre.

Fg. 79 ( ORÍg., C. Celso VI 12)

 

El mono más bello es feo al compararlo con la especie humana.

Fg. 82 (PLATÓN, H. Mayor 289a-b)

 

El más sabio de los hombres, ante Dios, parece un mono en sabiduría, belleza y todo lo demás.         

Fg. 83 (PLATÓN, H. Mayor 289a-b)

 

Para el dios todas las cosas son bellas y justas, mientras los hombres han supuesto que unas son injustas y otras justas.

Fg. 102 (PORF., Cuest. Hom. a Il. IV 4)

           

Lo frío se calienta, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se humedece.

Fg. 126 (Tzetzes, Escolio a Exég. II, 11)

 

-Penetramos en los mismos ríos y no penetramos, somos y no somos.

-El fuego vive la muerte de la tierra y el aire vive la muerte del fuego; el agua vive la muerte del aire y la tierra la del agua.

-Es lo mismo lo viviente y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo viejo; pues estas cosas transformadas son aquéllas y aquéllas, de nuevo transformadas, son éstas."

Fragmentos

 

PARMÉNIDES

 

Las yeguas que me llevan tan lejos como mi animo alcance me transportaron cuando, al conducirme, me trajeron al camino, abundante en signos, de la diosa, el cual guía en todo sentido al hombre que sabe... Y la diosa me recibió benévola, tomó mi mano derecha entre la suya, y me habló con estas palabras: "¡Oh, joven, que en compañía de inmortales aurigas

y las yeguas que te conducen llegas hasta nuestra morada, bienvenido! Pues no es un hado funesto quien te ha enviado a andar por este camino (está apartado, en efecto, del paso de los hombres), sino Temís y Dike. Y ahora es necesario que te enteres de todo: por un lado, el corazón inestremecible de la verdad bien redonda; por otro, las opiniones de los mortales, para las cuales no hay fe verdadera. Pero igualmente aprenderás también tales cosas; como lo que se les aparece al penetrar todo, debe existir admisiblemente."

Fragmento,1.1‑3 y 22‑32 DK

 

"Pues bien, yo diré, guarda tú la palabra después de haberla oído, cuáles son las únicas vías de investigación pensables: la una es que es y no es no ser, es la vía de la Persuasión, pues sigue a la verdad; la otra es que no es y es por necesidad no ser, te digo que ésta es una vía impracticable: pues no conocerías lo no ente, ya que no es posible, ni lo expresarías."

 Vía de la Verdad

 

Observa cómo, estando ausentes, para el pensamiento las cosas están presentes. Pues no se interrumpirá la cohesión del ente con el ente, ya sea dispersándolo en todo sentido, totalmente en orden, o bien combinándolo.

Fg. 4 (CLEM., Strom. V 15)

           

Ni te fuerce hacia este camino la costumbre muchas veces intentada de dirigirte con la mirada perdida y con el oído aturdido y con la lengua, sino juzga con la razón el muy debatido argumento narrado por mí.

Fg. 7 (S. E., Adv. Math. VII 111)

 

"...A partir de aquí las opiniones de los mortales aprende, escuchando el orden engañoso de mis palabras, pues decidieron dar nombre de forma a dos conocimientos de los cuales es necesario que no sea uno solo, en esto se extraviaron, los consideraron opuestos en su estructura y les asignaron atributos distintos por separado, por una parte el etéreo fuego de la llama que es dulce, muy leve, igual por todas partes a sí misma pero distinta de lo otro; pero lo otro de suyo es lo contrario, noche tenebrosa, figura maciza y pesada. Te declaro esto como un orden de cosas aparentemente verosímil en todo para que no te aventaje nunca ninguna opinión de los mortales."

Vía de la opinión

 

Cómo la tierra, el sol y la luna, también el éter común, la Vía Láctea y el Olimpo insuperable, así como la fuerza cálida de los astros, son impulsados a nacer.

Fg. 11 (SIMPL., Del Cielo 559, 21-24)

 

Cuando una mujer y un varón mezclan gérmenes de Amor, el poder que se forma en las venas de sangre diferente modela cuerpos bien creados, si se conserva la proporción; pues si en la semilla mixta pugnan poderes y no logran la unidad en el cuerpo mixto, cruelmente atormentarán al sexo que nace de un germen doble.

Fg. 18 (CELIO AUREL., Morb. Chron. IV 9)

 

ANAXÁGORAS

 

Dentro de lo pequeño, en efecto, no existe lo mínimo, sino que siempre hay algo menor, ya que no es posible que el ser no sea. Pero es que también dentro de lo grande hay siempre algo mayor, y es igual a lo pequeño en cantidad, dado que cada cosa en relación consigo misma es grande y pequeña.

Fragmentos,3

 

Decía que en la misma semilla hay pelos, uñas, venas, arterias, nervios y huesos; resultan invisibles por la pequeñez de sus partes, pero, al crecer, se van dividiendo poco a poco. En efecto, dice, ¿cómo se generaría pelo de lo que no es pelo y carne de lo que no es carne? Y hacía tal afirmación no sólo acerca de los cuerpos, sino también de los colores. Pues hay negro en lo blanco y blanco en lo negro. Lo mismo suponía con respecto a los pesos, al opinar que lo ligero está mezclado a lo pesado y éste, a su vez, con aquel.

Fragmentos,10

 

Las demás cosas tienen una porción de todo, pero el Intelecto es infinito, autónomo y no está mezclado con ninguna cosa, sino que está solo y por sí mismo. Y es que, si no existiera por sí mismo, sino que estuviera mezclado con alguna otra cosa, tendría una parte de todas las cosas, caso de estar mezclado con alguna, pues en todo hay una porción de todo, como al principio he comentado. Y las cosas mezcladas lo obstaculizarían tanto como para no dejarlo prevalecer sobre ninguna cosa, como sí que lo hace estando solo por sí mismo. Y es que es la más sutil y la más pura de todas las cosas, tiene todo el conocimiento sobre cada cosa y el mayor poder. Y cuantas cosas tienen alma, tanto las mayores como las menores, a todas las gobierna el Intelecto. También gobernó el Intelecto toda la rotación, de manera que girase al principio. Empezó a girar al principio, a partir de una zona pequeña. Ahora gira en una mayor y girará en otra aún mayor. Tanto las cosas mezcladas, como las separadas y divididas, a todas las conoció el Intelecto, y cuantas iban a ser y cuantas eran, pero ahora no son, y cuantas ahora son y cuantas serán, a todas el Intelecto las dispuso ordenadamente, así como a esta rotación en la que giran ahora los astros, el sol, la luna, el aire y el éter que se están separando. La propia rotación hizo que se separaran: de lo raro se separó lo denso; de lo frío, lo cálido; de lo tenebroso, lo brillante, y de lo húmedo, lo seco. Hay muchas porciones de muchas cosas, pero completamente separadas y divididas una de otra no está ninguna, salvo el Intelecto. El Intelecto es en todo semejante, tanto el mayor como el menor. Ninguna otra cosa es semejante a ninguna otra, sino que cada cosa es evidentemente y era aquello de lo que hay más.

