TEXTOS
CALINO
Canto de
exhortación al combate: poesía patriótica.
¿Hasta cuando estaréis
recostados? Jóvenes, ¿cuándo tendréis un pecho valiente? De tanto abandono, ¿no
os avergüenzan los pueblos vecinos? ¡Pensabais quedar en paz, y a todo el país lo tiene la guerra! ... que todos lancen
el último dardo, al morir. Porque es noble y glorioso que luche el hombre, en
defensa de su tierra y de hijos y esposa legítima, con quien los ataca; y la
muerte, no habrá de venir sino cuando las Moiras la hilaren. Hala, id todos al
frente, lanza en mano y oculto detrás del escudo el robusto corazón, tan pronto
se trabe el combate. Pues no está en el destino que el hombre se libre de
muerte, ni aunque remonte su estirpe a
un dios inmortal. A veces, uno que escapa al estrago y al golpe del dardo,
regresa, y la muerte fatal lo encuentra en su casa. Mas a ese tal no lo quieren
ni lo echan de menos, y a otro lo lloran ricos y pobres, si algo le pasa;
porque al bravo guerrero que muere, el pueblo lo añora y, si vive, casi lo
tiene por dios; porque a sus ojos lo ve igual que si viera una torre; porque cumple hazañas de muchos, él solo.
TIRTEO
Es admirable haber muerto, cuando ha caído en
vanguardia un hombre valiente peleando en bien de la patria. Pero dejar la
propia ciudad y los campos fecundos y
andar mendigando es lo más doloroso de todo, vagando sin fin con la madre
querida y el padre ya viejo y la esposa legítima e hijos pequeños... Jóvenes,
hala, luchad con firmeza, hombro con hombro, no empecéis la infame huida ni el
miedo, haceos, dentro del pecho, el ánimo grande y robusto, no penséis en la
vida peleando en el frente.
6.7 D,1-6,15-18
SOLÓN
Elegía a las
Musas.
Hijas espléndidas de la Memoria
y del Zeus del Olimpo, Musas de la Piéride, oíd esta súplica: dadme bonanza,
tocante a los dioses felices; y en cunnio toca a los hombres, que tenga siempre
un buen nombre; que endulce la vida al amigo y amargue la del enemigo,
respetado por unos, terrible a los otros.
Riquezas, deseo tenerlas, pero con fraude no quiero guardarlas conmigo:
la pena al final siempre llega. Los bienes que donan los dioses se quedan al
lado del hombre firmes dedes la última raíz a la copa; pero aquellos que el
hombre persigue abusando, no vienen con orden; ceden a injustos manejos e
indóciles siguen, pero no tarda en ponerse en medio el desastre... Igual se
presenta el castigo de Zeus..., pero jamás se le oculta del todo aquel que en
su pecho alberga injusticia, y siempre al final lo descubre. Paga éste
enseguida, el otro más tarde; uno escapa y no le toca el destino que le envían
los dioses; no obstante él vuelve al cobro; y sin culpa pagan la pena los hijos
de aquél o su posterior descendencia...
No tiene un término claro, el
afán de riquezas del hombre; así, los que tienen hoy día fortuna mayor se
esfuerzan el doble; y ¿cómo es posible saciarlos a lodos? Los inmortales les
dan su ganancia a los hombres, y de ellos procede también el desastre que,
cuando Zeus lo envía en castigo, sufre cada uno a su tiempo
ARQUÍLOCO
Corazón, corazón, si te turban pesares
invencibles, ¡arriba! resístele al contrario ofreciéndole el pecho de frente, y
al ardid del enemigo oponte con firmeza. Y si sales vencedor, disimula, corazón,
no te ufanes, ni, de salir vencido, te envilezcas llorando en casa. No les
dejes que importen demasiado tu dicha en los éxitos, tu pena en los fracasos.
Comprende que en la vida impera la alternancia.
Chupaba como chupa su cerveza, con una caña,
cualquier tracio o frigio; y gacha la cabeza se esforzaba.
Catálogo de las
mujeres.
Dios hizo diferentes las mujeres
desde un principio. A una, la sacó de la híspida cochina, y en su casa anda
todo rodando por el suelo, revuelto y rezumando porquería; pero ella, sucia y
con la ropa sucia, aposentada en la basura, engorda.
Otra, a quien Dios formó de la
maligna zorra, lo sabe todo. Nada malo se le escapa y tampoco nada bueno; pues
siempre está diciendo que algo es malo o que al contrario es bueno: a cada rato
se nos presenta de un humor distinto.
Otra sale a la perra, vivaracha
como ésta, fiel estampa de su madre, que quiere oírlo todo y enterarse, y
atisbando se mete en todas partes, y aun no viendo a nadie, a ése le ladra. No
la para el marido, que amenace o que, a pedradas, el diente le quebrante o le
hable con cariño; hasta sentada con extraños, sigue empeñada en ladrar
inútilmente.
A otra la modelaron los
olímpicos con barro, y salió torpe, y a los hombres se la dieron tal cual. No
sabe nada, bueno ni malo, esa mujer; no entiende sino en hincar el diente, de
labores. Y si el invierno aprieta pasa frío, no atinando a acercar su asiento
al fuego.
Otra es del mar y tiene dos
maneras. Ríe contenta un día, y el extraño que la vea en la casa, hará su
elogio diciendo: "No se ha visto otra mujer mejor ni más amable en todo el
mundo". Y al otro no soporta que la miren ni que la ronden cerca: se
enfurece, hosca como una perra con sus cachorros, y es áspera con todos, y
disgusta igual a los amigos y enemigos; como el mar, que unas veces está en
calma y propicio, en verano, para gozo del marinero, y otras se enfurece y se
levanta en olas resonantes. Sí, es la mar a quien más se le parece esa mujer,
en la índole inestable.
Otra es un asno apaleado y gris
que apenas por la fuerza y con insultos consiente en algo al fin, y a quien le
duele hasta lo que le gusta... Para hacer el amor, de todos modos, cualquier
patán que venga le gusta.
Y otra, la comadreja, es una
especie mala y ruin, sin nada amable o bello, nada que satisfaga o se desee.
Estando loca por ir a la cama le da nauseas al hombre disponible...
A otra debió parirla una
exquisita yegua de largas crines, pues no quiere hacer de criada ni matarse en
eso, y no le da al molino ni levanta la criba ni echa fuera la basura... Se
quita el pringue dos veces al día y a veces tres, y se unge con esencias; y
siempre lleva el pelo bien peinado, largo, y con lindas flores que lo adornan.
Bella es de ver una hembra así, a lo menos para el otro, aunque no para su
dueño...
Otra sale a la mona: es la peor
calamidad que Zeus envía al hombre. Es muy fea de cara, y cuando cruza el
pueblo, a todo el mundo le entra risa; de tan enana, apenas adelanta, y anda,
de tan delgada, sin trasero... No quiere hacer el bien: muy al contrario todo
el día examina y considera cómo hacerle a la gente el mayor daño.
Y la abeja, ¡dichoso el que la
tiene!. Sola a quien no le va ningún reproche, ella estira y aumenta nuestra
vida. Y amada al lado del marido amante, envejece cuidando de los hijos. Se
distingue entre todas las mujeres y una divina gracia la rodea. Y no quiere
sentarse con las otras para contarse cuentos con el sexo. De las mujeres que
Zeus al hombre, éstas son las más buenas y prudentes...
Pues la cosa mala que hizo Zeus
es la mujer. Pensamos que nos sirve, y es lo más malo para el que la tiene.
Pues no pasa tranquilo un día entero el que vive casado con una mujer...
Todos alabarán la mujer propia,
si hablan de ella, y execrarán la ajena; y sin embargo, hay que reconocerlo, de
todos es idéntica la suerte.
SAFO
Me parece el igual de un dios, el hombre que
frente a ti se sienta, y tan de cerca te escucha absorto hablarle con dulzura y
reírte con amor. Eso, no miento, no, me sobresalta dentro del pecho el corazón;
pues cuando te miro un solo instante, ya no puedo decir ni una palabra, la
lengua se me hiela, y un sutil fuego no tarda en recorrer mi piel, mis ojos no ven nada, y el oído me zumba, y un
sudor frío me cubre, y un temblor me agita todo el cuerpo, y estoy, más que la
hierba pálida, y siento que me falta poco para quedarme muerta.
ANACREONTE
Eros, viendo que empieza a encanecer mi
barba, con el soplo de sus alas que brillan como el oro me pasa por el lado.
Ya tengo las sienes blancas y con brillo la
cabeza, ya la juventud graciosa se fue, y el diente está viejo. De la dulce
vida es poco el tiempo que aún me queda; por esto a menudo lloro; el Tártaro me
da miedo. Pues del Hades al abismo es terrible, y doloroso bajar allí, y es seguro
que el que baja ya no sube.
PÍNDARO
Proemio.
¡Himnos, soberanos de la lira!
¿A qué dios, a qué héroe, a qué hombre cantaremos? Sin duda Pisa es de Zeus; la
Olimpíada, como lo más preciado del botín de guerra, la instituyó Heracles: y es
a Terón a quien debemos celebrar por su cuadriga victoriosa, hombre justo por
su observancia de la hospitalidad, baluarte de Acragante, salvaguarda de la
ciudad, flor de ilustres mayores.
Olivo para coronar
traído por Heracles.
En honor de cualquiera a quien
un estricto juez de Grecia, un etolio, en cumplimiento de antiguos mandatos de
Heracles, le ciña por cima de sus párpados, en torno a su cabello, el ornato
grisáceo del olivo que desde los veneros muy umbríos del Istro trajera un día
el hijo de Anfitrión. ¡Es el recuerdo más hermoso de los certámenes de Olimpia!
Después de persuadirlos con su
verbo y abrigando leales pensamientos, pedía a los hiperbóreos, comunidad
sierva de Apolo, para el sacro recinto de Zeus, que a todos alberga, un árbol
que a los hombres les brindara sombra común y corona de victorias. Pues ya,
mediado el mes, después que se le habían consagrado a su padre los altares, la
Luna de áureo carro había hecho brillar ante él su nocturno ojo por entero.
Al mismo tiempo había instaurado
Heracles el justo fallo de los grandes juegos y su ciclo cuatrienal en los
divinos ribazos del Alfeo. Mas no florecía de hermosos árboles en sus cañadas
la región del Cronio Pélope; desnudo de ellos, el jardín dio a Heracles la impresión
de que se hallaba muy expuesto a los penetrantes rayos del sol. Su ánimo
entonces lo impulsó a encaminarse de inmediato hacia la tierra Istria. Allí la
hija de Leto, auriga de corceles, lo había acogido a su llegada de las sinuosas
barrancas y quebradas de Arcadia, cuando la obligación contraída por su padre
forzaba a Heracles a que, por encargo de Euristeo, trajera la cierva de áurea
cornamenta, a l que en tiempos Taíeta
dedicara como ofrenda consagrada a Ortosia.
En su persecución, vio la tierra
aquella, allende el soplo del helado Bóreas. Se detuvo allí y admiró los
árboles. A Heracles le invadió el dulce anhelo de plantarlos en torno a la meta
de la carrera de corceles que doce veces debe rodearse. Y aún acude benévolo a
esa fiesta, en compañía de los gemelos, parejos a los dioses, hijos de Leda de
ajustado talle.
Advertencia final.
Y al hombre que halló la gloria
con sus puños y concédele el venerado prestigio entre propios y extraños.
Porque él sigue sin torcerse un camino que aborrece la soberbia, y conoce bien
lo que advirtieron las rectas inteligencias de sus nobles antepasados. No sumas
en la oscuridad el común origen de Calianacte. Con los triunfos de los Erátidas
también está en fiestas la ciudad, pero en un solo instante pueden levantarse
brisas en sentidos opuestos.
SIMONIDES
Siendo humano, nunca digas lo que va a pasar
mañana; ni, si ves feliz a un hombre, cuánto tiempo ha de durarle. No es más
rápido el esguince de la mosca de ala larga que el mudar de los mortales.
De los que en las Termópilas cayeron gloriosa
es la fortuna y noble es el destino, y es un altar la tumba, y en vez de llanto
tienen el recuerdo y la alabanza por lamento; y nunca desaparecerá esta
sepultura por decaimiento ni por el que lo doma todo, el tiempo. Este recinto
de hombres valientes, al honor de Grecia ,sirve de habitación; para testigo, el
rey de Esparta, Leónidas, quien deja en herencia un portento de heroísmo y
gloria eterna.
26 P
CALÍMACO
HIMNO A APOLO
¡Cómo se agita la rama de laurel de Apolo!
¡Cómo se agita su morada entera! Lejos, lejos de aquí todo malvado. Ya golpea
Febo las puertas con su bello pie. De pronto, la palmera Delia se inclina
dulcemente, ¿no lo ves?, y el hermoso canto del cisne se esparce por el aire.
¡Abríos vosotros mismos, cerrojos de las puertas! ¡Tirad, llaves! El dios no
está lejos. Y vosotros, jóvenes, preparaos para el canto y para la danza.
Apolo no se muestra a todos, sino solamente
al que es bueno. Quien lo ve, ése es feliz, y quien no lo ve, desgraciado. Te
veremos, oh Flechador, y no seremos nunca desgraciados. Que los niños no tengan
silenciosa la cítara ni el paso callado cuando Febo esté en su morada, si es
que quieren casarse y llegar a ver blancos sus cabellos, y si ha de permanecer
la muralla sobre los antiguos cimientos. Me complazco en los niños, porque su
lira ya no está inactiva.
Guardad silencio mientras escucháis el canto
de Apolo. Incluso el mar guarda silencio cuando celebran los aedos la cítara o
el arco, instrumentos de Febo Licoreo. Ni siquiera Tetis persiste en sus
desolados lamentos por Aquiles, su hijo, cuando escucha el hié peán, hié peán; y la roca que llora deja para más tarde sus
dolores, la piedra húmeda que está fija en Frigia, mármol silente en vez de
mujer que exhala dolorosos gemidos. Gritad hié,
hié. No es bueno rivalizar con los bienaventurados. Quien lucha contra
ellos lucha contra mi rey; quien ataca a mi rey también ataca a Apolo. El dios
honrará al coro, si es que canta a su voluntad. Lo puede hacer, pues se sienta
a la diestra de Zeus. El coro cantará a Febo no sólo una jornada: debe ser
celebrado en muchos himnos. ¡Qué fácil es cantar a Febo!
De oro es el manto de Apolo, y la túnica que
se abrocha; de oro es su lira, y el arco Lictio y la faretra; de oro son
también sus sandalias. Apolo es todo él oro y riqueza: Pito es buena prueba de
ello. Siempre es hermoso, siempre es joven. Ni el más mínimo bozo cubrió jamás
las tiernas mejillas de Febo. Sus cabellos derraman por tierra esencias
perfumadas, pero no es un aceite aromático lo que destilan sus melenas, sino la mismísima panacea: en la
ciudad en la que alguna de esas gotas cae al suelo, todo es inmortal.
Nadie tan rico en artes como Apolo. Le
pertenecen tanto el arquero como el aedo, pues el arco y el canto están
encomendados a Febo. Suyos son las profetisas y los adivinos. Febo es quien ha
enseñado a los médicos el arte de retrasar la muerte.
Invocamos también a Apolo como Nomio desde
que en las riberas del Anfriso cuidaba de las yeguas de tiro, ardiendo de deseo
por el joven Admeto Fácilmente el ganado se multiplicará, y las cabras de los
rebaños no carecerán de crías, si Apolo fija en ellas, mientras pacen, sus
ojos. Las ovejas darán leche y no permanecerán estériles, y todas tendrán
descendencia, y la que sólo parió una cría dará a luz en seguida gemelos.
Siguiendo a Febo planearon los hombres sus
ciudades, pues Febo se complace siempre en la fundación de ciudades, y el
propio Febo construye los cimientos. Tenía cuatro anos cuando lo hizo por
primera vez en la bella Ortigia, cerca del lago circular. Cuando volvía de la
caza, Artemis traía cabezas y cabezas de cabras Cintíades, y Apolo edificó con
ellas un altar: de cuernos hizo el basamento, con cuernos ajustó el altar,
córneos eran los muros que puso alrededor. Así aprendió por vez primera Febo a
erigir los cimientos de las ciudades.
Fue también Febo quien indicó a Bato mi
ciudad de suelo fecundo, y, en forma de cuervo, a la derecha del fundador, guió
la entrada en Libia de su pueblo. Y juró dar murallas a nuestros reyes. Apolo
siempre es fiel a sus juramentos.
Muchos te llaman Boedromio, Apolo, muchos te
llaman Clario; en todas partes tienes muchos nombres. Yo te llamo Carneo: así
te llaman en mi patria: Esparta fue, Carneo, tu primera morada; la segunda fue
Tera; la tercera, la ciudad de Cirene. Un descendiente, el sexto, de Edipo te
llevó desde Esparta a la colonia Terea. Y desde Tera el fuerte Aristóteles te
condujo a la tierra Asbístide: te construyó un hermosísimo santuario e
instituyó en la ciudad un sacrificio anual en el que muchos toros, oh soberano,
se precipitan por última vez sobre sus flancos. Hié, hié, Carneo, tan invocado por los suplicantes, tus altares se
cubren en primavera de tantas y tan diversas flores cuantas las Horas traen
cuando el Céfiro sopla rocío, y en invierno, de dulce azafrán. Para ti brilla
siempre el fuego inextinguible, y nunca se amontona la ceniza sobre el carbón
de ayer. Grande alegría sintió Febo cuando llegado el tiempo de las sagradas
fiestas Carneas, los guerreros de Enio, ceñidos para el combate, danzaron entre
las rubias Libias. No habían podido aún los Dorios acercarse a las fuentes de
Cire: habitaban Acilis, de espesos valles. El propio Soberano los vio y los
mostró a su ninfa desde lo alto de la cumbre Mirtusa, allí donde la Hipseide
mató al león que devastaba los rebaños de Eurípilo. No vio otro coro Apolo más
divino que aquél, ni otorgó a ninguna ciudad tantos beneficios como a Cirene,
en recuerdo del rapto de antaño. Y los Batíadas veneraron a Febo sobre todos
los dioses.