Fragmentos,12

 

DEMÓCRITO

 

-Por convención son lo dulce y lo amargo, lo caliente y lo frío, por convención es el color; de verdad existen los átomos y el vacío... En realidad no aprehendemos nada con exactitud, sino sólo en sus cambios según la condición de nuestro cuerpo y de las cosas que sobre él percuten o le ofrecen resistencia.

 

-Hay dos formas de conocimiento, la una genuina y la otra oscura. A la oscura pertenece todo lo siguiente: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La otra es genuina y totalmente distinta de ésta... Cuando la forma oscura no puede seguir viendo con mayor detalle ni oír, ni oler, ni gustar, ni percibir a través del tacto, sino más sutilmente.

 

-El hombre bondadoso, ávido de acciones justas y de acuerdo con la ley, está gozoso de día y de noche, es fuerte y está libre de cuidados; al que no se preocupa, en cambio, de la justicia y no hace las cosas que se deben hacer, ninguna de ellas le produce alegría cuando se acuerda de alguna, está lleno de temor y se reprocha a sí mismo.

 

-La felicidad no reside ni en los ganados ni en el oro; es el alma la morada del genio bueno o malo.

 

-El mejor consejo para cualquiera que sienta el deseo de engendrar un  hijo es que lo tome de cualquiera de sus amigos; tendrá el hijo que desea, ya que puede escoger el tipo que quiera...; si, en cambio, le  engendra él directamente, está expuesto a muchos peligros, pues deberá aceptarlo como resulte.

Fragmentos,9,11,174,171 y 277 DK

 

-La medicina sana las enfermedades del cuerpo, mas la sabiduría libera al alma de padecimientos.

 

-La unión sexual es una pequeña apoplejía. Pues el hombre se sale del hombre y se ve desgarrado como si una especie de golpe lo partiera en dos.

 

-El hombre es un mundo en miniatura.

 

-Es hermoso evitar que otro cometa injusticia, pero si no, también lo es no ser cómplice de la injusticia.

 

-Ni en el cuerpo ni en las riquezas hallan los hombres su felicidad, sino en la integridad y la cordura.

 

-Muchos son los que sin haber aprendido la razón de las cosas viven de acuerdo con la razón.

 

-Vivir no merece la pena para quien no tiene ni siquiera un buen amigo.

 

-La belleza del cuerpo es como de un animal si por debajo no hay inteligencia.

 

-Al rascarse disfrutan los hombres y les sucede lo mismo que cuando hacen el amor.

 

-El ombligo es lo primero que se configura en la matriz, como fondeadero contra la sacudida y el descarrío; una amarra y un rodrigón para el fruto que se está engendrando y para el venidero.

 

-(El animal) sabe lo que necesita y cuánto necesita. El (el hombre), en cambio, aunque lo necesita, no lo sabe.

 

-Quedarse dormido de día indica trastorno del cuerpo, preocupación del alma, pereza o mala educación.

 

-La vejez es una incapacidad absoluta: todo se tiene y de todo se carece

Fragmentos,31,32,34,38,40,53,99,105,127,148,198 y 296

 

PLATÓN

 

Mito de la caverna.

           

I.-Después de esto -añadí-, represéntate la naturaleza humana en la siguiente coyuntura, con relación a la educación y a la falta de ella. Imagínate una caverna subterránea, que dispone de una larga entrada para la luz a todo lo largo de ella, y figúrate unos hombres que se encuentran ahí ya desde la niñez, atados por los pies y el cuello, de tal modo que hayan de permanecer en la misma posición y mirando tan sólo hacia adelante, imposibilitados como están por las cadenas de volver la vista hacia atrás. Pon a su espalda la llama de un fuego, y entre el fuego y los cautivos un camino eminente flanqueado por un muro, semejante a los tabiques que se colocan entre los charlatanes y el público para que aquéllos puedan mostrar, sobre ese muro, las maravillas de que disponen.

           

-Ya me imagino eso -dijo.

           

-Pues bien: observa ahora a lo largo de ese muro unos hombres que llevan objetos de todas clases que sobresalen sobre él, y figuras de hombres o de animales, hechas de piedra, de madera y de otros materiales. Es natural que entre estos portadores unos vayan hablando y otros pasen en silencio.

 

-¡Extrañas imágenes describes -dijo- y extraños son también esos prisioneros!

           

-Sin embargo, son semejantes en todo a nosotros -observé-. Porque, ¿crees en primer lugar que esos hombres han visto de sí mismos o de otros algo que no sea las sombras proyectadas por el fuego en la caverna, exactamente enfrente de ellos?

           

-¿Cómo -dijo- iban a poder verlo, si durante toda su vida se han visto obligados a mantener inmóviles sus cabezas?

           

-¿Y no ocurrirá lo mismo con los objetos que pasan detrás de ellos?   

 

-Desde luego.

           

-Si, pues, tuviesen que dialogar unos con otros, ¿no crees que convendrían en dar a las sombras que ven los nombres de las cosas?

           

-Por fuerza.

           

-Pero supón que la prisión dispusiese de un eco que repitiese las palabras de los que pasan. ¿No crees que cuando hablase alguno de éstos pensarían que eran las sombras mismas las que hablaban?

           

-¿No, por Zeus! -dijo.

           

-Ciertamente -indiqué-, esos hombres tendrían que pensar que lo único verdadero son las sombras.

           

-Con entera necesidad -dijo.

           

-Considera, pues -añadí-, la situación de los prisioneros, una vez liberados de las cadenas y curados de su insensatez. ¿Qué les ocurriría si volviesen a su estado natural? Indudablemente, cuando alguno de ellos quedase desligado y se le obligase a levantar súbitamente, a torcer el cuello y a caminar y a dirigir la mirada hacia la luz, haría todo esto con dolor, y con el centelleo de la luz se vería imposibilitado de distinguir los objetos cuyas sombras percibía con anterioridad. ¿Qué crees que podría contestar ese hombre si alguien le dijese que entonces sólo veía bagatelas y que ahora, en cambio, estaba más cerca del ser y de objetos más verdaderos? Supón además que al presentarle a cada uno de los transeúntes, le obligasen a decir lo que es cada uno de ellos. ¿No piensas que le alcanzaría gran dificultad y que juzgaría las cosas vistas anteriormente como más verdaderas que las que ahora se le muestran?

           

-Sin duda alguna -contestó.

 

II.-Y si, por añadidura, se le forzase a mirar a la luz misma, ¿no sentiría sus ojos doloridos y trataría de huir, volviéndose hacia las sombras que contempla con facilidad y pensando que son ellas más reales y diáfanas que todo lo que se le muestra?

           

-Eso ocurriría -dijo.

           

-Y si ahora le llevasen a la fuerza por la áspera y escarpada subida y no le dejasen de la mano hasta enfrentarle con la luz del sol, ¿no sufriría dolor y se indignaría contra el que le arrastre, y luego, cuando estuviese ante la luz, no tendría los ojos hartos de tanto resplandor, hasta el punto de no poder ver ninguno de los objetos que llamamos verdaderos?