Hié, hié peán oímos: fue el primer estribillo
que inventó el pueblo Delfo para ti, al tiempo que mostraste tu habilidad con
el arco de oro. Hacia Pito te dirigías cuando salió a tu encuentro la
prodigiosa fiera, la terrible serpiente. Tú la mataste, disparándole, una tras
otra, agudas Bechas. Y gritó el pueblo: "Hié, hié peán, lanza tus dardos. Ya te engendró tu madre como
auxiliador". Desde entonces se te saluda así.
La Envidia habló furtivamente al oído de
Apolo: "No me gusta el aedo cuyo canto no es como el mar". Apolo
rechazó a la Envidia con el pie y dijo así:"«Grande es la corriente del
río Asirio, pero arrastra en sus aguas muchos lodos y muchas inmundicias. A
Deon no le llevan las abejas agua de cualquier procedencia, sino el pequeño
chorro que mana, sin mancha y puro, de la fuente sacra: la suprema
delicia".
Salud soberano. Y que el Reproche vaya
también adonde está la Envidia.
EPIGRAMA LI
Cuatro son ya las Gracias, pues a las tres
antiguas ha venido a añadirse, recientemente, una: todavía está húmeda de
esencias perfumadas: Berenice, feliz y brillante entre todas. Sin ella no son
Gracias ya las Gracias.
FRAGMENTOS AITIA
EL RIZO DE BERENICE
Berenice, esposa de Tolomeo III (Evérgetes), tras el feliz regreso de
su marido de la campaña de Asia (247-6) consagró, según una muy antigua
costumbre, un rizo de su pelo. El rizo. depositado en un templo, desapareció
misteriosamente, pero Conón, astrónomo de la Corte, lo identificó con una
constelación situada dentro del círculo que forman la Osa Mayor, el Boyero,
Virgo y Leo. En el texto de Calímaco es el propio rizo el que habla. Este
fragmento remata prácticamente la obra, y este final, con un catasterismo como
tema, no puede menos de recordar el final de las Metamorfosis de Ovidio (XV
745-851), con la transformación de César en astro. El sentido de La elegía de
Calímaco puede seguirse paso a paso con la ayuda de Catulo (66), guía obligada
tanto para la ordenación de los pasajes como para la interpretación. El que una
poesía de tipo cortesano y meramente circunstancial como ésta forme parte de
Aitia no puede menos de sorprender. De ahí que haya podido formularse una
hipótesis, en principio muy verosímil, sobre una doble redacción.
Cuando miraba la región celeste
toda, entre las líneas dibujadas, por donde se deslizan... me divisó Conón,
allá en lo alto, el rizo que Berenice a todas las deidades consagrara...
(emblema de la nocturna pugna)...(animosa Berenice)... Por tu cabeza y por tu
vida juré... Remonta por encima el brillante (descendiente) de Tía, el Pico de
tu madre Arsínoe, Y por el corazón del Atos atravesaron las naves funestas de
los medos.
¿Qué podremos hacer nosotras,
unas trenzas, cuando montañas semejantes ante el hierro ceden? Así perezca el
pueblo de los cálibes, los que la planta nefasta, que de la tierra brota, los
primeros a la luz expusieron y enseñaron la tarea de los martillos. Al momento
de cortarme, (mis hermanas), las trenzas, sentían ya por mí triste añoranza, y
de súbito el blando soplo, que de la misma sangre es del etíope Memnón, lanzóse
entre el torbellino de sus raudas alas, corcel de la locria Arsínoe, la de
cinto violeta, y me arrebató con su aliento, y conmigo cargado por los húmedos
aires fue a depositarme ...en el regazo de (Afrodita). La propia Cefiritis...,
la que (en la costa) de Canopo su morada tiene, lo envió con este fin. (Y con
tal de que) de la novia hija de Minos no solamente... sobre los hombres... sino
que también entre las numerosas (luminarias se me contara), el rizo hermoso de
Berenice, cuando (por las aguas) bañada hasta (los Inmortales ascendía,
Afrodita me puso, nuevo) astro, entre los de tiempo inmemorial.
...(Avanzando? hacia el
Océano... a fines del otoño).
...Todo esto no me acarrea tanto
placer cuanto deploro no haber ya de tocar aquella cabeza, de la que, cuando
aún era virgen, perfumes sin cuento más sencillos bebiera, y en cambio no he
gozado de los que suelen las casadas...
CATULO: POEMAS
II
Gorrión, delicias de mi amada, con quien ella
suele jugar y a quien acostumbra tener en el seno y darle, cuando se lo pide,
la punta del dedo, provocando sus agudos
mordiscos, cuando place a mi radiante amor entregarse a no sé qué
agradable distracción para buscar algún alivio a sus ansias, sin duda para
calmar su ánimo ardiente: ¡ojalá pudiera como ella jugar contigo y disipar mis
tristes pesares!
III
Llorad, Venus y Cupidos, y cuantos hombres
seáis algo sensibles a la belleza. Ha muerto el gorrión de mi amada, el gorrión,
delicias de mi amada, a quien ella quería más que a las niñas de sus ojos. Pues
era dulce como la miel, y conocía a su dueña tan bien como una chiquilla a su
misma madre, y no se alejaba de su regazo, sino que, dando saltitos de aquí
para allá, sólo para ella estaba continuamente piando. Y ahora va por un camino
tenebroso hacia allá de donde dicen que nadie vuelve. Pero malditas seáis,
crueles tinieblas del Orco, que devoráis toda hermosura y me quitasteis un tan
lindo gorrión. ¡Oh, desdicha! Pobrecito gorrión, por ti, ahora, el llanto
enrojece los dulces ojos de mi amada.
V
Vivamos, Lesbia mía, y amémonos, y no nos
importen un as todas las murmuraciones de los ancianos ceñudos. Los soles
pueden ponerse y volver a salir; pero nosotros, una vez se apague nuestro breve
día, tendremos que dormir una noche eterna. Dame mil besos, luego cien, luego
otros mil, luego cien más, luego todavía otros mil, luego cien, y finalmente,
cuando lleguemos a muchos miles, perderemos la cuenta para no saberla y para
que ningún malvado pueda aojarnos al saber cuántos han sido los besos.
VII
Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia,
serían bastante para mí. Tan gran número como las arenas de Libia, que se
extienden por Cirene, rica en laserpicio, entre el oráculo del ardiente Júpiter
y el sagrado sepulcro del antiguo Bato; o como las estrellas que, cuando calla
la noche, contemplan los furtivos amores de los hombres: éstos son los besos
tuyos que bastarían a ese loco de Catulo; tantos que ni los curiosos pudieran
contarlos ni echarles una maldición con venenosa lengua.
VIII
Pobre Catulo, deja de hacer locuras, y da por
perdido lo que ves que se perdió. En otro tiempo brillaron para ti soles
resplandecientes, cuando corrías adonde te llevaba una niña amada por mí como
no lo será ninguna. Entonces eran aquellos innumerables goces que tú querías y
la amada no rehusaba: verdaderamente, en otro tiempo brillaron para ti
resplandecientes soles. Ahora ella ya no quiere; tú, insensato, no lo quieras
tampoco, y no persigas lo que huye, ni entristezcas tu vida, sino
obstinadamente resiste y no cedas. Adiós, niña; Catulo no cede, y no te buscará
ni solicitará contra tus deseos. Pero tú te quejarás cuando nada se te pida.¡Ay
de ti, miserable! ¡Qué vida te espera! ¿Quién se acercará ahora a ti? ¿Quién te
encontrará hermosa? ¿A quién amarás ahora?¿De quien dirán que eres? ¿A quién
besarás? ¿A quién morderás los labios? Pero tú, Catulo, tente firme y no cedas.
XVI
Os daré a probar y os impondré mi virilidad,
Aurelio bardaje y Furio marica, que por mis versos, porque son voluptuosos, me
habéis creído poco decente. Pues el poeta bueno debe ser casto en su persona,
pero no es necesario que lo sean sus versos, que después de todo sólo tienen
sal y gracia si son algo voluptuosos y poco decentes y pueden levantar los
ánimos no digo de los muchachos, sino de esos hombres de pelo en pecho que ya
no pueden menear sus duros lomos. ¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles
de besos, me consideráis poco hombre? Pues os daré a probar y os impondré mi
virilidad.