           

-Es claro que, de momento, no podría hacerlo -dijo.

           

-Solo la fuerza de la costumbre, creo yo, le habituaría a ver las cosas de lo alto. Primero, distinguiría con más facilidad las sombras, y después de esto, las imágenes de los hombres y demás objetos, reflejados en las aguas; por último, percibiría los objetos mismos. En adelante, le resultaría más fácil contemplar por la noche las cosas del cielo y el mismo cielo, mirando para ello a la luz de las estrellas y a la luna, que durante el día el sol y todo lo que a él pertenece.

 

-¿Cómo no?

-Y finalmente, según yo creo, podría ver y contemplar el sol, no en sus imágenes reflejadas en las aguas, ni en otro lugar extraño, sino tal cual es.

           

-Necesariamente -dijo.

 

-Entonces, ya le sería posible deducir, respecto al sol, que es él quien produce las estaciones y los años y endereza a la vez todo lo que acontece en la región visible, siendo, por tanto, la causa de todas las cosas que se veían en la caverna.

           

-Está claro -dijo- que después de esto aquello vendría a parar en estas conclusiones.

           

-Pues qué, ¿qué ocurriría cuando recordase su primera morada y la ciencia de que tanto él como sus compañeros de prisión disfrutaban allí? ¿No crees que se regocijaría con el cambio y que compadecería la situación de aquéllos?

 

-Desde luego.

           

-¿Y te parece que llegaría a desear los honores, las alabanzas o las recompensas que se concedían en las cavernas a los que demostraban más agudeza al contemplar las sombras que pasaban y acordarse con más certidumbre del orden que ocupaban, circunstancia más propicia que ninguna otra para la profecía del futuro? ¿Podría sentir envidia de los que recibiesen esos honores o disfrutasen de ese poder, o experimentaría lo mismo que Homero, esto es, que preferiría más que nada "ser labriego al servicio de otro hombre sin bienes" o sufrir cualquier otra vicisitud que sobrellevar la vida de aquéllos en un mundo de mera opinión?

           

-A mi juicio -dijo-, aceptaría vivir así antes que amoldarse a una vida como la de aquéllos.

           

-Pues ahora medita un poco en esto -añadí-. Si vuelto de nuevo a la caverna, disfrutase allí del mismo asiento, ¿no piensas que ese mismo cambio, esto es, el abandono súbito de la luz del sol, deslumbraría sus ojos hasta cegarle?

           

-En efecto -dijo.

           

-Supón también que tenga que disputar otra vez con los que continúan en la prisión, dando a conocer su parecer sobre las sombras en el momento en que aún mantiene su cortedad de vista y no ha llegado a alcanzar la plenitud de la visión. Desde luego, será corto el tiempo de habituación a su nuevo estado, pero ¿no movería a risa y no obligaría a decir que, precisamente por haber salido fuera de la caverna había perdido la vista, y que, por tanto, no convenía intentar esa subida? ¿No procederían a dar muerte, si pudiesen cogerle en sus manos y matarle, al que intentase desatarles y obligarles a la ascensión?

 

-Sin duda -dijo.

           

III.-Pues bien, mi querido Glaucón -dije-: toda esta imagen debe ponerse en relación con lo dicho anteriormente; por ejemplo, la realidad que la vista nos proporciona con la morada de los prisioneros, y esa luz del fuego de que se habla con el poder del sol. No te equivocarás si comparas esa subida al mundo de arriba y la contemplación de las cosas que en él hay, con la ascensión del alma hasta la región de lo inteligible. Este es mi pensamiento que tanto deseabas escuchar. Sólo Dios sabe si está conforme con la realidad. Pero seguiré dándotelo a conocer: lo último que se percibe, aunque ya difícilmente, en el mundo inteligible es la idea del bien, idea que, una vez percibida, da pie para afirmar que es la causa de todo lo recto y hermoso que existe en todas las cosas. En el mundo visible ha producido la luz y el astro señor de ésta, y en el inteligible, la verdad y el puro conocimiento. Conviene, pues, que tenga los ojos fijos en ella quien quiera proceder sensatamente tanto en su vida pública como privada.

           

-Convengo contigo -afirmó- en la medida en que ello me es posible.

           

-Tendrás que convenir también -dije yo- que no hay razón para extrañarse de que los que han llegado a esa contemplación no deseen ocuparse ya de las cosas humanas y anhelen más que sus almas asciendan a lo alto. Parece lógico que ocurra así si lo que digo se muestra de acuerdo con la imagen ya referida.

           

-Lógico de todo punto -dijo.

           

-Pues qué, ¿juzgas extraño -pregunté- que al pasar un hombre de la contemplación de las cosas divinas a las miserias humanas, obre torpemente y caiga en el más deplorable de los ridículos cuando, con toda su cortedad de vista y no suficientemente habituado a las tinieblas, se vea obligado a discutir sobre las sombras de lo justo o las imágenes de que son reflejo esas mismas sombras, e incluso a luchar por esa causa, precisamente con quienes no han tenido ocasión de admirar la justicia en sí?

           

-Nada extraño me parece -dijo.

           

-Creo, por el contrario -proseguí-, que cualquier hombre sensato recordará que dos son las maneras y dos son las causas que producen la turbación  de los ojos: una, el pasar de la luz a la oscuridad; otra, el pasar de la oscuridad  a la luz. Seguro que no se echará a reír sin más, luego que haya pensado que  en la misma situación se encuentra el alma cuando se turba y no puede distinguir los objetos; entonces comprobará que al porvenir le produce esa ceguera, o que, al pasar de una mayor ignorancia a una mayor claridad, se ve deslumbrada por el resplandor de ésta. De igual modo, la primera alma le parecerá feliz   por su conducta y por su vida, y la segunda le moverá a compasión, tanto que, aunque quiera reírse de ella, lo hará con menos burla que si se dirigiera al alma que desciende de la región de la luz.

           

-Parece muy atinado lo que dices -asintió.

           

IV.-Conviene, pues -dije yo-, si esto que se dice es verdad, formular la siguiente conclusión: que la educación no hemos de entenderla como nos la prescriben algunos. Dicen éstos que podrían proporcionar la ciencia al alma que carece de ella, igual que si se tratase de dar luz a unos ojos ciegos.

           

-Sí, eso dicen -afirmó.

           

-Mas -observé-, la discusión que sostenemos nos hace ver que esta facultad del alma de cada uno y el órgano con el que aprende, a semejanza de lo que ocurre con el ojo que no puede volverse de las tinieblas a la luz como no sea moviendo la totalidad del cuerpo, han de acompasarse con el alma y apartarse de lo que nace en pos de alcanzar la contemplación del ser y de la parte más luminosa de éste. Y decimos que no es otra cosa que el bien, ¿no es así?

 

-Sí.

 

-Habrá, pues --dije-, que precisar cuál será el arte que más convenga, por su utilidad y eficacia, para la rotación de que hablamos. Es claro que este arte no producirá la visión, sino que tratará de enderezar el órgano que, teniendo vista, no se ordena ni mira hacia donde debe.

 

-Eso parece -afirmó.

           

-En cuanto a las demás virtudes, las llamadas virtudes del alma, quizá sean bastante cercanas a las del cuerpo. No hay duda, por lo pronto, de que aun no existiendo en un principio, podrán ser producidas más adelante con ayuda de la costumbre y del ejercicio. La virtud del conocimiento, según parece, es de una naturaleza algo más divina, que jamás hace dejación de su poder; su utilidad y su ventaja, o su inutilidad y su perjuicio, dependerán del giro que se le dé. ¿O no has observado por ventura con qué penetración procede el alma de esos hombres perversos, pero inteligentes, y con qué agudeza se aplica a lo que le interesa, justamente porque no tiene mala vista y debe servir por fuerza a la maldad, de modo que, la medida de también de los males que cometa el esa misma agudeza de su mirada, lo será también de los males que cometa el alma.

 

-Naturalmente -contestó.

           

-Sin embargo -proseguí-, si ya desde la infancia se procediese a una poda radical de esas tendencias innatas que, como bolas de plomo y empujadas por la glotonería y otros placeres por el estilo, inclinan hacia abajo la visión del alma; si, liberada de ellas, se volviese, en cambio, hacia la verdad, esa alma de esos mismos hombres la vería con gran agudeza, no de otro modo que las cosas que ahora ve.

           

-En efecto -dijo.

           

-Pues qué -pregunté-, ¿no es natural y se deduce necesariamente de todo lo dicho con anterioridad que ni los faltos de educación y alejados de la verdad resultan adecuados en ninguna ocasión para regentar la ciudad, ni tampoco los que emplean todo su tiempo en el estudio? Los primeros, porque no tienen en su vida objetivo alguno que regule todas las actividades que deben desarrollar tanto en sus relaciones públicas como privadas; los segundos, porque no consentirán en ello voluntariamente, creyendo que viven ya en las islas de los bienaventurados.

           

-Es verdad -dijo.

 

-Corresponde, pues, a nosotros -añadí- obligar a los hombres de mejor condición a que se apliquen al conocimiento que antes considerábamos como el más importante, con objeto de que contemplen el bien y practiquen la ascensión aquélla. Luego, después de haber realizado la subida y contemplado de manera suficiente el bien, no podrá permitírseles lo que ahora se les permite.

 

-¿Y qué es eso?

           

-El que permanezcan en la situación referida, sin querer bajar de nuevo hasta la caverna de los prisioneros ni participar en los trabajos y en los honores de éstos, sean de poco o de menos valor.

Platón,La República, VII,Mito de la caverna

 

Exposición y defensa por Sócrates de la doctrina de que el hombre es medida de todas las cosas.

 

Yo, por mi parte, afirmo que la verdad es tal como lo tengo escrito. Efectivamente,   cada uno de nosotros es medida de lo que es y de lo que no es y la diferencia entre un hombre y otro es enorme precisamente porque para el uno son y aparecen unas cosas y para el otro otras. Y estoy muy lejos de negar que existe la sabiduría y los hombres sabios si bien llamo sabio precisamente a aquél que nos hace cambiar consiguiendo que para cualquiera de nosotros aparezca y sea bueno aquello que nos aparece y es malo. Y no trates de juzgar esta definición jugando con las palabras, sino trata de comprender más claramente aún lo que pretendo decir. Recuerda lo que ya se ha dicho anteriormente, cómo para el que está enfermo el alimento es y aparece amargo, mientras que para quien está sano es y aparece lo contrario. Pues bien, no hay por qué considerar que el uno es más sabio que el otro, pues esto es imposible, ni se ha de afirmar que el enfermo no sabe porque opina de tal modo mientras que el sano es sabio porque opina de tal otro modo: lo que ha de procurarse es que aquél cambie de estado, ya que el otro estado es mejor. De igual modo, con la educación ha de procurarse el cambio desde el estado peor al mejor. Ahora bien, mientras el médico produce el cambio por medio de fármacos, el sofista lo procura mediante discursos. Nadie, pues, puede hacer que quien piensa lo falso venga a tener opiniones verdaderas, ya que ni es posible pensar lo que no es ni tampoco pensar nada que no se experimente y lo que se experimenta siempre es verdadero. Más bien sostengo que se trata de hacer que quien opina de acuerdo con una disposición perjudicial del alma llegue a tener las opiniones opuestas y conformes a una disposición provechosa de la misma, opiniones éstas que por ignorancia algunos llaman verdaderas: yo, por mi parte, considero que unas opiniones son mejores que otras, pero no que sean más verdaderas en absoluto. Y por lo que se refiere a los sabios, amigo Sócrates, lejos de llamarlos ranas, llamo médicos a aquéllos que se ocupan de los cuerpos y agricultores a los que se ocupan de las plantas. Y es que afirmo que también éstos últimos hacen que las plantas cuando están enfermas, dejen de tener sensaciones perjudiciales y adquieran estados y sensaciones provechosas y saludables, así como los oradores sabios y buenos hacen que a las ciudades les parezca justo lo provechoso en vez de lo perjudicial. Y es que aquellas cosas justas y honorables a cada ciudad son justas y honorables para ella mientras piensen que lo son. El sabio, por su parte, cuando resultan perjudiciales, hace que sean y parezcan provechosas. Por la misma razón también el sofista es capaz de educar a sus discípulos de este modo y por ello es sabio y merece recibir un salario elevado por parte de aquellos a quienes educa. Y de este modo resulta que unos son más sabios que otros por más que ninguno tenga opiniones falsas y tú, quiéraslo o no, has de aceptar que eres medida. En efecto, estas consideraciones ponen a salvo mi doctrina.

Platón, Teeteto 166D-167D

 

Conocer es recordar las ideas y referir a ellas los objetos sensibles. Vinculación de la inmortalidad del alma a esta teoría.

 

-También -dijo Cebes tomando la palabra- de acuerdo con aquel argumento que acostumbras a repetir según el cual nuestro aprender no es otra cosa que recordar, si es verdadero, de tal argumento se sigue necesariamente que en algún momento anterior hemos tenido que aprender lo que recordamos. Ahora bien, esto último no podría suceder a menos que nuestra alma haya existido en algún lugar antes de encarnarse en esta forma humana. Conque también desde este punto de vista el alma parece ser algo inmortal.

           

-Pero, Cebes -repuso Simias-, ¿cuáles son las pruebas de todo ello? Recuérdamelas ya que por el momento no acabo de recordarlas.

           

-Se trata -contestó Cebes- de un único y precioso argumento: que las personas cuando son interrogadas acerca de algo, si se las interroga del modo conveniente, son capaces de acertar por sí mismas con la respuesta adecuada. Ahora bien, no serían capaces de hacerlo si no poseyeran ya de antemano dentro de sí el conocimiento y el juicio recto que exhiben. Y si además se las pone ante dibujos geométricos o ante alguna otra representación similar, entonces se pone de manifiesto clarísimamente que esto sucede como digo.

           

-Si este modo de argumentar -terció, Sócrates- no te convence, Simias, considera las cosas de este otro modo y mira a ver si así terminas por opinar como nosotros. Tu incredulidad se refiere a cómo lo que llamamos aprender puede consistir en recordar, ¿no es así?