XXI
Aurelio, padre del hambre, no sólo de ésta,
sino de cuantas fueron, son o serán en años venideros, quieres corromper a mi
amor. Y no a escondidas, sino que estás con él, bromeáis juntos, y pegándote a
su lado lo intentas todo. Es inútil: aunque me tiendas emboscadas, yo te daré
antes a probar mi virilidad. Y si por lo menos lo hicieras estando harto, me
callaría; pero ahora me lamento de que, ¡ay triste de mí!, mi amor aprenderá a
sufrir hambre y sed. Déjalo ya, pues, mientras puedes hacerlo decentemente, no
sea que tengas que dejarlo, pero castigado.
Furio, que no tienes ni esclavo ni arca, ni
chinche ni araña ni fuego, pero sí un padre y una madrastra, cuyos dientes
comerían hasta pedernales, lo pasas bien con tu padre y con ese madero de la
mujer de tu padre. Y no es extraño, porque todos estáis buenos, digerís bien y
no teméis nada: ni incendios, ni derrumbamientos, ni impiedades, ni alevosos
venenos, ni peligros de otras clases. Es más, tenéis unos cuerpos más enjutos
que el cuerno o que lo que haya todavía más duro, a causa del sol, el frío y el
hambre. ¿Cómo no has de pasarlo bien y felizmente? Estás libre de sudor, de
saliva, de flemas y de mocos en la nariz, y a esta limpieza añádele otra mayor:
tienes un culo más limpio que un salero, y en todo el año no te sirves de él ni
diez veces, y lo que haces es más seco que una haba o que los guijarros, de tal
modo que si lo aprietas y lo frotas entre las manos no lograras ensuciarte ni
un dedo. Todas estas comodidades tan felices, Furio, no las desprecies ni las
tengas en poco, y aquellos cien mil sestercios que sueles pedir, déjalos: ya
eres bastante feliz.
XXV
Talo marica, más blando que el pelo de un
conejo, el tuétano de un ganso, el lóbulo de la oreja, el lánguido miembro de
un anciano o las sucias telarañas; y también, Talo, más ladrón que una
tempestad desencadenada cuando la diosa de la noche ilumina a los mujeriegos
despreocupados, devuélveme el manto que me quitaste y el pañuelo de Sétabis y
los bordados de Bitinia que luces, imbécil, como si los hubieras heredado.
Suéltalos de tus uñas y devuélvemelos, no sea que tus costillitas de lana y tus
manos blanditas sean marcadas como al fuego por los azotes, y tú te agites de
un modo insólito, como una diminuta barquilla en mar gruesa, sorprendida por un
viento impetuoso.
XXXVII
Indecente taberna y vosotros sus
parroquianos, junto a la novena columna después del templo de los hermanos del
gorro frigio, ¿os figuráis que sólo vosotros sois hombres, y que sólo a
vosotros está permitido hacerse con cuantas mozas hay y dejar por cabrones a
los demás? 0, porque os estáis estúpidamente sentados cien o doscientos en
fila, ¿no creéis que pueda atreverme a demostrar de una sola vez mi virilidad a
doscientos tíos sentados? Pues creedlo, porque escribiré que sois unos maricas
por toda la fachada de la taberna. Porque mi amada, que huye de mi seno,
querida por mí como ninguna otra lo será jamás, por quien libré tan grandes
batallas, se sienta ahí con vosotros. Todos la amáis, todos los buenos y
felices, y lo que es indigno, todos los cualesquiera y los tenorios de
callejón; y tú sobre todo, modelo de los cabelludos, hijo de la conejera
Celtiberia, Egnacio, a quien embellece una espesa barba y una dentadura fregada
con ibéricos meados.
XXXIX
Egnacio, porque tiene los dientes blancos,
ríe en todo momento. Si está junto al banquillo de los acusados, mientras el
abogado excita el llanto, él ríe. Si la gente gime junto a la pira fúnebre de
un buen hijo, mientras la madre desamparada llora a su hijo único, él ríe. Pase
lo que pase, dondequiera que este, cualquier cosa que haga, ríe. Tiene esa
enfermedad, a mi juicio ni elegante ni de buen gusto. Por eso hay que
advertirte, excelente Egnacio. Si fueras de Roma, o sabino, o tiburtino, o un
austero umbro o un obeso etrusco, o un lanuvino moreno y de buenos dientes, o
tranapadano, para citar también a los míos, o de dondequiera que se laven
limpiamente los dientes, no quisiera que estuvieras riéndote continuamente,
pues nada hay más necio que una necia risa. Pero eres celtíbero; en tierra
celtíbera, con lo que cada uno meó, suele fregarse por la mañana los dientes y
las encías hasta enrojecerlas. De modo que cuanto más brillante está esa
dentadura tuya más meados proclama que has bebido.
LI
A los
dioses me parece ser igual, Y, si no es impiedad, estar por encima de los
dioses, aquel que sentado ante ti sin cesar te contempla y te oye reír dulcemente, cuando eso a mí me arrebata
todos los sentidos: pues en cuanto te he visto, Lesbia, no me queda voz en los
labios, sino que se me turba la lengua, una llama sutil corre bajo mis
miembros, con un sonido peculiar me zumban los oídos, y una doble noche recubre
mis ojos. El ocio, Catulo, te es pernicioso: en el ocio te exaltas y te
impacientas demasiado; el ocio, en tiempos pasados, perdió a reyes y ciudades
felices.
LVIII
Celio, mi Lesbia, aquella Lesbia, la Lesbia
aquella a quien Catulo quiso más, a ella sola, que a sí mismo y que a todos los
suyos, ahora par plazuelas y callejones prodiga sus favores a los nietos del
magnánimo Remo.
LX
¿Acaso fue una leona en los montes de Libia,
o Escila que ladra por debajo de la cintura quien te dio a luz con un corazón
tan duro e inhumano que hayas despreciado la voz de quien te implora en sus
supremas congojas? ¡Ah, corazón demasiado cruel!
LXIX
No te asombre, Rufo, que ninguna mujer quiera
tomarte sobre sus delicados muslos, ni aunque la tientes con el don de un
vestido de rara tela o la delicia de una gema brillante. Te perjudica una mala
fama, según la cual un feroz macho cabrío habita el cuenco de tus sobacos.
Todas le temen, y no es extraño, pues es un animal muy malo y ninguna muchacha
se acostará con el. Por esto, o suprime esa cruel peste del olfato o deja de
asombrarte de que huyan de ti.
LXX
Dice mi amada que con nadie quisiera unirse
más que conmigo, ni aun si el mismo Júpiter se lo pidiera. Lo dice, pero lo que
una mujer dice a su ardoroso amante hay que escribirlo en el viento y el agua
rápida.
LXXI
Si a alguien molestó con razón el maldito
macho cabrío de sus sobacos, o si a alguien tortura merecidamente el tardo
reuma, ese rival tuyo, que usurpa tu amor, ha sido maravillosamente dotado
gracias a ti de ambos males, pues cuantas veces está con ella, uno y otro son
castigados: a ella la aflige el hedor, y a él le mata el reuma.
LXXII
En otro tiempo decías conocer sólo a Catulo,
Lesbia, y no querer ni al mismo Júpiter mas que a mí. Te amé entonces no como
el vulgo a su amiga, sino como un padre ama a sus hijos y yernos. Pero ahora sé
quién eres: por esto, aunque me abraso más hondamente, te aprecio y te estimo
en menos. ¿Cómo puede ser?, dirás. Porque una traición semejante obliga a un
enamorado a querer más, pero a apreciar menos.
LXXVI
Si alguna satisfacción tiene quien recuerda
sus buenas obras de otro tiempo, al pensar que cumple con su deber y no violó
la fe jurada ni en ningún compromiso abusó del poder de los dioses para engañar
a los hombres, te aguardan muchos goces, Catulo, por larga que sea tu vida, a
consecuencia de ese amor tuyo no correspondido. Pues todo cuanto los hombres
pueden decir o hacer por alguien, tú lo has dicho y lo has hecho; pero todo se
perdió, por haber sido confiado a un alma ingrata. ¿Para qué atormentarte más,
pues? ¿Por qué no cobras ánimos y te alejas de ahí, y, puesto que los dioses no
quieren, dejas de ser desgraciado?
Es difícil abandonar de pronto un largo amor; es difícil, pero debes hacerlo sea como fuere. Ésta es la única salvación, tienes que lograr esta victoria; hazlo, puedas o no. Oh dioses, si conocéis la compasión, o si jamás, en el postrer momento, habéis socorrido a alguien en la misma muerte, miradme en mi desdicha, y si he llevado una vida pura, arrancad de mí este mal y esta ruina, que insinuándose como un letargo hasta lo más hondo de mis miembros, ahuyentó de mi corazón todas las alegrías. Ya no pido que ella corresponda a mi amor, ni, puesto que no es posible, que consienta en portarse honestamente. Sólo deseo curarme yo, y librarme de ese funesto mal. ¡Oh dioses, concedédmelo en premio a mi piedad!
LXXXIII
Lesbia, delante de su marido me dirige las
peores injurias, y esto, para aquel imbécil, es la mayor de las alegrías. Mulo,
no entiendes nada. Si me olvidase y se callara, estaría curada; pero ahora que
gruñe y me critica, no sólo se acuerda de mí, sino, lo que es mucho más grave,
está airada: esto es, se abrasa y habla.
LXXXV
Odio y amo. Tal vez preguntes por qué lo
hago. No lo sé, pero siento que es así y sufro.
XCII
Lesbia siempre me maldice, pero nunca deja de
hablar de mí: que me muera si no me quiere. ¿En qué señal lo conozco? Porque
las mías son las mismas: continuamente reniego de ella, pero que me muera si no
la quiero.
XCVII
Válganme los dioses, no sé si establecer
diferencia entre olerle a Emilio el culo o la boca. Ni la una está más limpia,
ni el otro más sucio, aunque en verdad aquél es más limpio y mejor porque no
tiene dientes, mientras que la boca los tiene de a pie y medio, más unas
encías de carro viejo, y sin contar con una
risa que recuerda el mear de una mula en celo. ¿Y éste se acuesta con muchas y
se hace el guapo, y no le envían al molino o al asno? Y a la que le toca, ¿no
la creeremos capaz de lamer el culo de un verdugo enfermo?
XCVIII
Contra. ti, si puede decirse contra alguien,
hediondo Victio, puede decirse lo que a los charlatanes y a los imbéciles: que
con esa lengua, si te fuera necesario, podrías lamer culos y sandalias de cuero
sin desbastar. Y si quieres absolutamente destruirnos a todos, Victio, no
tienes más que abrir la boca: lograrás absolutamente lo que deseas.
CI
Después de atravesar muchos pueblos y muchos
mares vengo, hermano, a esas tristes exequias, para darte el postremo tributo
de la muerte y hablar en vano a tus mudas cenizas, puesto que la desdicha me
arrancó lo que fuiste tú mismo, oh, pobre hermano mío indignamente arrebatado a
mí. Ahora, sin embargo, estas tristes ofrendas que según el viejo rito de
nuestros padres te he traído, acéptalas, empapadas en llanto fraterno, y para
siempre, hermano mío, adiós.
CXII
Eres mucho hombre, Nasón, pero no es mucho
hombre quien va contigo. Nasón, eres mucho hombre, pero eres un marica.
OVIDIO: ARS AMANDI
Si hay alguien en esta tierra que no conozca
las artes del amor, lea este libro y, una vez instruido por la lectura del
poema, ame.
PRIMEROS CONSEJOS:
PAUTA A SEGUIR
Para empezar intenta descubrir un objeto de
tus amores, tú que vas a iniciarte ahora en las armas de una nueva milicia. El
esfuerzo siguiente será conseguir la muchacha que te agrada. Lo tercero que el
amor perdure. He aquí la pauta: éste será el circuito que dejará marcado
nuestro carro; tal será el mojón que deberá ceñir la rueda en su carrera.
Mientras sea posible y puedas permitirte avanzar a rienda suelta, elige a quien
decir: "Tan solo tú me gustas." Ella no te va a llegar deslizándose
entre tenues brisas; tienes que buscar con tus propios ojos la muchacha a tu
gusto.
LUGARES ACONSEJADOS PARA ESTABLECER CONTACTO
Pero que no se te pase por alto la
competición de nobles caballos; el circo, tan concurrido, ofrece muchas
ocasiones. No hay necesidad alguna de dedos con los que insinuar tus secretos,
ni vas a tener que esperar acatamientos por signos de cabeza. Siéntate al lado
de ella, que nadie te lo impide, arrima tu costado a su costado tanto como
puedas; y tranquilo, puesto que, aunque no quisieras, te obliga a arrimarte tu
localidad y podrás estar pegado a la joven por ley de la circunstancia. Aquí
habrás de buscar tema de conversación favorable y que unas frases tópicas den
ocasión a las primeras palabras.
Procura preguntar con interés de quién son
los caballos que llegan y, sin demora, concede tu favor a su caballo favorito,
sea cual sea. Luego, cuando el numeroso desfile preceda las luchas de los
efebos, tú aplaude con mano ardiente a la propicia Venus. Si, como suele
suceder, cayese casualmente algo de polvo en el regazo de la joven, habrá que
sacudirlo con los dedos; y si no existe tal polvo, de todos modos sacude el
polvo que no hay. Escuda tu solicitud tras cualquier motivo. Si la túnica puede
rozar el suelo por ir un poco caída, anticípate y, diligente, levántala del
suelo inmundo; inmediatamente, en recompensa a tu solicitud y con la venia de
la muchacha, se prestarán sus piernas a la mirada de tus ojos. Por otro lado,
estarás atento a cualquiera que esté sentado detrás de vosotros, no vaya a
apretar su rodilla contra la delicada espalda de ella. Los detalles cautivan a
los espíritus delicados. A muchos ha valido el haber ahuecado un cojín con mano
hábil; también ha sido de provecho el mover su abanico con suavidad y el haber
colocado un curvo taburete bajo un pie delicado. Estos inicios de un nuevo amor
también el circo te los proporcionará y también la triste arena esparcida en el
frecuentado foro.
CUIDADO CON EL VINO Y LA NOCHE
En tal momento tú no te fíes demasiado de una
engañosa antorcha; para enjuiciar la belleza tanto la noche como el vino son
perjudiciales. A las diosas las miró Paris a la luz del día y a cielo abierto
antes de decir: "Venus, tú vences a ambas." De noche se ocultan los
defectos y se ignora cualquier tara, y esa hora embellece a cualquier mujer.
Pregúntale al día sobre piedras preciosas, sobre lana teñida de púrpura;
pregúntale al día sobre el rostro y los cuerpos.
LAS MUJERES SON FÁCILES DE CONSEGUIR
La más importante convicción que has de meter
en tu cabeza es que todas las mujeres pueden alcanzarse; las alcanzarás con
sólo tender las redes. Antes callarán los pájaros en primavera y las cigarras
en verano, y el perro de Menelao volverá la espalda ante la liebre, antes que
una mujer cortejada con dulzura rechace a un joven. Incluso aquella que podrías
pensar que no quiere, querrá. La ocasión de Venus, tan agradable le resulta al
hombre como a la mujer; el hombre lo disimula mal, ella encubre mejor su deseo.
Convengamos el género masculino en no ser los primeros en hacer proposiciones a
ninguna mujer; de inmediato la mujer, rendida, tomará el partido de ser ella
quien las haga.
TODAS LAS MUJERES DESEAN EL AMOR: PAUTAS A SEGUIR
Todas estas historias las ha construido la
pasión femenina, que es más intensa que la nuestra y tiene mayor coraje. Así
que, venga, no dudes en obtener esperanzas de todas las mujeres. Difícilmente
habrá una de entre mil que te diga que no. Tanto las que dicen que sí como las
que dicen que no, de todos modos se alegran de ser solicitadas. Aun cuando se
te rechace, el desplante no es nada molesto. Mas ¿por qué has de ser rechazado,
cuando resulta agradable un placer desconocido y cualquier cosa novedosa
cautiva los corazones más que lo propio?
La cosecha es siempre más fértil en los
campos ajenos y el rebaño vecino tiene las ubres más grandes. Mas lo primero
que se debe de hacer es trabar amistad con la sirvienta de la joven deseada;
ella te allanará el camino. Indaga hasta qué punto participa de la confianza de
su señora y si va a ser cómplice fiel de tus discreteos. Tú sobórnala con
promesas, sobórnala con ruegos; si ella quiere, conseguirás fácilmente lo que
deseas. Ella escogerá el buen momento (incluso los médicos tienen en cuenta los
momentos oportunos), cuando el estado de ánimo de su dueña sea adecuado y
propicio a la conquista. Su estado de ánimo será propicio a la conquista
justamente cuando sienta una eufórica alegría por todo, como la mies en campo
fértil. Los corazones alegres y libres de opresión dolorosa se abren por sí
mismos; entonces es cuando penetra Venus con sus artes delicadas.
CUIDADO CON LA MUJER: TE PUEDE ARRUINAR
Observa con terror religioso el cumpleaños de
tu amiga y cualquier fecha que comporte regalos mírala como una fatalidad. Por
mucho que te escabulleses algo te sacará; la mujer ha llegado a dominar el arte
de conseguir los bienes de su amante apasionado. Se presentará ante la señora
ávida de compras un vendedor desenvuelto, expondrá sus mercancías mientras tú,
sentado, observas; ella te rogará que las inspecciones, de forma que se
manifieste tu gusto, luego te dará besos y luego te rogará que compres. Jurará
que con ello estará satisfecha durante muchos años; dirá que ahora lo necesita,
que ahora es una buena ocasión para comprar. Si te excusases que no dispones de
dinero en aquel instante, te propondrá un pagaré, para disgusto tuyo por saber
escribir.