           

-No es exactamente incredulidad por mi parte -respondió Simias-. Más bien, lo que pediría es experimentar en mí mismo este proceso al que se refiere el argumento y por tanto, que se me haga recordar. Ya las anteriores indicaciones de Cebes me han hecho recordar y estoy casi del todo convencido. Lo cual no obsta para que atienda con sumo gusto al modo en que tú pretendías ahora plantear la cuestión.

 

-Del siguiente modo -dijo Sócrates-. ¿Estamos de acuerdo en que para que alguien recuerde algo tiene que haberlo sabido con anterioridad en algún momento?   

 

-Totalmente de acuerdo -dijo Simias.

           

-¿Y estamos también de acuerdo en que cuando el conocimiento se produce del modo que diré, es un acto de recordar? Me refiero a cuando se produce del siguiente modo: cuando al ver u oír algo o al tener alguna percepción no solamente se conoce lo percibido sino que además se piensa en otra cosa que no es objeto  del mismo acto de conocer sino de otro, ¿no decimos con razón que se recuerda aquello en que se ha pensado?

           

-¿Cómo dices?

           

-Por ejemplo, el conocimiento de un hombre y el de una lira ¿son distintos?   

 

-Por supuesto.

           

-Y sin duda sabes que a los enamorados cuando ven la lira o el manto o cualquier otra pertenencia de su amado les ocurre lo mismo: reconocen la lira y en su pensamiento aparece la imagen del muchacho al que pertenece. Pues bien, esto es recordar. Al igual que viendo a Simias uno se acordaría de Cebes. Y cabría aducir mil casos semejantes.

 

-Mil, sin duda, por Zeus -repuso Simias.

           

-Así pues -dijo Sócrates-, ¿un proceso tal no es recordar? Y sobre todo, ¿no es recordar cuando ocurre tal cosa en relación con algo que uno tenía ya olvidado bien por el tiempo trascurrido bien por no prestarle atención?

 

-Absolutamente cierto -contestó Simias.

           

-¿Conque -dijo Sócrates- es posible acordarse de un hombre al ver dibujado un caballo o una lira dibujada y es posible acordarse de Cebes al ver un dibujo de Simias?

           

-Es posible ciertamente -contestó.

           

-¿Y no sucede en todos estos casos que el recuerdo se origina a veces a partir de cosas semejantes y a veces a partir de cosas desemejantes?

           

-Así sucede.

           

-Pues bien, cuando el recuerdo se origina a partir de algo que es semejante a lo que resulta recordado, ¿no piensa uno necesariamente en si la semejanza de aquello con lo recordado es cabal o es deficiente?

           

-Necesariamente -dijo.

           

-Considera -continuó Sócrates- si las cosas son como voy a decir. Decimos que de algún modo hay algo igual. Y no me refiero a un leño igual a otro leño o a una piedra igual a otra piedra ni a nada de este género sino a otra cosa al margen de todos estos objetos: lo igual en sí. ¿Diremos que lo igual en sí es algo o que no es nada?

           

-Por Zeus, diremos que es algo -dijo Simias- y lo diremos con reverencia.   

 

-¿Y sabemos también lo que es en sí mismo?

           

-Sin duda -dijo.

           

-¿De dónde nos viene su conocimiento? ¿Acaso no nos viene de cuanto decíamos hace un momento: cuando vemos leños o piedras o cualesquiera otros objetos iguales, estos objetos nos llevan a pensar en aquello que, sin embargo, es otra cosa que ellos? ¿O no te parece que lo Igual en sí es otra cosa? Míralo de este modo: ¿No es cierto que leños y piedras iguales, aun permaneciendo los mismos, a unos parecen iguales y a otros no?   

 

-Totalmente cierto.

 

-¿Y qué? ¿Lo Igual en sí se te muestra alguna vez desigual, o la igualdad se te muestra como desigualdad?

           

-Nunca jamás, Sócrates.

           

-Luego no son lo mismo -dijo Sócrates- estos objetos iguales y lo Igual en sí.   

 

-No me parece en absoluto que lo sean, Sócrates.

           

-Y sin embargo -dijo-, ¿no surge el conocimiento de lo Igual en sí y su pensamiento a partir de estos objetos iguales por más que sean otra cosa que lo Igual en sí?

           

-Lo que dices es absolutamente cierto -respondió.

           

-¿Y esto ocurre bien por su semejanza bien por su desemejanza con aquellos objetos?

           

-Ciertamente.

           

-En realidad -añadió- poco importa en este momento si es por lo uno o por lo otro ya que en cualquier caso cuando se ve algo y la visión de esto hace pensar en otra cosa, lo mismo si es algo semejante como si es desemejante, tal proceso es necesariamente un acto de recordar.

           

-Así es.

           

-¿Y qué? -dijo Sócrates-. ¿No experimentamos algo semejante en el caso de los leños y de los demás objetos iguales a que nos referíamos hace un momento? ¿Acaso se nos muestran iguales en la misma medida que lo Igual en sí? ¿Les falta o no les falta algo para serlo como lo Igual en sí?

           

-Le falta y mucho -dijo.

           

-Así pues, cuando alguien al ver algo piensa: esto que veo ahora tiende a ser como tal otra cosa pero es defectuoso y no alcanza a ser como ella sino que le es inferior, ¿estamos de acuerdo en que quien piensa de este modo ha de conocer necesariamente de antemano aquello a que, según afirma, se asemeja el objeto percibido y cuya semejanza posee de un modo deficiente?

           

-Necesariamente.

           

-Y bien, en relación con los objetos iguales y lo Igual en sí, ¿nos ocurre o no también esto mismo?

           

-De todos modos.

            -Por consiguiente, es necesario que tengamos el conocimiento de lo Igual en sí con anterioridad al primer momento en que al ver objetos iguales, hemos pensado que todos ellos aspiran a ser como lo Igual en sí, aunque lo sean de modo deficiente.

                                                                         . . .

            -¿Cuándo adquirieron nuestras almas su conocimiento? No, ciertamente, después de nuestro nacimiento como hombres.

           

-Desde luego que no.

                                  

-¿Luego fue antes?

           

-Sí .

           

-Luego las almas existían, Simias, separadas de los cuerpos y tenían conocimiento antes de encarnarse en forma humana.

           

-A no ser, Sócrates, que adquiramos tales conocimientos en el momento preciso en que nacemos. En efecto, aún queda por considerar este momento.

           

-Bien, amigo. Pero en tal caso, ¿en qué otro momento los perdemos? Pues ciertamente, hemos convenido en que nacemos sin ellos. ¿O es que acaso los perdemos y los adquirimos a la vez, en el mismo momento? ¿O es que puedes sugerir algún otro momento?

           

-En absoluto no, Sócrates. No he caído en la cuenta de que estaba diciendo algo sin sentido.

           

-Conque -añadió Sócrates- la situación es la siguiente, Simias: si como afirmamos continuamente existe lo Bello en sí, el Bien en sí y todas las otras entidades de esta naturaleza y si cuantos objetos percibimos sensiblemente los referimos a ellas y con ellas los comparamos, ya que hallamos que tales entidades preexistentes nos pertenecen, entonces tan necesaria como la existencia de estas entidades es la preexistencia de nuestra alma antes de nuestro nacimiento. Si, por el contrario, no existen estas entidades, ¿qué alcance puede tener nuestra argumentación? Así pues, la misma necesidad comporta la existencia de tales entidades y la existencia de nuestras almas antes de nuestro nacimiento de modo que si aquéllas no existen, tampoco éstas preexisten. ¿No es éste el estado de la cuestión?

           

-Me parece absolutamente evidente, Sócrates -dijo Simias-, que en ambos casos se da la misma necesidad. El razonamiento alcanza cotas de extrema belleza al asimilar la existencia de nuestras almas antes de nuestro nacimiento con las entidades a que te vienes refiriendo. Yo, por mi parte, nada tengo por más evidente que esto: que todas estas entidades, lo Bello, el Bien y las demás a que te vienes refiriendo, son reales en grado máximo. Conque la demostración es para mí satisfactoria.

              Fedón, 72E-74A y 76C-77A

 

ARISTÓTELES

 

Teoría de la esclavitud

 

Una vez que hemos ya puesto en claro cuáles son las partes componentes del Estado, hemos de tratar ante todo del gobierno de la familia; todo Estado, en efecto, se compone de familias. El gobierno de una familia tiene tantos apartados como partes son las que la componen; la familia, en su forma perfecta, consta de esclavos y de hombres libres. La investigación de todas las cosas debe comenzar por sus partes más pequeñas, y las partes primarias y más pequeñas de una familia son el dueño y el esclavo, el esposo y la esposa, el padre y los hijos; hemos, por consiguiente, de examinar la constitución y el carácter propios de cada una de estas tres relaciones, es decir, la relación de señorío, la de matrimonio, no existe un término específico que represente la relación que une a la esposa y al marido, y en tercer lugar la relación de los progenitores con sus hijos, tampoco esto ha sido designado con un nombre especial. Admitamos, pues, estas tres relaciones que hemos mencionado. Existe también otro apartado que alguna gente considera idéntico al gobierno de la familia y que otros consideran la parte más importante de él, y cuya verdadera posición habremos de estudiar: me refiero a lo que se llama la crematística.

 

Comencemos por discutir la relación del señor y el esclavo, a fin de observar los hechos que dicen referencia a la utilidad práctica, y también con la esperanza de que podremos ser capaces de conseguir algo mejor que las nociones admitidas por el momento, con vistas a un conocimiento teórico del tema. Algunos pensadores, en efecto, sostienen que la función del señor es una ciencia definida, y, además, piensan que el gobierno en una casa o familia, el señorío, el gobierno de un Estado y la monarquía son cosas idénticas, como dijimos al comienzo del tratado; otros, sin embargo, opinan que es contrario a la naturaleza que un solo hombre sea señor de otro hombre, porque lo que hace que un hombre sea libre y otro sea esclavo es solamente una convención, y entre ellos no hay ninguna diferencia natural, y que, por tanto, esto es injusto porque se basa en la fuerza.

           

Por consiguiente, puesto que la propiedad es una parte de la familia y el arte de adquirir o aumentar la propiedad una parte del gobierno de la casa, ya que sin lo necesario, incluso la vida, mucho más la vida buena, es imposible, y puesto, que al igual que ocurre en las artes concretas, que los instrumentos apropiados serán necesarios si su obra debe ser llevada a término, también así el jefe de una familia debe tener sus herramientas, y de estas herramientas unas carecen de vida y otras viven, por ejemplo, para el timonel el timón es una herramienta o instrumento sin vida, y el piloto de proa o el vigía es un instrumento vivo, (en las artes, todo el que es ayudante pertenece al rango de lo instrumental), y también así un artículo de propiedad es un instrumento para la vida, y la propiedad, generalmente hablando, es una colección de instrumentos, y un esclavo es un artículo de propiedad dotado de vida. Y todo ayudante es como si fuera un instrumento que sirve por varios de ellos, porque si todo instrumento pudiera realizar su propio trabajo cuando se le ordenara o porque viera por adelantado qué es lo que había que hacer, como nos cuenta la historia de las estatuas de Dédalo, o como los trípodes de Hefesto, de los que nos dice el poeta que "entraban en el lugar divino de los fuegos sagrados moviéndose por sí mismos", si las lanzaderas tejieran así y las púas tocaran el arpa por sí mismas, los maestros artistas no necesitarían ayudantes ni los señores necesitarían esclavos. Ahora bien: las herramientas mencionadas son instrumentos de producción, mientras que un instrumento o herramienta de propiedad es un instrumento de acción, porque a partir de la lanzadera obtenemos alguna otra cosa además del uso de la misma, mientras que de un traje o una cama conseguimos su uso. Y además, en la medida en que hay una diferencia específica entre producción y acción, y ambas cosas necesitan instrumentos, se sigue de ello que esos instrumentos deben tener entre sí esa misma diferencia. Ahora bien: la vida hace cosas, no crea o produce cosas: de donde el esclavo es un instrumento en el orden de los instrumentos de acción.

           

El término "artículo de propiedad" se utiliza de la misma manera que el término "parte": una cosa que es parte de algo no solamente es parte de otra cosa, sino que absolutamente pertenece a otra cosa; eso mismo ocurre con un artículo de propiedad. Y así, mientras que el dueño es simplemente el dueño del esclavo y no pertenece al esclavo, el esclavo no es simplemente el esclavo del dueño, sino que pertenece enteramente al dueño.

           

Esas consideraciones, pues, ponen en claro la naturaleza del esclavo y su cualidad esencial: aquello que siendo un ser humano pertenece por naturaleza no a sí mismo, sino a otro, es por naturaleza un esclavo; y una persona es un ser humano que pertenece a otro si, siendo un hombre, es un artículo de propiedad; y un artículo de propiedad es un instrumento para la acción, separable de su propio poseedor.

           

Ahora bien: hemos de considerar a continuación si existe o no alguien que tenga naturalmente este carácter, y si es ventajoso y justo para alguien ser esclavo, o bien si, por el contrario, toda esclavitud es contra la naturaleza. No es difícil discernir la respuesta teóricamente ni aprenderla empíricamente. La autoridad y la subordinación son condiciones no solamente inevitables, sino incluso conducentes; en algunos casos las cosas están señaladas desde su nacimiento para gobernar o para ser gobernadas. Y hay muchas variedades, tanto de gobernantes como de súbditos, y cuanto más alta es la categoría de los súbditos, tanto más sublime es la naturaleza de la autoridad ejercida sobre ellos; por ejemplo, ejercer un control sobre un ser humano es de más categoría que domesticar un animal salvaje, porque al ser más alta la categoría de las partes respecto de la realización de la función, también es más alta la función entre ellas, porque en toda cosa compuesta, en la que una pluralidad de partes, sean continuas o discretas, se unen para formar un todo singular común, se encuentra siempre un elemento rector y un elemento dirigido, y esa característica de las cosas vivas se halla presente en ellas como un resultado o consecuencia de toda la naturaleza, puesto que aun en las cosas que no participan de la vida hay un principio rector, como es el caso de la escala musical.