TRUCOS
Procura adelantarte en tomar la copa que ella
ha tocado con sus labiecitos y bebe por el mismo lado por el que la joven ha
bebido, y cualquier manjar que hubiese ella tocado con sus dedos cógelo tú y,
al cogerlo, busca ocasión de rozar su mano.
MÁS TRUCOS
Incluso las lágrimas son útiles; con lágrimas
harás ceder al diamante. Procura, si puedes, que ella vea húmedas tus mejillas.
Si te fallan las lágrimas (que ciertamente no siempre acuden a tiempo),
restrégate los ojos con la mano mojada. ¿Qué hombre experto no mezclará los
besos con palabras enternecidas? Aun cuando ella no te los dé, tómalos tú sin
que ella los haya otorgado. Es posible que al principio ella se defienda y te
llame malvado; no obstante, lo que ella quiere es ser vencida en la lucha. Ten
únicamente precaución de que tus arrebatos no dañen desmañados sus tiernos
labiecitos, ni pueda ella quejarse de que han sido brutales. Quien ha logrado
besos, si no ha logrado todo lo demás, será digno de perder incluso aquello que
se le ha concedido. ¿Qué esperabas, después de los besos, para cumplir
plenamente tus deseos? ¡Ay de mi! aquello no fue mesura sino torpeza. Ya puedes
llamarlo violencia si quieres, que ese tipo de violencia es grato a las
muchachas. Aquello que les gusta, con frecuencia desean concederlo sin ceder.
Cualquier mujer goza violentada por un repentino rapto de Venus y considera
como un regalo tal perversidad.
MÁS CONSEJOS
Si ella está esquiva, cede; cediendo saldrás
victorioso. Haz tan sólo el papel que ella te mande representar. Ella acusa,
acusa tú; lo que ella aprueba, apruébalo tú; lo que ella diga, di tú; lo que
ella rechace, recházalo tú; que se ríe, ríe; si llorase, no dejes de llorar.
Que imponga ella su ley sobre tus gestos. 0 bien, si juega, y su mano tira los
dados de marfil, tú tíralos mal y entrégaselos después de mal jugados; o si
tiras las tabas, para que no tenga que pagar por su derrota, arréglatelas para
que con frecuencia te salgan los perros desastrosos; o bien si movieseis las
piezas por el tablero del ajedrez, procura que tu peón perezca ante el enemigo
de vidrio. Sostén tú mismo su sombrilla abierta; hazle tú mismo sitio entre la
turba por donde ella pasa, y no vaciles en acercarle el escabel a su lecho
mullido, y ponle o quítale el calzado de su tierno pie. Muchas veces, incluso,
tú mismo estés tiritando, habrás de calentar las de tu amante estremecida en tu
pecho.
Si me preguntas cuánto tiempo hay que dejarla
llorar sus ofensas, que sea poco, no vaya a ser que al pasar el tiempo la ira
recobre fuerzas. Enseguida has de ceñir entre tus brazos su blanco cuello y
acógela sobre tu pecho mientras llora. Besa sus lágrimas, dale mientras llora
los placeres de Venus. Habrá paz; éste es el único modo de disipar sus iras. Si
está extraordinariamente enojada, si te parece enemigo inquebrantable, entonces
pídele un tratado de paz en el lecho: se amansará. Es allí donde habita la
Concordia inerme. En ese lugar, créeme, nació el perdón. Las palomas, que ha
poco luchaban, juntan sus picos y su ronroneo tiene arrullos amorosos.
El paso del tiempo atempera muchas cosas; en
cambio un amor incipiente se da cuenta de todo. Cuando la nueva rama ha sido
injertada en la verde corteza, caerá, todavía tierna, ante el asalto de
cualquier brisa; pero pronto, fortalecida por el tiempo, resistirá a los
vientos y ya árbol firme dará frutos adoptivos. El propio paso del tiempo borra
todos los defectos del cuerpo. Los hocicos jóvenes rechazan el cabezal de piel
de toro; con el tiempo y la doma dejan de notar el olor. Se pueden atenuar los defectos con eufemismos.
Llama morena a la que tiene incluso la
sangre más negra que la pez; si bizquea será semejante a Venus; si tiene ojos
amarillentos, semejante a Minerva;
llámese esbelta a aquella cuya delgadez sea rayana al desfallecimiento; di que
es ágil a la menuda y llenita a la gorda; y que se oculte el defecto en la
cualidad más aproximada.
No le preguntes los años, ni averigües quién
era cónsul cuando nació, atribuciones del severo Censor, sobre todo si ya no
está en la flor de su juventud y, habiendo ya agotado lo mejor de su vida, se empieza a arrancar canas. ¡Jóvenes, esa edad, u otra más avanzada, tiene su
provecho! Es un campo que dará frutos y
un campo que hay que sembrar. Mientras
la edad y las fuerzas os lo permitan, no ahorréis esfuerzos; ya llegará con paso quedo la encorvada vejez. Hended el mar con vuestros remos, o la
tierra con vuestro arado, o asid en vuestras manos belicosas les férreas armas,
o consagrad a las mujeres vuestros lomos, vuestras fuerzas y atenciones;
también ello es milicia y también ello proporciona recursos. Además piensa que
a esa edad tienen una mayor experiencia
práctica y tienen la habilidad propia del artista profesional. Ellas compensan
con sus esmeros los estragos del tiempo y procuran cuidadosamente no parecer
viejas; a tu capricho harán el amor de mil maneras; ningún cuadro ha descrito
mayor número de posiciones; en ellas el placer no necesita excitantes; para ser
satisfactorio han de actuar por un igual mujer y hombre. Odio la relación que
no satisfaga al uno y al otro (por eso soy menos aficionado al amor de un
jovencito); odio a la mujer que se abandona porque hay que hacerlo y que, fría,
va pensando en su calceta; el placer que se entrega por obligación no me gusta;
no quiero que ninguna mujer cumpla conmigo un deber. A mi me gusta oír sus
palabras diciéndome su goce; y que me ruegue que me detenga, y que me contenga,
y ver los ojitos vencidos de mi amante fuera de sí; y que desfallezca y no
quiera ya que la toque por mucho tiempo. Semejantes beneficios no los ha
otorgado la naturaleza a la primera juventud, sino que suelen llegar justamente
después de siete lustros.
Créeme, no se debe apresurar el placer de
Venus, sino ir retrasándolo sensualmente con morosidades dilatorias. Cuando
descubras un punto que a tu pareja le gusta que toques, no dejes que el pudor
te impida seguir tocándolo; podrás ver que sus ojos brillan con un tembloroso
fulgor como el rayo del sol que a veces se refleja en el agua cristalina.
Vendrán luego los gemidos, vendrá un amoroso murmullo y dulces quejidos y
palabras que favorecen el placer. Pero no la dejes atrás desplegando tu mayor
velamen; ni dejes que ella te lleve la delantera; corred hacia la meta.
Justamente se alcanza la plenitud del placer cuando mujer y hombre caen
vencidos a un mismo tiempo. Tal ha de ser tu modelo de conducta, cuando el
tiempo libre te lo permita y el temor no apresure la furtiva ocupación; cuando
no sea prudente entretenerse, te será útil remar con todas tus fuerzas e hincar
las espuelas en tu caballo al galope.
Y CONSEJOS A ELLAS TAMBIÉN
En cuanto a vosotras, no carguéis vuestras
orejas con las costosas perlas que el tostado hindú ha cosechado en verdes
aguas, ni salgáis bajo el peso de vestidos recamados en oro. Muchas veces nos
hacéis huir con los recursos que usáis para atraernos.
La pulcritud nos cautiva. No estén los
cabellos despeinados: las manos que los cuidan les dan o les quitan belleza. No
hay un tipo único de peinado; elija cada cual el que le convenga y consúltelo
antes con el espejo. Un rostro alargado admite raya y cabellos sin adorno; así
era el peinado elegante de Laodamia. Las caras redondas piden que se les deje
un pequeño moño sobre la cabeza, para que los oídos queden al descubierto. Los
cabellos de alguna habrán de caer sobre los hombros; como tú, Febo, cuando
tomas la lira para cantar. Otra habrá de anudarlos al estilo de Diana cuando se
ciñe la túnica y persigue, según su costumbre, a las fieras atemorizadas. A
ésta le cae bien los cabellos un poco cardados; aquella quede como trabada por
una cabellera prieta. A ésta otra vendrá bien adornarla con una peineta de
Cilene; lleve aquella otra unas ondulaciones como olas. Pero ni podrías contar
las bellotas de una copuda encina, ni las abejas del Hibla, ni las fieras de
los Alpes, y del mismo modo no me es posible a mi abarcar el número de todos
los peinados posibles. Cada día trae consigo un nuevo adorno. A muchas les está
bien incluso una cabellera como al descuido y, en ocasiones, cuando una mujer
se acaba de peinar, podrían creer que es el peinado del día anterior. El arte
imita el azar.