Aristóteles,Política

 

La relación predicativa

           

Cuando predicamos esta cosa o aquella de otra cosa, como de un sujeto, los predicados del predicado se extienden también al sujeto. Predicamos el término "hombre" de un hombre; igualmente predicamos del término "hombre" el término "animal": luego, en consecuencia, podemos predicar también el término "animal" de este o aquel hombre. Porque un hombre es ambas cosas: "hombre" y "animal".

 

Cuando los géneros no están subordinados los unos a los otros y son distintos, sus diferencias serán distintas específicamente. Tomemos, por ejemplo, los géneros animal y ciencia. El estar dotado de patas, el ser bípedo, el ser alado o acuático, son diferencias del género animal. Pero ninguna de ellas es apta para distinguir las diversas especies de conocimiento. Ninguna especie de conocimiento, en efecto, se distinguirá de otra por ser "bípeda".

 

Sin embargo, donde los géneros están subordinados los unos a los otros nada impide que ellos tengan las mismas diferencias. Predicamos, en efecto, una altura o una magnitud mayor de otra más pequeña. Es decir, las diferencias del predicado afectan y pertenecen también al sujeto.

Categorías 3

 

La física y el conocimiento de las causas

 

Siendo cuatro las causas, es quehacer y oficio del físico el conocerlas todas. Y debe explicar el porqué de las cosas de una manera conforme a la física, refiriendo este porqué a todas las causas dichas; es decir, a la materia, a la forma, al motor y al fin. Pero hay tres, sobre todo, que confluyen en una, pues la forma y el fin son una misma cosa; y el ser primero, de quien procede el movimiento, no difiere específicamente de la forma y el fin: el hombre, en efecto, engendra al hombre; y, en general, todas las cosas producen el movimiento o el cambio, siendo ellos movidos a su vez. Todas las cosas, en cambio, que mueven sin ser movidas, no entran en el campo de consideraciones de la física, porque causan el movimiento, sin poseer en sí mismas ese movimiento ni el principio mismo del movimiento, antes son inmóviles. Hay, pues, tres clases de tratados: uno, acerca del ser inmóvil; otro, acerca de lo que sí se mueve, pero no conoce la muerte ni la destrucción; el tercero, acerca de los seres expuestos a la muerte y a la destrucción.

Física II,7

 

El estudio de la zoología y su justificación.

 

Como ya hemos tratado del mundo celeste, en la medida que permiten nuestras conjeturas, procederemos a tratar de los animales, sin omitir ningún miembro del reino, por innoble que sea, y como mejor podamos. Porque si algunos de ellos no tienen gracias que embelesen nuestros sentidos, aun éstos, al revelar a la percepción intelectual el espíritu artístico que los motivó, producen inmenso deleite a cuantos pueden discernir los eslabones de su causa y gustan de filosofar. En efecto, sería extraño que sus representaciones imaginarias fueren atractivas, por revelar la habilidad imaginativa del pintor o del escultor, y las realidades originales en sí no fueren más interesantes para todos los que tienen vista para discernir las razones que determinaron su formación. Por eso no debemos retroceder debido a la aversión infantil ante la consideración de los animales inferiores. Todo reino de la naturaleza posee sus maravillas; por eso nos aventuraremos a estudiar toda clase de animal sin desprecio, porque cada uno de ellos, todos ellos nos revelan algo natural y alguna belleza. Haremos como Heráclito, cuando los desconocidos que fueron a visitarle le encontraron calentándose junto a la hornilla de su cocina, no atreviéndose a entrar, y les rogó no se preocupasen de ello, porque hasta en la cocina están presentes las divinidades.

Partes de los animales,I,5

 

Cuestiones metodológicas

 

El resultado de las lecciones depende de las costumbres de los oyentes. En efecto, queremos que se hable como estamos acostumbrados a oír hablar, y las cosas dichas de otro modo no nos parecen lo mismo, sino, por falta de costumbre, más desconocidas y extrañas. Lo acostumbrado, en efecto, es fácilmente conocible. Y cuánta fuerza tiene lo acostumbrado, lo muestran las leyes, en las cuales lo fabuloso y lo pueril, a causa de la costumbre, pueden más que el conocimiento acerca de ellas.

           

Unos, en efecto, no escuchan a los que hablan si no se habla matemáticamente; otros, si no es mediante ejemplos; éstos exigen que se aduzca el testimonio de algún poeta; aquéllos todo lo quieren con exactitud, y a los de más allá les molesta lo exacto, o por no poder seguir el razonamiento o por la enumeración de pequeñeces. El prurito de exactitud tiene, en efecto, algo de esto; de suerte que, como en los tratos, también en los razonamientos les parece a algunos impropio de hombres libres. Por eso es preciso aprender previamente cómo podrá ser comprendida cada cosa, pues es absurdo buscar al mismo tiempo la ciencia y el método de la ciencia. Y ninguno de los dos objetivos es fácil de alcanzar.

            Metafísica,II,3

 

Estructura del lenguaje

 

Las partes del lenguaje, en general, son las siguientes: elementos, sílabas. conjunción, nombre, verbo, artículo, caso y enunciación.

 

Un elemento es un sonido indivisible, pero no cualquier sonido, sino aquél del que por naturaleza se forma un sonido compuesto, pues también son característicos de los animales los sonidos indivisibles, a ninguno de los cuales llamo elemento.

 

Partes de este sonido son: vocal, semivocal y muda. Son: vocal, la que tiene sonido audible sin ningún tropiezo; semivocal, la que tiene sonido audible con tropiezo, como la S y la R, y muda, la que con percusión no tiene ningún sonido por sí misma, pero que unida a algún sonido es audible, como la G y la D.

 

Estas difieren según la forma que se le dé a la boca, según los lugares, según tengan o no aspiración, según sean largas o breves, e incluso tengan acento agudo, grave o circunflejo. Esto corresponde examinarlo con detalle a los especialistas en métrica...

 

Nombre es voz significativa compuesta, sin idea de tiempo, ninguna de cuyas partes es por sí misma significativa; en efecto, en los nombres dobles no nos servimos de sus partes como si cada una tuviera un significado por sí misma y así en el nombre Teodoro, el "doro" no tiene ningún significado.

Verbo es voz significativa compuesta con idea de tiempo, ninguna de cuyas partes es por sí misma significativa, lo mismo que en los nombres,  pues "hombre" o "blanco" no indican el "cuándo", pero "camina" o "he  caminado" añaden a su significado el uno el tiempo presente y el otro el pasado.

Poética, 20

 

ESCUELAS POSTSOCRÁTICAS

 

El retrato ideal del sabio

 

Los estoicos afirman que el sabio es impasible puesto que no es propenso a caer en las pasiones. Es cierto que en algún sentido es impasible también el hombre malo si por impasibilidad se entiende la dureza e inflexibilidad. El Sabio esta igualmente libre de vanidad, ya que le da lo mismo tener fama que carecer de ella. Y también hay otro tipo de hombre libre de vanidad, el hombre frívolo y éste es malo. Afirman además que todos los hombres buenos son austeros  porque ni frecuentan el placer ni aceptan de otros nada orientado al placer. Y también hay otro tipo de hombre austero al que se llama así por analogía con el "vino áspero" que se usa como medicina y no como bebida.

 

Además los hombres buenos son honrados y se preocupan de mejorar a sí  mismos por su disposición a ocultar lo malo y a hacer que resplandezca lo bueno.  No son hipócritas, pues toda afectación está ausente de su voz y su figura. Tampoco  son negociantes, pues evitan cualquier acción contraria al deber. Ciertamente beben  vino, pero no se emborrachan. Tampoco pierden la cabeza: es cierto que en algunas ocasiones pueden sobrevenirle al hombre bueno fantasías absurdas a causa de la melancolía o del delirio, pero se deberán no al principio determinante de lo que ha de elegirse, sino a alguna Fuerza contraria a la naturaleza. El sabio tampoco siente aflicción, puesto que es una contracción irracional del alma, como señala Apolodoro.

 

Son, además, divinos, ya que poseen en sí mismos algo divino, mientras que el malo es ateo. Los hombres buenos son, además, piadosos, ya que tienen experiencia de las prácticas religiosas y la piedad consiste en saber servir a los dioses. Además hacen sacrificios a los dioses y se conservan puros, pues evitan todo acto sacrílego. Y son bien considerados por los dioses, puesto que son santos y justos en lo referente a los dioses. Y los sabios son los únicos sacerdotes verdaderos, ya que dedican su reflexión a los sacrificios, a la edificación de templos, a las purificaciones y a todo cuanto corresponde a los dioses.

 

Los estoicos piensan que ha de honrarse a los padres y a los hermanos en segundo lugar, tras los dioses. Afirman también que el amor hacia los hijos lo tienen por naturaleza los sabios y que los malos no lo tienen. Y sostienen la tesis de que todas las acciones malas son igualmente malas... Y es que si no hay verdades más verdaderas que otras, tampoco hay falsedades más falsas que otras ni errores más erróneos que otros ni, por tanto, acciones malas más malas que otras... E igualmente no están en el camino recto por igual el que comete una acción mala grande y el que comete una pequeña. Por su parte, Heráclides de Tarso, discípulo de Antípater de Tarso y Atenodoro, afirma que las malas acciones no son todas iguales.

 

Los estoicos sostienen que el sabio interviene en la política si nada se lo impide..., ya que así tendrá ocasión de reprimir el vicio y promover la virtud. Igualmente sostienen que el sabio se casa y tiene hijos como dice Zenón en su República. Además, que el sabio no sostiene meras opiniones, es decir, no da su asentimiento a nada falso. y que practica el cinismo, puesto que el cinismo es un camino corto hacia la virtud... Y que comerá carne humana si las circunstancias le obligan a ello. Igualmente afirman que solamente el sabio es libre y que los malos son esclavos, siendo como es la libertad la capacidad de actuar por sí mismo y la esclavitud la carencia de esta. Hay también otra forma de esclavitud que consiste en la subordinación y una tercera que consiste en la posesión de un esclavo juntamente con la subordinación de éste: a esta forma de esclavitud se opone la dominación, que es tan mala como aquella. Pues bien, también en este sentido los sabios son no solamente libres, sino incluso reyes, ya que la realeza es un poder que no tiene que rendir cuentas, poder que solamente corresponde a los sabios...  También que solamente los sabios son los verdaderos magistrados, jueces y oradores y que ningún hombre malo lo es. Y que son infalibles por ser inmunes al error y la maldad. Y que son inofensivos ya que no ofenden ni a los demás ni a sí mismos. Por otra parte, no son compasivos ni condescendientes ni reducen las penas impuestas legalmente ya que la piedad, la compasión y la benignidad misma revelan la flojedad del alma que finge bondad ante el castigo. Y el sabio considera que los castigos no son duros. Además, el sabio no se sorprende ante ningún hecho de los que se consideran extraordinarios, trátese de las cavernas de Caronte, de las mareas, de las fuentes de aguas termales o de las erupciones volcánicas. El sabio no vivirá en soledad ya que por naturaleza es sociable y activo.Y hace ejercicio a fin de mejorar su condición corporal.

 

El sabio, dicen, dirigirá sus plegarias a los dioses para pedirles cosas buenas... Y dicen también que la amistad se da solamente entre los sabios por la semejanza que existe entre ellos. Afirman que la amistad consiste en "compartir las cosas relativas a la vida" tratando a nuestros amigos como a nosotros mismos. Arguyen que la amistad es un bien por sí misma y que tener muchos amigos es bueno y que la amistad no se da entre los malos y que ningún hombre malo tiene amigos. Además afirman que todos los necios son locos: en efecto, al no ser sabios, obran siempre bajo el influjo de la locura que en definitiva es lo mismo que su necedad.

 

El sabio lo hace todo bien... Todas las cosas pertenecen a los sabios ya que la ley les ha conferido un derecho absoluto a todas las cosas. Ciertamente se dice que algunas cosas pertenecen a los malos en el sentido en que algo pertenece a quien lo ha adquirido injustamente bien se trate de una ciudad bien de individuos que ostentan su posesión.

 

Los estoicos afirman que las virtudes se implican entre sí y que quien tiene una las posee todas. Y es que los principios de todas ellas son comunes... En efecto,  quien posee la virtud es capaz de conocer teóricamente y de hacer prácticamente lo que debe hacerse. "Lo que debe hacerse" incluye: lo relativo a la elección razonable,  lo relativo a la firmeza, lo relativo a la contención y lo relativo a la distribución equitativa, de modo que si se hacen unas cosas con elección razonable, otras con firmeza, otras con contención y otras con distribución equitativa, se es sabio y fuerte y justo y continente.

Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósosos ilustres, 1, VII, c. 1, 117-126

 

Escepticismo: suspensión del juicio.

 

El escéptico, ante la gran inconsistencia del espectáculo del mundo, suspende su juicio en lo relativo a la existencia del bien o el mal por naturaleza y sobre lo que hay que hacer o no hacer; así se separa de toda prevención dogmática y, alejado de las opiniones impasibles, hace de la vida su norte; gracias a ella, permanece tranquilo, impasible en sus opiniones y se mantiene equilibrado frente a las necesidades. Aunque su sensibilidad le hace presa de la impresión, al abstenerse de prejuzgar si el objeto de esta impresión es un mal por naturaleza, mantiene su equilibrio. Y es que la prevención es peor que la impresión; por ello, en ocasiones, las personas sometidas a una amputación o a otra operación similar, la soportan, en tanto que quienes asisten a ella se desmayan ante la simple opinión de que se trata de algo terrible... Así pues, si lo que es causa de males es un mal, y un mal que hay que evitar, y si estar convencido de que hay cosas buenas y malas por naturaleza es causa de trastornos, la suposición y el convencimiento de que algo es malo o bueno por naturaleza son cosas malas y que han de ser evitadas.

             Sexto Empirico,Hipotiposis,III,235-238