ÚLTIMOS CONSEJOS Y DESPEDIDA FINAL
La que pida un regalo a su amante después de
los placeres de Venus es que no quiere que sus ruegos tengan fuerza alguna. Y
no dejes entrar luz a la alcoba con las ventanas de par en par; hay muchas
partes de vuestro cuerpo que sacarán provecho de la ocultación.
La diversión tiene un final; es hora de bajar
del carro cuyo yugo llevaron los cisnes sobre su cuello. Al igual que antes los
jóvenes, graben ahora sobre sus trofeos las muchachas, mis discípulas,
"Nasón fue mi maestro".
HORACIO: ODAS
IV
Oda dedicada a
Sestio y que constituye un canto a lo primavera. Al final del poema intenta
persuadir a Sestio de que la vida es breve y ha de apresurarse a gozarla.
Desaparece el crudo invierno con
el alegre retorno de la primavera y del viento Favonio y las máquinas arrastran
las secas quillas; ya no se alegra el ganado en los establos ni el labriego con
el fuego ni se blanquean los campos con la brillante escarcha.
Ya Venus Citerea guía sus coros
a la luz de la luna, y las hermosas Gracias, mezcladas con las Ninfas, hacen
resonar el suelo con sus bailes, mientras el ígneo Vulcano visita los
tenebrosos talleres de los Cíclopes. Es la hora de ceñirse la despejada frente
con verde mirto o con las flores que produce la mullida tierra; es el momento
de inmolar a Fauno en los umbrosos bosques, ya sea una oveja lo que pide, o un
cabrito, si lo prefiere. La pálida muerte hiere con igual zarpazo las cabañas
de los pobres y los palacios de los ricos. Oh feliz Sestio, el devenir de
nuestra breve vida nos impide albergar una larga esperanza. Pronto te
apremiarán la Noche y las sombras de los Manes y la ruin morada de Plutón. Una
vez que estés allí, ni echarás a suertes la presidencia del convite ni
admirarás al delicado Lícidas, con el que ahora se enardece toda la juventud y
de quien pronto se prendarán las doncellas.
IX
El poeta dedica
esta oda a Taliarco, personaje seguramente imaginario. Le aconseja pasar el
invierno en casa, con buen vino: no preocuparse del mañana, y disfrutar
intensamente el presente mientras pueda.
Mira cómo el Soracte se yergue,
blanco por la profunda nieve, y sus sufridos bosques no pueden ya sostener su
carga. y los ríos se han helado con agudos carámbanos. Atempera el frío, oh
Taliarco, echando abundantes leños al fuego y saca, sin escatimarlo, el vino
añejo de la bota Sabina. Confía el resto a los dioses, quienes hace poco han
calmado los vientos que se enfrentaban al furioso mar y ya no se mueven ni los
cipreses ni los viejos olmos. Deja de indagar qué ocurrirá mañana, y cada día
que la suerte te conceda considéralo un regalo; no desprecies tampoco los
dulces amores ni las danzas, muchacho,
en tanto la molesta vejez no merme tus fuerzas. Reanúdense ahora el Campo de
Marte y las plazas y los suaves susurros durante la noche a una hora convenida;
y también la agradable risa, delatora de una joven que se oculta en el mas
íntimo rincón, y la prenda de amor sacada de su brazo o del dedo fingidamente
reacio.
XI
En esta oda
dedicada a Leucónoe, nombre probablemente supuesto, nos aparece uno de los
temas más característicos de Horacio: el gozar intensamente el presente sin
preocuparnos del insondable mañana.
No indagues, Leucónoe, no es
lícito saberlo, qué plazo a ti o a mí nos han otorgado los dioses, ni consultes
los cálculos babilonios. ¡Cuánto mejor es aceptar cualquier cosa que ocurra!
sea que Júpiter te haya reservado muchos inviernos, ya sea éste el último, el que
ahora amansa, en los opuestos escollos, al mar Tirreno: sé prudente, filtra el
vino; no pongas gran esperanza en el breve espacio de la vida. Mientras
hablamos habrá huido, envidioso, el tiempo. Goza el hoy; mínimamente fiable es
el mañana.
XVIII
Esta oda es una
exaltación del vino. remedio de muchas penas siempre que se beba con
moderación. Expone Horacio, para subrayar su consejo. algunas calamidades que
esa falta de moderación ha ocasionado. Está dirigida a Quintilio Varo, militar amigo
de Virgilio.
No plantes, Varo, ningún árbol
antes que la vid sagrada en el fértil suelo de Tibur o junto a las murallas de
Catilo, pues el dios ha reservado las penas a los sobrios y no de otra forma
desaparecen las preocupaciones lacerantes. ¿Quién, tras el vino, increpa la
fatigosa milicia o la pobreza? ¿quién no habla mejor de ti, padre Baco, o de
ti, hermosa Venus? Y que nadie sobrepase la moderación en los dones de Baco nos
lo advierte la lucha de los Centauros con los Lapitas sostenida a causa del
vino; nos lo advierte Evio, riguroso para los Sitonios, cuando, con borrosa
frontera, discuten, ávidos de pasiones, lo lícito y lo ilícito. No te turbaré,
brillante Besareo, contra tu voluntad ni expondré a la luz lo oculto bajo
diversos ramajes. Modera los crueles timbales y el cuerno Berecinto, a los que
sigue el ciego amor propio y la gloria, que encumbra más que en exceso la
cabeza hueca, y una Fidelidad, pregonera de secretos, más transparente que el
cristal.
Horacio,Odas,I,18
X
En esta oda aparece
otra de las ideas éticas básicas de Horacio: la áurea mediocritas. el feliz
término medio aristotélico en el que se encuentra la felicidad y la virtud. El
poeta exhorta también a Licinio Murena, a quien dirige la oda, a estar
preparado para los cambios de Fortuna.
Vivirás mejor, Licinio, no
corriendo siempre hacia alta mar ni acerándote demasiado a la costa peligrosa
cuando, precavido, temes las borrascas. El que prefiere un feliz término medio
ni, prudente, tiene la sordidez de un techo miserable ni, más austero, posee
una mansión envidiable. Con más frecuencia es zarandeado por los vientos el
enorme pino, y las elevadas torres caen con mas terrible caída y hieren los
rayos los montes más elevados. Tiene esperanza en las adversidades y teme en la
prosperidad un cambio de Fortuna el espíritu bien preparado. Júpiter hace
volver el riguroso invierno y él mismo lo destierra. Si las cosas no van bien
ahora, no siempre serán así; Apolo despierta, de vez en cuando, con su cítara
su Musa silenciosa y no siempre tiene tenso su arco. En las situaciones
difíciles muéstrate animoso y fuerte; de igual manera, con prudencia, arriarás
las hinchadas velas ante un viento demasiado favorable.
XIV
Oda dirigida a
Póstumo. En ella, Horacio se lamenta de la imposibilidad de escapar a la
muerte, que significará el fin de todo lo que poseemos.
¡Ay, Póstumo, Póstumo! Los años
transcurren fugaces y la piedad no ofrece dilación a las arrugas y a la
inminente vejez ni a la implacable muerte. No; aunque cada día que pasa, amigo
mío, aplacarás con trescientos toros al insensible Plutón que retiene al
triforme Gerión y a Ticio con su funesta laguna, la cual, sin duda alguna,
habrá de ser surcada por todos los que nos alimentamos con los dones de la
tierra, ya seamos reyes ya indigentes campesinos. En vano rehuiremos al
sangriento Marte y a las rotas olas del bronco Adriático; en vano, durante el
otoño, evitaremos el Austro, perjudicial para el cuerpo; tendremos que ver el
negro Cocito, tortuoso con su lánguida corriente, los dones de la tierra, y al
infame linaje de Dánao, y al eólida Sísifo condenado a un prolongado
sufrimiento. Deberemos dejar la tierra y la casa y la amable esposa, y ni uno
de estos árboles que cultivas te seguirá, efímero amo, excepto los odiosos cipreses.
Un heredero más digno se beberá el Cécubo, guardado con cien clavos, y manchará
el pavimento con el excelente vino, preferible al de las cenas de los
pontífices.
Horacio,Odas,II,14
HORACIO: EPODOS
II
Es ésta, sin duda,
la más conocida obra de Horacio. Es un bucólico y delicioso elogio de la vida
del campo, en el que van desfilando ante nuestros ojos las faenas. los ocios y
los placeres del campesino y la placidez de su vida conyugal con una mujer
diligente y honesta. Pero los cuatro últimos versos dan un brusco giro satírico
al poema cuando Horacio pone en boca del avaro Alfio, que está contando su
dinero, los anteriores e idílicos versos en elogio del campo.
"Dichoso aquél que alejado
de los negocios, como la primitiva raza de los mortales, trabaja el campo
paterno con sus bueyes, libre de toda usura, y no se despierta como el soldado
con la fiera trompeta ni teme al mar embravecido, y evita el foro y las
orgullosas puertas de las ciudades demasiado poderosas.
Marida él, en cambio, los altos
álamos con los tallos adultos de la vid, o vigila sus errantes rebaños de
mugientes reses en un valle recoleto, o, podando con su hoz las ramas inútiles,
injerta las más pujantes, o pone la miel extraída en limpias ánforas, o esquila
a las asustadizas ovejas. Y cuando el Otoño en los campos ha alzado su cabeza
ornada de dulces frutos. ¡cómo disfruta recogiendo las injertadas peras y la
uva que compite con la púrpura con que poder obsequiarte a ti, Príapo, y a ti,
padre Silvano, protector de sus términos!
Le gusta yacer, ora bajo la
vieja encina, ora sobre un tupido prado, mientras corren las aguas por los ríos
profundos y se lamentan las aves en los bosques y las fuentes murmuran en sus
límpidos manantiales, lo que le invita a un plácido sueño.
Pero cuando el tiempo invernal
del tonante Júpiter amontona nieves y lluvias, con una gran jauría acosa de
aquí para allá fieros jabalíes hacia las interpuestas trampas, o extiende con
una ligera horquilla las claras redes, o, preciada recompensa, apresa con el
lazo a una tímida liebre o a una ocasional grulla.
Entre tales cosas, ¿quién no
olvida la amargura de las penas que causa el amor? Y si una honesta mujer le
ayuda en parte de la casa y con los dulces hijos, o si, como una sabina, o,
como la esposa de un ágil apulio tostada por el sol, enciende con viejos
troncos el fuego sagrado a la llegada del cansado marido y, encerrando el
lustroso ganado en trenzados apriscos, ordeña las henchidas ubres o, sacando
vino del año de un buen tonel, prepara no comprados manjares, entonces no me
agradarán más las ostras del Lucrino, ni el rodaballo, ni los escaros, si una
tempestuosa tormenta los arrojase a este mar desde los orientales mares, ni
descenderá a mi estómago el ave africana ni el francolín de Jonia más
gustosamente que la oliva cogida de las cargadísimas ramas de los árboles o que
los tallos de acedera que crece en los prados y las malvas, beneficiosas para
el cuerpo enfermo, o, que los corderos sacrificados en las fiestas Terminales,
o que un cabrito arrebatado al lobo. ¡En medio de estos manjares, cómo alegra
ver las ovejas apacentadas dirigiéndose hacia la casa; ver a los cansados
bueyes arrastrando con su lánguido cuello el arado invertido, y a los
sirvientes, indicio de casa rica, colocados alrededor de los resplandecientes
Lares!"
Cuando el usurero Alfio, casi un
futuro campesino, hubo dicho esto, recogió todo el dinero pagado en los Idus y
ya busca colocarlo en las Kalendas.
VIII
Durísima sátira
dirigida contra una vieja prostituta, en la que Horacio utiliza un vocabulario
que pasa de crudo para llegar a soez.
¿Te preguntas, hedionda, cargada
de años, que es lo que inhibe mi virilidad, cuando tienes negros los dientes y
tu vieja decrepitud surca tu frente de arrugas, y tu asqueroso ano abre su boca
entre dos secas nalgas? ¡Claro!; me excitan tu pecho y tus apergaminadas tetas,
parecidas a ubres de yegua, y tu vientre flácido y tus flacos muslos pegados a
unas hinchadas piernas!
Sé feliz; que triunfales
estatuas encabecen tu cortejo fúnebre y que no haya mujer casada que se pueda
pasear rebosante de perlas más hermosas. ¿Qué más da que entre tus almohadas
acostumbren a dormir libritos estoicos? ¿Acaso mis nervios, que no saben leer,
estarán menos fríos, o mi miembro menos lánguido? Para hacerlo salir arrogante
de la entrepierna tendrás que trabajar con la boca.
Horacio,Epodos,8
HORACIO: SÁTIRAS
IX
Iba por la vía Sacra una mañana pensando en
las abubillas, según mi costumbre, y todo absorto en mis pensamientos, cuando
tropecé un sujeto conocido sólo de nombre, que cogiéndome la mano me preguntó:
"¿Qué tal va, querido amigo?", y contestéle: "Perfectamente,
como ves, y me tienes a tus órdenes." Quiso acompañarme, le salí al paso
diciéndole: "¿Te ocurre algo?", y él me respondió: "Quiero que
me conozcas, soy poeta como tú." "Ese título es bastante para que yo
te tenga en la mayor estimación". Discurriendo cómo zafarme, ya acelero el
paso, ya lo acorto, y finjo dar un
recado a mi siervo; el sudor me manaba de pies a cabeza, y murmuré entre dientes: "¡Oh Bolano, quién
tuviese tus cascos ligeros!" Mi hombre, resuelto a fastidiarme, elogiaba
la ciudad y sus arrabales, y observando
que nada le respondía: "Ya veo -me
dice- que deseas huir; pero es inútil,
porque he determinado seguirte, pues llevamos el mismo camino." "No es necesario
que te molestes. Voy a visitar a un
amigo que tú no conoces y vive bastante lejos, al otro lado del Tíber, próximo
a los jardines de César." "No tengo ningún quehacer, y tampoco soy
perezoso; te acompañaré hasta allí".
En resolución, no tuve otro remedio que
agachar las orejas, como cl asno que lleva encima una carga superior a sus
fuerzas. Aquél proseguía: "Sin vanidad, creo que has de estimarme tanto
como a Visco y Vario. ¿Quién sabe improvisar más versos en menos tiempo? ¿Quién
me aventaja en el baile? Pues en el canto soy la envidia del mismo
Hermógenes." "¿Tienes madre y parientes que conserven tu preciosa
salud?" "No, ninguno: a todos los enterré." Dichosos ellos, y ¡ay desventurado de mí! Acaba de matarme,
pues me parece llegada la hora que me predijo en la niñez una vieja hechicera
sabina, dando vueltas a la urna fatal: "A éste no le matará el veneno ni
la espada enemiga, ni el dolor de costado, ni la tisis, ni la gota: un
charlatán acabará sus días, cuando sea hombre hecho y derecho: huya, sobre
todo, de los charlatanes."
Llegamos al templo de Vesta a eso de las
diez, hora en que mi compinche estaba citado para responder de una fianza, o
perderla si no comparecía, y me dijo: "Si me estimas, no me
abandones" "Mal rayo me parta si puedo detenerme o entiendo nada de
pleitos; voy a la casa que ya sabes"; y me responde: "Me encuentro
perplejo. ¿Qué haré? ¿Dejar tu compañía o este dichoso pleito?".
"Déjame a mí". "No, jamás", dice, y se me adelanta. Yo le
sigo. ¿Quién se atreve a luchar contra el más fuerte? "¿Cómo te trata
Mecenas? Es hombre de gran entendimiento y de pocos, pero buenos amigos.¡Qué
bien has sabido aprovechar la ocasión! Si quisieras presentarme a él, hallarías
en mí un segundo que te ayudase a dar cuenta de tus rivales". "¡Qué
error! Allí se vive de modo muy distinto del que imaginas; no hay en Roma casa
más noble ni más libre de bajas pasiones. No temo que me eche de ella quien me
aventaje en la riqueza o la sabiduría, pues cada cual ocupa el puesto que le
corresponde." "Me cuentas cosas casi increíbles." "Y sin
embargo, verdaderas." "Con tus palabras enciendes mis deseos de
acercarme a Mecenas." "Si así lo quieres, tus méritos lo conseguirán
muy pronto: no tiene nada de intratable, aunque tampoco se deja ganar a la
primera entrevista." "Eso corre de mi cuenta; ganaré los siervos con
dádivas, insistiré en la empresa; si un día me dan con la puerta en los
hocicos, volveré al día siguiente, y esperaré que salga a la calle para
acompañarle. Nada se logra sin penoso trabajo".
Mientras hablaba, he aquí que llega mi caro
amigo Fusco Aristio, que conocía bien el poema, me para y me dice: "¿De
dónde vienes, adónde vas?",
pregunta y contesta a la vez. Yo empecé a darle empellones y a pellizcarle en
los brazos yertos, haciéndole señas con los ojos para que me sacase de aquel
atolladero; mas el gran bribón riose de
mi desgracia e hizo como que no me entendía. La bilis me abrasaba los hígados.
"¿No dijiste que tenías que hablarme en secreto?" "Sí, es
verdad; pero lo dejo para otra ocasión. Hoy se celebra la fiesta del trigésimo
sábado, y no querrás ofender a los circuncisos judíos". "No profeso
ninguna religión." "Pues a mí no me sucede lo mismo; soy uno de
tantos; dispénsame, hablaremos otro día."
¡Qué negro amaneció hoy el sol para mí! El
bergante escapa, y me deja con el cuchillo en la garganta. La suerte quiso que
me apareciera la parte contraria de aquel moscardón, gritando con la fuerza de sus pulmones: "¿Adónde
vas, infame? Tú me servirás de testigo." "Con mucho gusto", le
respondo. Arrastra al charlatán ante el pretor, el escándalo arremolina a los
ociosos, y conseguí salvarme con el
favor de Apolo.